LA BESTIA EN LA JUNGLA
El hombre al que no habría de ocurrirle nada de nada
La primera vez que escuchamos a May, protagonista de La bestia en la jungla, es mirando unos carteles de Tigre sobre una tormenta tropical de Henri Rousseau que cuelgan en la calle. Hace referencia al miedo que le impone la criatura del cuadro. Unos segundos más tarde su mirada se posará en Marcher, con quien ya había sido unida mucho tiempo atrás, cuando él le había anunciado que un destino fatal le aguardaba. Así se lo hará saber en los baños del club donde toma lugar el encuentro, espacio donde la música deja lugar a las palabras y donde sucederá una buena parte de sus charlas. La amenaza de este suceso, al cual él se referirá como “la cosa” y más tarde como “la bestia en la jungla”, será el leitmotiv del resto de la cinta. Ese porvenir quedará inevitablemente ligado a los protagonistas, en tanto que alumbra cualquier conversación y acontecimiento de la vida de ambos. Aunque “la cosa” no sea nombrada, será el nudo que una sus vidas y haga que se descubran a sí mismos a través del otro, mientras aguardan juntos el ataque de la bestia. Así, las conversaciones que mantienen todos los sábados durante los 25 años que comparten en el club quedan eclipsadas por algo más grande, algo que ninguno de los dos intuye pero que sienten presente entre las cuatro paredes. Nunca hablan de nada, pero es en esta aparente espera donde se refleja el espíritu mismo de la historia y de sus propios seres. Como escribe Henry James en el relato original: “Oh, siempre era como si hubiera demasiado que decir”.
Chiha huye del artificio y la pretensión en su adaptación de la novela corta del escritor anglosajón. Al igual que haría Rousseau en su pintura, el director opta por la sencillez formal y crea una puesta en escena simple y directa en la que resuena la esencia del arte naif al que pertenece la obra del pintor francés. De primeras, la idea de introducir la historia original en una discoteca permite imprimir una mayor riqueza a las vivencias y preocupaciones de los personajes, en las que pone un especial foco a través de lo mundano y de una mirada desprovista de pretensiones. La elección de ese lugar cobra mayúscula importancia también en su relación con el relato, ayudando a la idea de la suspensión del tiempo que flota en la pantalla a lo largo de toda la cinta. La naturalidad con la que muta el decorado y vestuario a medida que los años pasan, los planos fijos, los movimientos de cámara orgánicos que recorren a los bailarines sin grandes florituras y el tratamiento que el director imprime en las largas conversaciones de los protagonistas mientras observan la pista de baile (las actuaciones contenidas y sutiles optan por la sobriedad en lugar de los grandes gestos y exageraciones o el control en el tono de sus voces) dejan entrever un discurso que huye de lo académico y cuya única ambición es la de dejar ser. Esta simple pero compleja afirmación puede ser quizás de las pocas cosas que evidencien una huella autoral en el cine de Chiha. Sus hasta ahora cinco largometrajes muestran una rica heterogeneidad de tonos y propuestas, con la que el propio director bromea comparándolas con los efectos de las diferentes drogas (así Domaine (2009) sería alcohol o Si esto fuera amor (2020), éxtasis). Como es lógico, esta riqueza en sus temas se hace presente en las imágenes que exhiben una multitud de registros para mostrar al espectador las vidas y preocupaciones de sus protagonistas. Estos se convierten, siguiendo la línea de otro de los gestos habituales de Chiha, en el eje central de las películas y se huye así, una vez más, de la grandilocuencia de los “grandes temas”.
Las pulsaciones por minuto de la música se acrecientan a medida que avanza la película. Lo que era una canción disco de los 80 se convierte en un agresivo y turbador techno cuando la cinta va a llegar a su catarsis. Las persianas del club se abren y entra la luz justo cuando la enigmática custodia del acceso a la sala revela por primera vez su identidad y el nombre del lugar: La bestia en la jungla. Este personaje juega un rol clave en la historia, ya que desde un comienzo es quien narra los acontecimientos envuelta en un aura de misterio. Beatrice Dalle, en su segunda colaboración con Chiha (la primera fue Domaine), se convierte en la acompañante pasiva de los protagonistas y es bautizada como la fisonomista. Este término imprime aún más matices al ya complejo personaje y retrata a una mujer cuya profesión es escudriñar y recordar los rostros de las centenas de personas que aguardan en la cola durante los años que abarca la historia. Esta rompe la naturalidad del relato interpelando directamente al espectador y permitiendo ahondar un paso más allá en la naturaleza de la historia y los personajes. De esta manera, es finalmente ella quien anuncie el trágico destino anunciado en los albores de la cinta, haciendo que protagonista y espectador experimenten con desgarro, al mismo tiempo, el ataque de la bestia.
La bestia en la jungla (La bête dans la jungle, Austria-Bélgica-Francia, 2023)
Dirección: Patric Chiha / Guion: Patric Chiha, Jihane Chouaib, Axelle Ropert / Producción: Katia Khazak, Vincent Lucassen, Jean-Yves Roubin, Ebba Sinzinger, Charlotte Vincent, Cassandre Warnauts / Música: Émilie Hanak, Dino Spiluttini / Fotografía: Céline Bozon / Montaje: Julien Lacheray, Karina Ressler / Interpretación: Anaïs Demoustier, Tom Mercier, Béatrice Dalle, Martin Vischer, Sophie Demeyer, Pedro Cabanas, Mara Taquin, Bachir Tlili