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LICORICE PIZZA

El amor cinético

Licorice Pizza Revista Mutaciones

Casi cinco años después de El hilo invisible (2017), la maquinaria cinematográfica del director estadounidense Paul Thomas Anderson ha vuelto. En su último estreno, Licorice Pizza (2022), demuestra un continuo dominio de los géneros, cimentando, construyendo y solidificando, quizás, su película más redonda hasta la fecha. Es un ligero (de fondo, no de forma) relato coming of age que se pone en la piel de dos jóvenes en el Valle, California, lugar ya frecuentado por Boogie Nights (1997) dentro de su filmografía. Él es Gary, interpretado por el hijo del fallecido Phillip Seymour Hoffman, Cooper Hoffman, un hiperactivo chaval con un hambre emprendedora no acorde a su edad, mientras que ella es Alana, (llamada como en la vida real y además es integrante del grupo musical, Haim junto a sus hermanas, que también aparecen en la película) una chica estancada y aburrida de su vida. En cuanto ellos se conocen a los tres minutos del filme, la película carbura y su director da un magisterio de cómo hacer cine. Lejos quedan los ecos desasosegados y febriles de El Hilo invisible, abrazando la luz en una acogedora y aparentemente sencilla película donde Hoffman y Haim desencorsetan las dificultades extremas en las relaciones de sus anteriores películas produciéndose un traslado de amor tóxico hacia uno más simple y puro, el adolescente.

En Licorice pizza se generan momentos icónicos a través de la pura cinética, porque se trata de un amor en constante movimiento en el que desaparecen los habituales movimientos de cámara casi paranoicos o los planos entre luces y sombras que, como suele ser habitual hasta este título, homenajean a nombres como Hitchcock o Altman. En ésta, dirección y guion (ambos de Paul Thomas Anderson) vuelan libres, sus decisiones formales se mueven y acatan la velocidad a la que está escrito el ritmo de sus protagonistas, siempre corriendo, casi improvisando (son emprendedores también en el amor) hasta chocar, entenderse, odiarse y volver a amarse. Así durante dos horas de pura felicidad, en las que la química de Gary y Alana es llevada al paroxismo del amor, abrazando todos y cada unos de los accidentes del final de la adolescencia e incertidumbres del comienzo de la madurez.

Licorice Pizza Revista Mutaciones

Dentro de los recovecos de su muy notable colección de títulos, Anderson ha expandido su ya demostrada madurez estilística. Además del libreto y dirección, suya es también la fotografía junto a Michael Bauman, y compartiendo, una vez más, la música de Johnny Greenwood y, en suma, todo es guiado hacia un género, para él, semi nuevo, y asimilado dentro de una puesta en escena sin fisuras, a pesar de la relajación en las formas que pueda acusar el género romántico, hacia un título de convicciones y ambiciones más pulidas, centradas en las interacciones del dúo protagonista y rodeándolos de un fugaz séquito secundario que no hacen más que agrandar el carisma del par y la calidad del filme. Richard Linklater experimentó algo similar en Movida del 76 (1993) y lo corroboró, años más tarde, con su secuela espiritual, Todos queremos algo (2016). Paul Thomas Anderson, lejos de realizar un acto de nostalgia demasiado dulce, cautiva con un ejercicio genuinamente lúdico e inédito, hasta ahora, en su filmografía.


Licorice Pizza (Paul Thomas Anderson, EE.UU, 2022)

Dirección: Paul Thomas Anderson/Guion: Paul Thomas Anderson /Fotografía: Paul Thomas Anderson y Michael Bauman /Música: Johnny Greenwood /Reparto: Cooper Hoffman, Alana Haim, Bradley Cooper, Sean Penn, Tom Waits, Benny Safdie.

3 comentarios en «LICORICE PIZZA»

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