LA PINTORA Y EL LADRÓN
Ladrón que roba a ladrón
Según la Real Academia Española (RAE), el hiperrealismo se define como «el realismo potenciado o excesivamente minucioso». El término, empleado para aludir a aquel estilo pictórico y escultórico que pretende asemejarse a la fotografía, adquiere en La pintora y el ladrón (Benjamin Ree, 2020) un significado de lo más interesante entorno a la manipulación artística. Barbora Kysilkova, una pintora especializada en dicha técnica, despierta un día con el devastador anuncio de que sus dos obras más importantes han sido sustraídas de la galería de arte de Oslo donde se estaban exponiendo. Con la ayuda de las cámaras de vigilancia, rápidamente se identifica a los ladrones y Barbora se acerca a uno de ellos, Karl-Bertil Nordland, durante la audiencia judicial. Sin conocimiento de donde se encuentran las obras sustraídas, Karl-Bertil llama la atención de la pintora más allá de ese primer interés informativo. De este modo, le invita a ser retratado en su casa, iniciando una amistad y un recorrido artístico de lo más peculiar y complejo en su amplia conexión humana.
Teniendo en cuenta la importancia creativa de la profesión de la protagonista, es aun más necesario que nunca intentar entender y reflexionar sobre cuál es la mirada artística de Benjamin Ree, el director de La pintora y el ladrón. Al igual que Barbora Kysilkova navega entre el naturalismo y el hiperrealismo, en cuya corriente se enmarcan los retratos que va realizando del ladrón Karl-Bertil Nordland, Ree pretende que su dispositivo documental aparente ser lo más austero y naturalista posible. Siempre cerca de sus personajes, intentando desnudarlos emocionalmente sin tapujos, los planos y encuadres no se muestran excesivamente estéticos, pero sí ciertamente impuestos, en demasía preparados, provocando una tensión entre realidad, naturalidad y artificio. Por ejemplo, la estructura de las escenas es llamativamente transparente en su guionización, estando siempre presente con ambos personajes en los momentos claves para cada uno, como si todo lo que ocurriese solo pasase cuando el objetivo mira. De este modo, la cámara les sigue, articulando una narrativa fluida y de lo más interesante a nivel rítmico, pero que a veces parece acercarse mucho más a la ficción que al retrato documental. Nunca llegamos a ver a Benjamin Ree como un personaje más de la película. Mueve los hilos (o parece hacerlo con todos esos giros argumentales: robo, accidente, cárcel…) pero sin descubrirse, aumentando así aún más la duda sobre la veracidad o no de todo lo que presenciamos.
Por el contrario, el pincel de Barbora busca siempre lo bello, aunque también con intención naturalista, provocando, por otros medios, la misma sensación de manipulación del realismo que ambos quizá pretendan buscar. Este hecho despierta en el dispositivo artístico de La pintora y el ladrón un contradictorio discurso estético en cuya lectura surgen interrogantes más profundos, en torno a la representación, de lo que en un principio podríamos imaginar. ¿Estamos ante un artefacto involuntario que muestra las debilidades del llamado hiperrealismo o ante una película que consigue evidenciar el artificio de una obra que pretende esconderse tras la sensación de absoluta realidad? En cualquier caso, es necesario remarcar, volviendo al título de la cinta, que ese robo que Karl-Bertil hace de la obra de Barbora, es el mismo robo que Barbora acaba haciendo de la realidad de Karl-Bertil en cada uno de sus retratos. Como se hace visible en ese último plano de La pintora y el ladrón, con el cuadro en el que Barbora pretendía retratar a Karl-Bertil y a su, por aquel entonces, pareja, transformado y revelado ahora en un retrato íntimo de los dos protagonistas. Allí donde el rostro de la ex novia ahora tiene el de Barbora, el hiperrealismo adquiere ficción y la narración manipulación.
Es también necesario, a raíz de esta última imagen de unión, hablar de la relación de extraño amor que desarrollan ambos personajes. Uno de los cuadros robados de la galería, titulado El canto del cisne, nos permite trazar una conexión con el relato teatral del mismo título escrito por Anton Chejov. En aquella obra, un cómico que está en el ocaso de su vida se despierta absolutamente solo en su camerino. El resto de artistas le han olvidado y dejado con una inabarcable sensación de vacío, soledad y angustia. En cierto modo, esta conexión también artística del personaje de Chejov conecta de lleno con las experiencias vitales de Barbora y Karl-Bertil. Ambos han sido tratados por la vida con dureza: ella maltratada por su expareja, él arrastrado por las drogas ante una infancia difícil. Su encuentro les permite encontrar apoyo y calor humano. Hay una adicción de extraño afecto que nunca se traslada a más, pero que deja entrever un amor prohibido fruto del poder curativo del arte. De la pasión de crear y ser partícipe de ello. Creación que, aún adaptando vivencias propias, difícilmente puede escapar del filtro de la alteración artística.
La pintora y el ladrón (The Painter and the Thief, Noruega, 2020)
Dirección: Benjamin Ree / Producción: Medieoperatørene, VGTV, Tremolo Productions / Música: Uno Helmersson / Fotografía: Kristoffer Kumar, Benjamin Ree / Reparto: Documental, (intervenciones de: Barbora Kysilkova y Karl-Bertil Nordland).