EL ÚLTIMO VERANO
Duda razonable
Anne, una exitosa abogada interpretada por Léa Drucker, interroga ferozmente a una joven en un plano contraplano que remite directamente a los interrogatorios de cualquier película policiaca. Unos segundos después, Anne destapa que la joven es en realidad su defendida, a quien avisará de la presión que le espera en el juicio por agresión sexual: debe estar preparada ya que “en el tribunal a menudo las víctimas se convierten en sospechosas”.
Este personaje recuerda al de la protagonista de Prima Facie, la obra de teatro de Suzie Miller, como la profesional fría e implacable que, sin embargo, ve desmoronada su fachada cuando se convierte en víctima/acusada. En El último verano, Catherine Breillat deja claro que en según qué casos las barreras entre ambos roles son difusas. La relación de Anne con el mundo del derecho servirá como elemento metanarrativo y propondrá así un continuo juego en el que ella se moverá con ambigüedad. Así sería mostrada como culpable cuando borra las cintas que evidencian la relación furtiva o como jueza cuando interroga a Theo haciéndole ver que contar la verdad no haría que se creyese su testimonio. Es precisamente en este espectro de grises donde la película destaca por su falta de discursos moralistas y maniqueos. Breillat rehúye los esquemas narrativos clásicos para proponer un terreno libre en el que sea el propio espectador el que se convierta en juez y testigo.
El último verano no ofrece pruebas claras sobre las acciones que realizan sus personajes. Lo que podría resultar “prima facie” una trama simple, se convierte en toda una exploración de la psique de sus personajes y las normas que rigen el entorno en el que se desarrollan los hechos. Esto se ve sostenido por un dispositivo formal que, pese a estar más cerca de una estética convencional, retrata con precisión las dinámicas entre sus protagonistas. Así, las relaciones sexuales de Anne con Pierre (su actual marido y padre de Theo, su hijastro) se muestran en una composición marcadamente descentrada que deja gran parte del plano vacío encima de sus cabezas. Se evidencia de esta manera, ya desde la puesta en escena -aunque subrayada desde el guion y la actuación-, la desconexión y la falta de deseo que rige su relación. Esta misma es la que más tarde lleve a Anne a mantener una relación con su hijastro.
En un primer encuentro sexual entre Anne y Theo, será la cara de este la elegida para ser encuadrada, sosteniendo el plano con la intención de evocar en el espectador las implicaciones que tiene para él este nuevo contacto íntimo. Unos minutos más tarde, sin embargo, será ella la que sea mostrada como sujeto activo y se deje arrastrar por la lujuria, dando fe de la diacronía en su relación a lo largo de la cinta. En todo este juego de perspectivas, Theo es retratado como el elemento en discordia, siendo separado físicamente de la pareja formada por Anne y su padre, mostrado tras un cristal en segundo término en medio de ambos. Esta escena funciona como bisagra para dar paso al último acto de la película -y quizás el más interesante y rico en recursos estilísticos- en el que Anne trata de borrar todo rastro de la relación en un arco de intento de redención.
En los primeros largometrajes de Breillat existe una exploración del deseo femenino, a menudo desde la figura de chicas jóvenes, en la que la cámara se empapa de la inseguridad y frustración de sus protagonistas para plantear barreras físicas entre la protagonista y el sujeto de deseo como en Una chica de verdad o el aislamiento con el mundo exterior de Anaïs en À Ma Soeur. No obstante, ahora en El último verano dicha exploración se ve encorsetada por la rigidez de la sociedad y la clase que retrata. En las relaciones que establece Anne no existe amor ni deseo, solo el hastío de una clase acomodada que, asqueada de sí misma, busca huir de la “normopatía” a toda costa. El individualismo es retratado así en un notable cambio respecto a las anteriores obras de la directora. Breillat, referenciada siempre como representante del cinema du corps francés, pasa de filmar los cuerpos a las caras marcadamente aisladas de sus protagonistas, que construyen así sólidas barreras entre ellos mismos y para con el mundo que les rodea. Pese a no destilar la misma frescura de sus anteriores propuestas, el film dispone de los suficientes méritos para crear un incisivo retrato de la alienación en una clase que se ahoga en sus propias contradicciones. Asimismo, su meticulosa construcción propicia una impresión duradera que invita a una reflexión más profunda sobre las relaciones humanas.
El último verano (L’été dernier, Francia-Noruega, 2023)
Dirección: Catherine Breillat / Guion original: Maren Louise Käehne, May el-Toukhy / Producción: René Ezra, Caroline Blanco, Clifford Werber / Sonido: Damien Luquet, Loïc Prian, Katia Boutin, Cyril Holtz / Fotografia: Jeanne Lapoirie / Montaje: François Quiqueré Lma / Reparto: Léa Drucker, Samuel Kircher, Olivier Rabourdin.