EL GRAN MOVIMIENTO
LA SINFONÍA DE KIRO RUSSO
El trabajo de Kiro Russo en El gran movimiento, su segunda película, podría considerarse una nueva “sinfonía” cinematográfica. Juega a la par de otros proyectos nacidos en los albores del siglo XX. Hablamos de Manhatta (1921, Charles Sheeler, Paul Strand), de Berlín, sinfonía de una ciudad (1927, Walter Ruttmann) y El hombre de la cámara (1927, Dziga Vertov). Recorridos de cotidianidad y experimentación cinematográfica que narraban un día, unos minutos o unos segundos de la ciudad por la que los cineastas transitaban y peregrinaban con un objetivo: retratar la personalidad misma de estas metrópolis de cemento.
La separación que manufactura Russo con estas películas surge de la implementación de no-actores y escenas ficcionadas. Es por ello quizás que su película pueda hermanarse más próximamente con Transeúntes, del cineasta español Luis Aller. En este caleidoscopio cinematográfico, Aller mostraba una Barcelona de microhistorias e incontables cortes de montaje, como si la cámara fuera un ojo y estos cortes simples parpadeos (volviendo a Vertov y a su El hombre de la cámara).
El gran movimiento abre con un plano general de la ciudad natal de su director, La Paz. Este plano fijo fluctúa hacia delante con un zoom-in con el progresivamente transporta al espectador a los rojizos edificios de la ciudad boliviana, mientras la cacofonía casi selvática de vehículos y residentes se combina en desarmonía con el duro grano del celuloide de Kiro Russo. Muestra el cascarón, la piel y el músculo para luego presentarnos a las criaturas que dormitan en las entrañas de su ciudad.
El trío de mineros despedidos, Mamá Paquita, las verduleras de la plaza y el chamán vagabundo. Abanico dispar con el que Russo aboga por lo naturalista desde una paradójica precisión en las escenas de intercambio y diálogo, con Max haciendo reír a las verduleras con su charlatanería o Mamá Paquita, que discute con un incrédulo doctor la posibilidad de que su ahijado, uno de los antiguos mineros, haya sido poseído por el diablo. Confrontación y choque continuo entre la modernidad y la tradición animista y espiritista que en la película toma forma en la figura del chamán: Max Bautista, un personaje real de la ciudad de La Paz que asegura tener poderes y poder controlar la ciudad a placer. Russo, en toda su fascinación, nos pierde en compañía de Max por los bosques y laderas del extrarradio de la ciudad, donde formas pedregosas y afiladas se alzan y desvelan la insignificancia del chamán, que entre vómitos y balbuceos busca algo ajeno a todo lo demás.
La mirada “vertovniana” toma una última inmersión al más profundo interior de las minas locales, donde se resquebrajan y fracturan las piedras en una súbita aceleración del montaje. El traqueteo musical (quizás la verdadera sinfonía) de la cadena transportadora sube decibelios y el tiempo se reduce entre corte y corte, hasta que la piedra y el metal se transfigura en las mismas imágenes ya vistas de la película, solo que invertidas cronológicamente y encadenadas a toda velocidad. En su conclusión, Russo convierte la piedra, la carne de la Tierra, en pura carne fílmica, dando a entender que lo visto es real, pero también es cine.
El gran movimiento (Bolivia, 2021)
Dirección: Kiro Russo / Guion: Kiro Russo / Producción: Pablo Paniagua, Kiro Russo y Alexa Rivero / Fotografía: Pablo Paniagua / Reparto: Julio Cesar Ticoa, Max Bautista Uchasara, Francisa Arce de Aro, Israel Hurtado y Gustavo Milán