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HELLRAISER

El infierno de las buenas intenciones

Nueve secuelas, incontables adaptaciones al comic, spin-offs y hasta una ampliación escrita, Los evangelios escarlata: Hellraiser 2 (2021) separan como un abismo la rompedora y magnífica Hellraiser. Los que traen el infierno (Clive Barker, 1987) de la eternamente postergada resurrección de una saga que por fin nos llega, presumiblemente, con esta Hellraiser (David Bruckner, 2022). Treinta y cinco años que no han pasado en balde para la más célebre creación del artista multifacético Clive Barker, quien se estrenó en el campo del largometraje adaptando como guionista y director su propia novela corta The Hellbound Heart (1986), inaugurando un singular universo desigualmente regido por el deseo humano y una estirpe de sobrenaturales criaturas, los cenobitas, capaces de satisfacerlo hasta lo física y moralmente inadmisible.

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Por aquel entonces el escritor británico y luego esporádico cineasta estaba considerado una de las más brillantes estrellas del firmamento literario del género de horror de los ochenta, pero su éxito con la palabra escrita no facilitó la traslación a la pantalla de su singular imaginería, en la que lo sexual y lo violento se trenzaban como un mismo nervio sensible. Ante la imposibilidad de llevar su empresa a buen puerto en suelo británico, Barker saltó el charco para llamar a las puertas de la compañía New World, que aportaría el dinero necesario para llevarla a cabo. Sin embargo, después del inesperado éxito de Hellraiser. Los que traen el infierno y sus dos primera secuelas, -la estimable Hellbound: Hellraiser II (Tony Randel, 1988) y la adocenada Hellraiser III: El infierno en la tierra (Anthony Hickox, 1992)-, el autor, desencantado por la deriva tomada por esta tercera parte, vendió la propiedad a New World poniendo punto final a su relación con la saga. Películas después, esta pasó a manos Park Avenue Entertainment, que siguió abogando por las atrocidades corpóreas frente a la perversión moral del original, surgido en los tiempos en el que el culto al cuerpo estaba dando a luz no tanto a su antónimo como a su sombra, posteriormente estandarizada estética y moralmente bajo la etiqueta del Body Horror.

Sirva este largo prólogo para aventurar porqué la tan publicitada aquiescencia de Barker con el competente trabajo de Bruckner (certificado por el retorno del escritor como productor del filme y guardián de las esencias tras recuperar los derechos de la saga en 2021) invita a establecer las odiosas comparaciones entre el original y esta película, que se diría que pretende reiniciar una mitología inicialmente rica pero progresivamente depauperada a partir de Hellbound: Hellraiser II.

Hellraiser de David Bruckner parece, por encima de cualquier otra consideración, un intento de devolver el prestigio a una saga prontamente caída en desgracia pero que no es capaz de emular la elaborada perversión de visos sadomasoquistas que hizo de la de Barker un filme tan singular. Pero si no lo consigue se debe, muy probablemente, a que tampoco lo pretende: si el deseo y su imperiosa satisfacción era uno de los motores, si no el principal, de la apuesta de Barker como guionista y director en aquel 1987, con una oscurísima historia de insatisfacción conyugal e infidelidades repleta de demonios reales y ficticios bajo una atmósfera de envenenada sensualidad, el guion de Ben Collins y Luke Piotrowski y la pulcra realización de Bruckner relegan el indomable hedonismo desplegado en Hellraiser. Los que traen el infierno hasta casi invisibilizarlo.

En su lugar, los dos guionistas desarrollan una historia de redención basada en el sentimiento de culpa que brota de la imposibilidad de su protagonista, Riley (muy bien interpretada por Odessa A’ Zion), para dominar su necesidad de anestesiarse a través de las drogas ante la preocupada mirada de su pareja Trevor (Drew Starkey), su hermano Matt (Brandon Flynn), el novio de éste, Colin (Adam Faison) y su compañera de piso Nora (Aoife Hinds), hasta que la Caja de Lemarchand que abre una brecha entre nuestro mundo y el de los cenobitas cae en sus manos, provocando sin quererlo numerosas muertes a su alrededor.

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Un punto de partida bastante convencional que se desarrolla a partir de una perspectiva narrativa en la que las explosiones gore (sorprendentemente atemperadas) carecen de todo sentido de la perversión o incluso de la ambigüedad. Es un simple detalle, pero supone el síntoma más visible de la pulcritud moral del filme en su totalidad y de las imágenes que lo articulan a través de una puesta en escena dinámica y no desprovista de texturas y hallazgos visuales pero siempre al servicio de una historia que, lejos de verse impulsada por las pulsiones de sus personajes, parten de la amenaza de muerte y dolor (pero no placer) que traen consigo los cenobitas. Al contrario que en la original, la trama costumbrista que vertebra Hellraiser, y que es también la más orgánica, se supedita muy rápidamente a la lógica más convencional del cine de horror, dejando entrever una narrativa clara y moralmente dicotómica que a grandes rasgos se divide entre perseguidores y perseguidos, y que deviene un mecanismo bien engrasado pero que cuanto más se contempla más fácil resulta adivinar cuál será su siguiente movimiento.

Por otra parte, la dirección de fotografía de Eli Born o la dirección artística de Kathrin Eder, o la ajustada planificación de Bruckner se encuentran a años luz de los recursos técnicos y de puesta en escena, propios de un subproducto de serie B (o incluso Z) al uso, del que hacían gala gran parte de las películas anteriores de la saga. La dignificación que alcanzan estos componentes en la película es prisionera del obligado reconocimiento estético por parte del público de algunos de los aspectos más icónicos y explotados del universo desplegado en las primeras entregas de Hellraiser. Los que traen el infierno, y que son sembrados con un grado de complicidad vaciado de gran parte de la visión sadomasoquista del deseo que contuvieron antaño.

Por eso, y a pesar de algunos valiosos apuntes como la interpretación sexualmente ambigua de la actriz transgénero Jaime Clayton en la claveteada piel de la apócrifa Pinhead (líder cenobita interpretado mayoritariamente por Doug Bradley en entregas anteriores) aquí bautizada como Sacerdote, el aprovechamiento de la Caja de Lemarchand que abre las puertas del infierno como símbolo repetido obsesivamente a lo largo de un filme repleto de encuadres geométricos o un clímax final visualmente atemperado y con no pocos guiños a clásicos del género como Suspiria (Dario Argento, 1977), Hellraiser es una película carente de erotismo, debido en parte a la necesidad del filme de codificar todos sus componentes para satisfacer a su audiencia celebrando vistosamente sus aspectos más superficiales. La sugerente naturaleza de los cenobitas, que traen consigo todo un abanico de dolores de inconcebible exquisitez se hace explícita en su funcionamiento al igual que las diferentes Cajas de Lemarchand que aparecen en la película, desvelando una lógica comprensible, legible en términos narrativos y que reduce su capacidad de amenaza y de seducción para los personajes del filme… y para su público.

A partir de ese momento, y adoptando las formas de un relato sobre una maldición al uso, el desarrollo de Hellraiser resulta más próximo al de películas por otra parte tan meritorias como It follows (David Robert Mitchell, 2015)  y de sagas como la de Pesadilla en Elm Street (Wes Craven, 1984) -u otra basada en los escritos de Barker, la de Candyman. El dominio de la mente (Bernard Rose, 1992)- que de la seductora opacidad que hace más de tres décadas hizo de los cenobitas demiurgos de la vida cotidiana, convertida en Hellraiser en la más modesta parcela de un infierno excesivamente cartografiado a todos los niveles, en el que el morbo capaz de confundir demonios con ángeles y placer con dolor ha desaparecido casi por completo.

Hellraiser (Reino Unido y Yugoslavia, 2022)

Dirección: David Bruckner / Producción: David S. Goyer, Keith Levine, Clive Barker y Marc Toberoff para Phantom Four Films, Spyglass Media Group, 20th Century Studios y 247Hub / Guion: Ben Collins y Luke Piotrowski, sobre una historia de David S. Goyer, Ben Collins y Luke Piotrowski / Dirección de fotografía: Eli Born / Montaje: David Marks / Música: Ben Lovett / Reparto: Odessa A’zion, Jamie Clayton, Adam Faison, Drew Starkey, Brandon Flynn, Aoife Hinds, Jason Liles, Yinka Olorunnife, Selina Lo.

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