LOLI TORMENTA
Milagro en San Roque
Resulta difícil plantearse Loli Tormenta (2023) sin considerar como parte de su lectura el triste el fallecimiento de su director y coguionista, el cineasta catalán Agustí Villaronga, ocurrido el pasado mes de enero. Su defunción le otorga la dimensión de un testamento cinematográfico impensable tras tres décadas de filmografía. Y más aún desde el momento en que, a pesar de la luminosidad de sus planteamientos, la muerte y la enfermedad se erigen en dos de los motores narrativos fundamentales de Loli Tormenta.
Ideado por el también coguionista Mario Torrecillas, el argumento del filme es tan aparentemente sencillo -y tan presto a lo lacrimógeno- como paradójicamente reconfortante acaba siendo su desarrollo: Lola (Susi Sánchez, volcánica) y sus dos nietos, el niño Edgar (Mor Ngom) y el adolescente Robert (Joel Gálvez) viven juntos en una casa del barrio de San Roque. Un espacio humilde, al filo del desahucio por impago hipotecario, que es sostenido en solitario por la aguerrida Lola, apodada “Loli Tormenta” durante sus laureados años de corredora, que hoy cuida como una madre a los retoños, huérfanos tras el fallecimiento de su hija. Pero ese delicado equilibrio entra en barrena cuando Lola comienza a mostrar síntomas de demencia senil, que avanza a pasos agigantados, provocando que los niños deban lidiar con la decadencia de su abuela, el pago de facturas y recibos y el mantenimiento de las apariencias so pena de ser separados por enviados a sendas familias de acogida.
Pero a pesar de lo potencialmente explosivo de todos estos elementos en manos de un cineasta tan demostradamente dotado para transmitir incomodidad a su público, Loli Tormenta no se ensaña con sus personajes o espectaculariza lo precario de su situación. Ni siquiera en sus momentos más abisales -que no solo los tiene sino que se cuentan entre lo mejor del filme- se abandona a la sordidez en la que fácilmente podría haber caído. No solo eso: esquivando las expectativas que genera lo optimista de su tono, Loli Tormenta tampoco cae en un buenismo que Villaronga se esmera en torpedear ridiculizándolo una y otra vez con intermitente fortuna. En su lugar, emprende su propia y singular senda, no desprovista de bandazos tonales, articulándose como un cuento de hadas contemporáneo desprovisto, empero, de toda retranca estética.
La cita literal a Blancanieves, hecha a partir de una de sus adaptaciones cinematográficas resuena en el tosco trato entre niños y mayores, en su burlesco retrato de la corrección política, en la representación del mundo como un lugar aparentemente hostil y regido por una lógica animista, o en un guiño final tan imposiblemente esperanzado y que solo puede ser parte de un espacio regido por la fantasía. Así, tanto el protagonismo eminentemente infantil bajo la permanente amenaza del abandono hasta el retrato ogresco de la mayoría de adultos (con el grotesco tío Ramón, interpretado por Fernando Esteso, a la cabeza), pasando por una banda sonora, cortesía de Marcús Jgr, que suaviza hasta extremos empalagosos la áspera trama argumental y por unos diálogos no siempre bien asumidos por el elenco actoral… compone una puesta en escena que aproxima Loli Tormenta al costumbrismo mágico, alejándola del retrato fiel e unívoco de la triste realidad en la que se basa.
En base a este planteamiento formal, la cotidianeidad retratada por Villaronga y su equipo apuntala un filme que funciona igualmente como una reflexión sobre la capacidad de vampirización de la mirada de Lola sobre la de sus nietos, y su capacidad para traspasar no solo fronteras generacionales, sino incluso la muerte. Un proceso de traslación que comienza casi con el propio filme, y que se acelera de la mano del deterioro físico y psíquico de Lola, cuando los niños asumen el rol de cuidadores ostentado hasta entonces por su abuela, que se aniña mientras sus nietos se ven obligados a madurar a marchas forzadas. Esta aproximación entre nietos y abuelos, dejando significativamente de lado a la generación que intermedia entre ambos, se hace patente desde la apertura del filme: un ejercicio de aprendizaje memorístico desarrollado a través de la imitación de Edgar respecto a su abuela. El paralelismo que se sucede en los gestos de ambos obtiene su contrapartida en una escena posterior en la que será Edgar quien se verá obligado a llevar la voz cantante de un idéntico ejercicio, poniendo la primera piedra del que se diría el centro dramático del filme, capaz de dotar de un sentido alegórico a su algo reiterativa trama: la capacidad de toda mirada de dejar un legado tras de sí.
Vista así, la pasión de Lola por correr obtiene su equivalencia en la ambición de Robert de convertirse en el más rápido de los corredores, mientras que Edgar parece compartir el desparpajo y sentido de la fantasía de su abuela hasta el punto en el que ambos jóvenes terminan por dar batalla al mundo desde lo aprendido en casa con su abuela. O, como demuestra el último plano del filme, haciendo suya la aguerrida mirada de Lola sobre el mundo, la gente y los obstáculos vitales. Pese a las apariencias, no estamos tan lejos de Tras el cristal (1987), la perturbadora opera prima de Villaronga, aunque desde una perspectiva tan irreductiblemente vital como la de su protagonista femenina y la actriz que la interpreta.
Uno de los aspectos más destacables de Loli Tormenta reside, precisamente, en lo coherente que resulta respecto a las películas más reconocidas de la filmografía del cineasta, aun tratándose de un material de partida que se diría en las antípodas de sus filmes anteriores. Pero nada más lejos de la verdad: incluso en su puesta en escena, Loli Tormenta está plagada de muchas de las constantes autorales de Villaronga presentes en, al menos, El mar (2000), 99,9 (1997) o la mentada Tras el cristal: los golpes de montaje, firmado por Bernat Aragonés, capaces de maridar hasta lo abstracto la imagen y un muy particular uso del sonido, o su capacidad para crear imágenes poderosas y generar extrañeza ante lo cotidiano (y viceversa), también están presentes aquí aunque sea con irregular intensidad.
De esta forma, el dulce secuestro de la mirada de los nietos de Lola se convierte también en la del público respecto a la de un Villaronga cuya habitual fascinación por el cuerpo humano aquí se traduce en permanente atención por los físicos jóvenes y no menos respeto por el de los ancianos, observados todos ellos incluso al ralentí, como quien intenta atrapar la inexorabilidad del paso del tiempo que halla en el cine uno de sus más sólidos contenedores. Y lo demás es puro cuento.
Loli Tormenta (España, 2023)
Dirección: Agustí Villaronga / Producción: Xabier Berzosa, Ariadna Dot, Tono Folguera, Fernando Larrondo y Ander Sagardoy para Irusoin, Vilaüt Films y 3.000 obstáculos AIE / Guion: Mario Torrecillas y Agustí Villaronga, a partir de una historia de Mario Torrecillas / Dirección de fotografía: Josep M. Civit / Montaje: Bernat Aragonés / Música: Marcús Jgr / Reparto: Susi Sánchez, Joel Gálvez, Celso Bugallo, Mor Ngom, Meteora Fontana, Fernando Esteso, Maria Anglada Sellarès.