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EL MAESTRO JARDINERO

 El odio marchita, el amor germina

El maestro jardinero. Revista Mutaciones.

Me atrevería a decir (sin riesgo de ser original) que todas las personas, indistintamente, se rigen por una Norma. Esa Norma, que se compone de rituales personales, hábitos, rutinas, propósitos y obsesiones, es una brújula hecha a la medida de cada uno. La Norma otorga un sentido vital que trata de contener y reconducir aquellos actos e impulsos que nos desvíen del particular camino que tratamos de forjar. Indudablemente útil, la Norma también puede tornarse restrictiva e intransigente hacia posibles cambios que den un soplo de aire fresco a una existencia estancada. En El maestro jardinero (Paul Schrader, 2022), Norma Haverhill (Sigourney Weaver) ha sido la responsable de dar un espacio a Narvel Roth (Joel Edgerton) en su lujoso jardín. De este modo, el último hombre torturado del director estadounidense ha encontrado una vocación reparadora, en un lugar amparado por una Norma (y normas) que contiene la naturaleza destructiva del pasado del jardinero y, al mismo tiempo, la subyugan a una realidad rutinaria.

No es en absoluto la primera vez que Paul Schrader reflexiona sobre la naturaleza humana y la posibilidad (o imposibilidad) de su domesticación. La lista de hombres protagonistas con tendencias destructivas propiciadas por su entorno social y familiar es larga, desde sus trabajos como guionista en Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) y Toro salvaje (Martin Scorsese, 1980) hasta Posibilidad de escape (1992), Aflicción (1997) o El contador de cartas (2021), entre otros. Los resultados suelen estar impregnados de un fuerte pesimismo, en los que el espectador se ve abocado a presenciar la espiral y caída en desgracia de unos individuos en busca de una redención que solo comprenden en sus propios términos. Bien es cierto que hay ejemplos que evidencian la búsqueda final de un desesperado romanticismo, en la que se atisba una poco probable salida hacia la luz, pero que no consigue iluminar la oscuridad interior de estos personajes. Sin embargo, al igual que Robert Bresson (archiconocido ídolo de Schrader) ponía sus propias normas cinematográficas por escrito para luego romper las que se le antojaran en el acto de creación, el propio Schrader, establecido el patrón de sus hombres protagonistas, va a permitirse dar un giro a su Norma personal en El maestro jardinero (spoilers a partir de aquí).

El maestro jardinero. Revista Mutaciones

Narvel Roth, ex neonazi en un programa de protección de testigos, ha encontrado en la jardinería una ocupación que simboliza su nuevo propósito vital: la domesticación literal de una naturaleza que, de otro modo, crecería salvaje y descontrolada, gracias a la meticulosidad y la paciencia. Su existencia es, pues, ordenada, sistemáticamente recogida por el diario personal del protagonista, en el enésimo ejemplo de los diarios bressonianios (y ya schraderianos). Va a ser la llegada de Maya (Quintessa Swindell), la desconocida y problemática sobrina de Norma, quien trastocará la impoluta realidad de Narvel. Este la adoptará haciendo las veces de maestro y reconocerá en ella una herida con la que puede identificarse, independientemente de lo muy diferentes que parezcan a primera vista.

Schrader comienza El maestro jardinero con planos detalle de flores que, a cámara rápida, florecen de manera casi explosiva. Lo que, en cierto sentido, choca frontalmente con la idea de la paciencia y del cuidado que desarrolla el filme, también es reflejo del cambio radical e imparable al que se van a ver sometidos los protagonistas. En una película en la que no hay grandes alardes manieristas de Schrader, simples detalles de puesta en escena como la omnipresente disposición de sillas y bancos vacíos en el plano hacen hincapié en una ausencia, en una desconexión y herida sin cerrar. Es por ello por lo que una mera conversación en un banco, en frente o al lado del otro, supone un mundo en El maestro jardinero, que trabaja principalmente desde la calma, incluso desde la ternura. Precisamente por esto mismo sorprende que Schrader, al establecer una relación maestro-aprendiz de resonancias paternales, opte por insistir en la conexión romántica como catalizadora de la redención final. El recurso se antoja un tanto injustificado, en una amistad que ya era lo suficientemente provocadora (un ex neonazi y una joven mujer negra) y que conseguía los mismos objetivos narrativos, pero es cierto que se alinea con un gesto al que ya aludía en sus anteriores cintas.

El maestro jardinero. Revista Mutaciones

Los problemas de Maya que propician que Narvel haga frente de nuevo a sus demonios y le lleven al camino de la violencia tienen un resultado que se distancia del pesimismo. En una escena, un montaje paralelo nos muestra cómo un par de traficantes de poca monta destrozan el jardín de Narvel, como venganza contra él y Maya. Frente al acto de creación, que exige paciencia y cuidado, estas violentas imágenes demuestran la facilidad y rapidez de la destrucción, de las semillas del odio. Mal augurio para un Narvel que, literalmente, desentierra su pistola. Lo que habría ocurrido en otro momento de la filmografía de Schrader, la culminación del regreso de un pasado que acaba por fagocitar al hombre, se convierte en un final luminoso en el que la redención vía el amor es posible. Tal vez la película-testamento del director estadounidense.

El maestro jardinero (Master Gardener, EEUU, 2022)

Dirección: Paul Schrader / Guion: Paul Schrader / Producción: Luisa Law, Jamieson McClurg, Dale Roberts / Música: Devonté Hynes / Fotografía: Alexander Dynan / Diseño de producción: Ashley Fenton / Montaje: Benjamin Rodriguez Jr. / Reparto: Joel Edgerton, Sigourney Weaver, Quintessa Swindell, Esai Morales, Eduardo Losan, Victoria Hill.

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