LA CIUDAD ES NUESTRA (MINISERIE)
¿Documentar o narrar?
Utilizar The Wire (Bajo escucha) (David Simon, 2002-2008) como barómetro para medir el nivel de cualquier otra serie de ficción no parece justo si se tiene en cuenta el estatus casi legendario de la afamada creación de David Simon. Por ello, voy a tratar de alejarme de comparaciones que, en este caso, contaminarían demasiado el análisis de la nueva miniserie ideada por el propio Simon, junto a George Pelecanos, La ciudad es nuestra (2022). Lo cierto es que evitar la comparación no ha sido una tarea fácil por multitud de razones, entre las que se encuentran la vuelta a Baltimore del creador de la serie y algunos de sus mismos imperecederos temas, así como caras conocidas de la antigua serie que ahora desfilan en su personal pasarela de nostalgia. Sin embargo, los años han pasado, el contexto sociopolítico y el formato han cambiado, por lo que lo que La ciudad es nuestra propone es algo diferente, no una secuela encubierta de The Wire.
El primer punto que destacaré sobre la miniserie es el enorme peso de realidad que pretende echarse a los hombros, el cual, en cierto sentido, ha sido incapaz de sostener debido a la propia naturaleza formal de la ficción. Ello queda evidenciado en su potente escena de créditos iniciales, en la que asistimos a un rápido y cortante ensamblaje de fotos y archivos reales que funciona a la perfección en sí mismo pero que, al mismo tiempo, es un reflejo especular de lo que más achaca La ciudad es nuestra. La miniserie, basada en hechos escalofriantemente reales, está demasiado ocupada en mostrar a cada uno de los agentes inmiscuidos en la ubicua trama de corrupción policial que asola a Baltimore como para trabajar en profundidad alguna de sus líneas argumentales. De este modo, uno de sus mayores problemas a la hora de articular una narrativa fluida es la notable confusión que generan los constantes saltos espaciotemporales, ineficaces en su disrupción de un relato empeñado en mostrar qué ocurrió más allá de la pantalla.
En este sentido, surge la reflexión sobre el formato utilizado para contar los hechos, ya que, en su afán por recrear el caso real, La ciudad es nuestra abandona los cauces de una construcción de personajes y arcos dramáticos coherente o, al menos, efectiva. ¿Por qué elegir la ficción si tu supuesto objetivo es ceñirte al máximo a los hechos? ¿Por qué elegir la ficción si vas a alejarte de cualquier resolución dramática o pacto empático con el espectador? La sensación, por momentos, es la de que podríamos haber estado ante una docu-serie encargada de recoger y mostrar vídeos reales de interrogatorios, fotos y documentos que acrediten la corrupción del cuerpo de policía de Baltimore o testimonios de los ciudadanos que llevan presenciando tácticas mafiosas desde hace décadas. Si la puesta en escena no va a aportar más que una correcta mostración y el guion solo va a señalar expositivamente todo lo ocurrido, su afán por documentar parasitará su naturaleza narrativa.
Es esto algo palpable en la caracterización de sus numerosos personajes, inevitablemente faltos de personalidad. En los peores casos, nos encontramos muñecos ventrílocuos, meros canales de información y resolución de la trama (los agentes del FBI) o de explicaciones políticas sin ninguna organicidad (la representante de la oficina de derechos civiles). En los mejores casos, estamos ante personalidades complejas que son presentadas a medio gas, como el villano y protagonista de la función Wayne Jenkins, interpretado asquerosamente bien por Jon Bernthal. La ciudad es nuestra sí se preocupa por hacer un comentario sobre la jerarquización y el gregarismo del cuerpo policial que absorbe a Jenkins, pero solo en la medida en la que puede seguir presentando todos los tejemanejes del caso real, tirando por la borda la posibilidad de investigar a fondo a sus personajes más complicados. Por tanto, la alusión explícita a los gangsters de los años treinta en la escena de créditos iniciales acaba por ser casi anecdótica, ya que la estructura documental (a veces casi de telediario) elimina la completa definición del arco dramático, tanto de Jenkins como de otros personajes interesantes.
La ciudad es nuestra, en definitiva, se articula con la intención de recrear un caso real de la historia más reciente de Baltimore (con gran adscripción a los hechos). Si bien tal recreación pueda encender debates complejos de la realidad estadounidense, hay que preguntarse qué propone la ficción aquí más allá de la utilización de ciertos personajes como vehículo de las opiniones de sus creadores y de caras conocidas que atraigan a un mayor público. No puede haber revelación alguna donde todo ya está escrito y cercado por las vallas de la realidad. Como documental, tristemente, da mucho que pensar.
La ciudad es nuestra (We Own This City, EEUU, 2022)
Dirección: Reinaldo Marcus Green / Guion: David Simon y George Pelecanos (creadores) / Producción: David Simon, George Pelecanos, Kary Antholis, Ed Burns / Música: Kris Bowers/ Fotografía: Yaron Orbach / Diseño de producción: Valeria de Felice / Montaje: Matthew Booras, Joshua Raymond Lee / Intérpretes: Jon Bernthal, Wunmi Mosaku, Jamie Hector, Josh Charles, McKinley Belcher III, Darrell Britt-Gibson, Dagmara Dominczyk, Don Harvey.