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MUERTE EN EL NILO

Corazones rotos y bigotes con pasado

Algo que ha hecho bien Kenneth Branagh desde los inicios de su carrera ha sido insuflar nueva vida a grandes clásicos de la literatura. Actor y director profundamente shakesperiano, tiene en su haber varias adaptaciones del bardo entre las que podemos destacar Enrique V (1989) y Hamlet (1996). Su gusto por el exceso, la mayoría de las veces descontrolado, es lo que ha provocado que su filmografía esté llena de irregularidades como la versión más apasionada del clásico gótico Frankenstein de Mary Shelley (1994), que tropezaba en su intento por alcanzar lo sublime; pero también se pueden encontrar aciertos como, la tal vez un tanto olvidada, Trabajos de amor perdidos (2000), donde Branagh demostraba el pleno dominio sobre el artificio. Defectos y habilidades que se mantienen en Muerte en el Nilo (2022), nueva adaptación de la novela de Agatha Christie que ya contaba con otra versión de 1978 dirigida por John Guillermin.  

Branagh actualiza detalles de la novela, pero mantiene intacta la historia principal. Varios personajes son alterados, otros son completamente nuevos, y estos cambios le sirven al director para introducir de manera orgánica subtramas con conflictos de clase y raza. Tampoco abandona su tendencia a proclamar y a situar las escenas en espacios teatrales, características presentes en casi todas sus películas, y que se mantienen en sus dos adaptaciones de la reina del misterio. Ya lo veíamos en Asesinato en el Orient Express (2017), cuya escena final tenía una puesta en escena con resonancias al cuadro La última cena y ofrecía un clímax apoteósico que no se veía ni en la novela, ni en la adaptación que hiciera Sidney Lumet en 1974. Branagh no deja escapar ninguna oportunidad para firmar con la marca de la casa: dramatismo absoluto. Se podría decir que sus películas pecan de esta cualidad, y Muerte en el Nilo no se libra. El cineasta británico es fiel a sí mismo, pero a veces su intensidad parece rozar el ridículo.

Esto último se enfatiza sobre todo con la subtrama que ha creado para el famoso detective belga, Hercules Poirot, al que interpreta él mismo. Aparte de conectar ambas adaptaciones con la amistad entre el detective y su amigo Bouc (Tom Bateman), un personaje que no aparecía en la novela ambientada en Egipto, también crea otro nexo entre las dos obras con la historia personal de Poirot. De hecho, Muerte en el Nilo se desarrolla a la sombra del pasado del investigador… y el de su bigote. Un elemento que podemos considerar como un personaje más, ya que, por si no fuera lo suficientemente llamativo, además cuenta con su propia historia, que es mucho más de lo que pueden decir algunos secundarios. 

La excesiva seriedad y pesadumbre con la que se trata al personaje crea un Poirot melancólico que arrastra pesares. Es una trama de origen prescindible, un fuerte contraste en una historia de amores, traiciones y crímenes pasionales envueltos por la atmósfera cálida de Egipto y el sol brillando con fuerza en las aguas del Nilo. El resultado es una película bastante coherente consigo misma y con el estilo de su director, pero que en ocasiones resulta innecesariamente grandilocuente.

 

Muerte en el Nilo (Death on the Nile, EEUU, 2022)

Dirección: Kenneth Branagh / Guion: Michael Green. Novela: Agatha Christie / Producción: The Estate of Agatha Christie, 20th Century Studios. / Fotografía: Haris Zambarloukos / Montaje: Úna Ní Dhonghaíle / Música: Patrick Doyle / Reparto: Kenneth Branagh, Gal Gadot, Letitia Wright, Armie Hammer, Annette Bening, Ali Fazal, Sophie Okonedo, Tom Bateman, Emma Mackey, Dawn French, Rose Leslie, Jennifer Saunders, Russell Brand, Nikkita Chadha

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