EL FANTÁSTICO CASO DEL GÓLEM

A rey muerto, rey puesto

El estreno de maravillosa La reina de los lagartos (Burnin’ Percebes, 2020) hace tres años marcó un giro de lo más prometedor en la carrera del dúo conformado por Fernando Martínez y Juan González, quienes hasta entonces se habían hecho un pequeño hueco en el panteón del llamado posthumor español con los mediometrajes Searching for Meritxell (2014) e IKEA2 (2016). Dulce y surreal a partes iguales, aquella película puso tierra de por medio respecto a la cómica incomodidad que había sido uno de los rasgos de identidad de los anteriores trabajos del tándem creativo, anunciando un nuevo y más estimulante rumbo.

Brotes verdes que se prolongan dubitativamente en algunos de los aspectos de este El fantástico caso del Gólem (Burnin’ Percebes, 2023), quedando el resto visto bajo la óptica más o menos descreída y algo cínica de la que hacían gala sus primeros filmes, aunque esta vez bajo una pátina mucho más lujosa, visiblemente acreedora de un mayor despliegue de medios y con la participación de un amplio reparto de actores y actrices de renombre sin que este aparente primer paso hacia el mainstream por parte de los Burnin’ Percebes suponga una pérdida de las constantes estilísticas de su cine.

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El argumento del filme, el primero de su carrera con duración de largometraje, funciona de hecho como una especie de compendio amplificado del singular sentido del absurdo que canaliza la totalidad de su obra hasta la fecha: Juan (Brays Efe), es un joven sin oficio ni beneficio que una mañana presencia como su mejor amigo David (David Menéndez) se precipita al vacío desde el terrado de su casa, estallando literalmente en mil pedazos al impactar contra un coche aparcado frente al edificio. A raíz de este bizarro accidente, durante los días siguientes Juan contacta con una serie de personajes a cuál más estrafalario -algunos de ellos, como Bruna Cusí o Javier Botet, interpretados por la recurrente troupe actoral acumulada por los Burnin’ Percebes película tras película- siempre relacionados con David y con las consecuencias legales y sentimentales de su muerte. Juan no tardará en percatarse de que muchos de ellos no son quienes afirman ser, si no que forman parte de Gólem Solutions S.L., una oscura empresa presidida por Tito Valverde y dedicada a la creación de gólems de compañía, en la domesticación definitiva del mito judaico inmortalizado por Gustav Meyrink en su enigmática novela El Gólem (1915). Y por si fuera poco el joven descubrirá también que es el heredero de otro emporio familiar, éste capitaneado por su mismísimo padre, Toni, (un muy divertido Luís Tosar) y su mano derecha (Cusí), cuya todopoderosa actividad consiste en adjudicar cuándo y cómo vamos a morir cada uno de nosotros.

Todo lo anterior se va convirtiendo, poco a poco, en el trasfondo de una película que se satura con las constantes idas y venidas de los personajes que la pueblan hasta convertir El fantástico caso del Gólem en un laberinto; una película hecha de escenas a modo de sketches cómicos que a veces funcionan y muchas otras no, pero que en su falta de causalidad entre unas y otras terminan por ralentizar el desarrollo de la película en su totalidad. La disolución de las delirantes tramas principales del filme en otras secundarias que muchas veces terminan en callejones sin salida empequeñecen la importancia de las primeras hasta convertirlas en el macguffin de una película de marcado acento generacional una vez ha sido vista en su totalidad, pero que en buena parte se despliega en base a una estructura abrupta y más próxima a la arquetípica trama noir, haciendo de su protagonista una especie de desvaído trasunto del icónico personaje inmortalizado por Jeff Bridges en El gran Lebowski (Joel Coen, 1998), que de un surrealismo pop de regusto estético del cine de Pedro Almodóvar o de Wes Anderson, hacia el que apunta la dirección artística de Carmen Main, la dirección de fotografía de Ion De Sosa y el montaje de Juliana Montañés.

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Este ambicioso maridaje no se produce sin provocar algunos bandazos tonales en El fantástico caso del Gólem, situándola no tan cerca de ser la productiva rareza que promete como a un par de pasos de la disolución. Los trucajes de edición y efectos especiales son una constante a lo largo de El fantástico caso del Gólem destacando (como ya ocurría en Searching for Meritxell, IKEA2 o La reina de los lagartos) por una artificiosidad descarada que se aúpa a recurso estilístico y cómico kitsch en busca de la complicidad con el público.

En una película en la que casi nadie es quien (o lo que) dice ser, el que sus elementos más irreales gocen de un retrato más o menos costumbrista y viceversa podría ser visto como un indicio de coherencia abonada por un tono que, a pesar de la divertida incomodidad de algunos momentos, apuesta mayoritariamente por lo lúdico. Lo festivo de la banda sonora firmada por Sergio Bertrán, que se sitúa entre lo mejor del filme, apunta igualmente al petardeo como objetivo mayor, pero este encomiable espíritu se ve truncado por la arritmia en determinados pasajes, un desarrollo excesivamente mecánico en algunos momentos, y unas interpretaciones que, a pesar del buen nivel generalizado, parecen deslavazadas por huérfanas de una puesta en escena que sea capaz de sintonizarlas a todas ellas en su variedad.

Resulta muy significativo que lo que confiere una mayor precisión a esta película sean precisamente sus aspectos más graves y hasta convencionales. A modo de llamada a la madurez, las diferentes historias que entretejen El fantástico caso del Gólem terminan por solidificarse cuando la película se adentra en un tramo en el que la narrativa del filme, y las relaciones interpersonales que la sustentan, resultan comparativamente más convencionales, aunque lo hagan con un sentido del humor cuyo éxito es, no en vano, específicamente generacional.

Como un comentario sobre el aproximamiento de algunos de los representantes del posthumor (otrora revulsivo contra un panorama cómico español viciado y fallido para las generaciones más jóvenes) al mainstream cinematográfico y el audiovisual patrio, El fantástico caso del Gólem encuentra su propio lugar cuando comienza a orbitar alrededor de herederos considerados indignos de ocupar el trono de sus predecesores y de pactos entre jóvenes que, lejos de hacer su propio camino, desean legítimamente hacerse un lugar a medida en un mundo creado por sus progenitores. Así, y bajo la constante presencia de la muerte que recorre toda esta película como un ciclo de madurez que se abre y se cierra, El fantástico caso del Gólem queda convertida en testimonio de un relevo generacional producido tanto dentro como fuera de la ficción; uno en el que matar al padre no se traduce en un cambio de calado, sino en saberse parte humilde de una tradición.

El fantástico caso del Gólem (Burnin’ Percebes, 2023)

Dirección y guion: Burnin’ Percebes (Fernando Martínez y Juan González) / Producción: Roberto Butragueño y Pedro Hernández Santos, para Aquí y Allí Films y Sideral Films / Dirección de fotografía: Ion De Sosa / Montaje: Juliana Montañés / Música: Sergio Bertran / Reparto: Brays Efe, Bruna Cusí, Luís Tosar, Javier Botet, Roger Coma, Anna Castillo, Nao Albet, David Menéndez.

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