LA QUIETUD EN LA TORMENTA
La posibilidad de la mirada
En el comienzo de La quietud en la tormenta (2022) se esbozan dos de los principios sobre los que se estructurará la ópera prima de Alberto Gastesi. Algunos primeros planos aislados de Telmo y Lara, una pareja que regresa a Donosti en busca de una nueva vida tras un tiempo en París, con la mirada perdida. Una conversación en la cocina entre Vera y Daniel, que alcanzan ya los dos años juntos, de pronto invadida por una incómoda pregunta a Daniel. Seguida de un cambio de eje, el encuadre sitúa a este detrás de una puerta de superficie translúcida que oculta sus verdaderos sentimientos.
La composición de los rostros, junto a las líneas de la mirada, y el misterio que los espacios interiores entrañan se antojan fundamentales en la composición de una cinta que elucubra desde lo efímero y se va pensando según avanza. La idea de la película parte de un espacio concreto, una imagen que Gastesi tiene desde hace tiempo en la cabeza: un piso en venta. Su historia se articula en función a ella, pero se arma pensando la imagen primero, y luego, en los caminos que esta transitará. El relato de amor se halla en el proceso.
El inmueble, vínculo entre ambas parejas, es empleado como lugar para invocar la memoria pasada desde lo propio. Al fin y al cabo, tres cuartos de los protagonistas son de Donosti (al igual que la mayoría del equipo de la cinta). Se persigue esa familiaridad en la ficción con un elemento que es un símbolo de anclaje a la tierra como un edificio residencial. Y es sugerente cómo, acostumbrados a lazos naturalistas con el pretérito, de repente, aparece una película que hace del urbanismo donostiarra, de su textura y su integración en el paisaje, un punto de anclaje al condicional pasado. Esta idea aparecía hace 11 años en un corto de Gastesi con Loreto Mauleón y Aitor Beltrán de protagonistas, Tempestad (2012), en el que rebobinando también se hacía preguntas sobre las posibilidades románticas que abren las miradas.
Ha tenido que surgir la visión de un piso en venta para que el desarrollo de la idea haya dado lugar a un largometraje impulsado por desentrañar el misterio que los ojos y su reflejo albergan. Por ello, la verdadera revelación de La quietud en la tormenta llega cuando Lara y Daniel cruzan miradas en medio de un piso aún sin amueblar, con recuerdos por forjar. Esa conexión establecida por el montaje de dos planos cerrados de sus rostros abre una brecha en el espacio/tiempo que traslada a ambos a aquel momento en el que se vieron por primera vez y la imagen fabula con lo mínimo. Hace de una brisa, una gota de lluvia y un resguardo de la tormenta, un mundo. Transforma un instante en una vida por la vía de la imaginación. Distorsionando el recuerdo romántico con el tiempo condicional, anida en un entretiempo. Un limbo forjado por el blanco y negro de la imagen y un formato un poco más ancho al reconocido 4:3 que perfora el tejido racional para levitar entre lo real y lo irreal.
Lo que pudo ser se levanta por encima de todo y todos, hasta de la propia imagen. Si bien Gastesi demuestra que es capaz de trabajar envolventemente desde las formas, su intención es ir más allá. No ceder toda la palabra a lo visual y hacer de los diálogos, también, un punto sobre el que proyectar sueños románticos compartidos. A veces, incluso, contradiciendo a sus personajes con sus movimientos y frases; recuperando el espíritu inicial de la película: abrir un hueco para que los pensamientos se contradigan y encontrar en esa colisión una cierta melancolía sobre aprovechar las posibilidades.
La quietud en al tormenta (Gelditasuna ekaitzean, España, 2022)
Dirección: Alberto Gastesi / Guion: Alberto Gastesi, Alex Merino / Producción: Vidania Films / Fotografía: Esteban Ramos / Montaje: Alberto Gastesi / Reparto: Loreto Mauleón, Iñigo Gastesi, Aitor Beltrán, Vera Milán