DUNE: PARTE DOS
La profecía de la corrupción
Dune: Parte Dos se abre como su predecesora: la pantalla en completa negrura y una voz grave, rozando lo monstruoso, que realiza en un idioma extranjero una sentencia. La cita ya no es la misma: “El poder sobre la especia es el poder sobre todos” (“Power over spice is power over all”). Los sueños dan paso al poder y en ese ligero cambio se encuentra la gran transformación en el camino de Paul Atreides. Una vez escuchados esos sueños, esos mensajes profundos que premonizan, solo cabe escalar hacia el poder; un camino que corrompe.
En esta secuela, Denis Villeneuve mantiene los claroscuros de su primera incursión en Arrakis, pero acaba de explotar toda esa dimensión temática que tan solo sembró en la primera. Ahonda tanto en ello que toda la complejidad en torno al cumplimiento de la augurada profecía puede llegar a resultar repetitiva desde guion, algo que quizás lleve a la película a moverse con mayor frenetismo para llegar a determinados puntos. Si bien superado ese posible escollo, esta secuela se construye como una obra mucho más política. Desde ese lugar de reflexión en torno al extremismo religioso, al colonialismo, al ensalzamiento de figuras carismáticas, a la lucha de poderes o a la corrupción en todas las esferas, Villeneuve encuentra resonancias estremecedoras con la contemporaneidad. Ahí subyace uno de los fuertes de esta obra de ciencia ficción: que en su esplendor visual y sonoro consigue abordar una serie de conceptos que apelan a nuestra realidad y, de repente, Arrakis no se siente un planeta tan lejano. Villeneuve allana el camino para una hipotética tercera entrega que adaptaría El mesías de Dune, donde la épica no subyace tanto en la aventura y el descubrimiento de un planeta extranjero, sino en los ardides de complots, traiciones y propósitos superiores.
Si Dune se tomaba su tiempo para poner las piezas sobre el tablero, en esta segunda parte la partida comienza sin titubeos. A toda esa magnitud característica de grandes sagas fantásticas o de ciencia ficción se le une la telaraña política y de dinámicas relacionales que se le podrían asignar a Juego de Tronos o La casa del dragón. Esto le da una cercanía más dramática a esos temas subyacentes, que hacen que se pase de una primera parte más cercana al Bildungsroman a otra donde los grandes conflictos que sacuden al mundo son asimilados, y una actitud y opinión se empieza a sembrar sobre ellos. La inocencia aún arrastrada en la juventud se ve sacudida por la crudeza del mundo adulto.
La contemplación del paisajismo yermo y la captura de las luces cambiantes del desierto en una fotografía terrosa, los grandes planos generales y las puntuales escenas de acción encuentran su equilibrio con la introducción de lo íntimo y lo facial. Ese cambio de narrativa y el ahondamiento temático de la secuela eleva la importancia de los personajes. La película no solo nos sumerge a nivel visual y sonoro en el mundo de Frank Herbert, sino que nos mete de lleno en la psique de los personajes; unos personajes contra el mundo. Y en ese allanamiento del terreno se abre un espacio para el despliegue actoral. De ahí que el encuadre de los primeros planos se contraponga al de grandes escenarios para dar mayor protagonismo a unos rostros que se van transfigurando a medida que la Guerra Santa se aproxima, que profecía y propaganda se entremezcla, que se pierden las fronteras morales y que los blancos y los negros se diluyen.
Al margen del liderazgo de Timothée Chalamet -quien domina con maestría ese viaje del antihéroe ensuciado por la profecía-, la personificación sanguinaria realizada por Austin Butler o el camuflaje absoluto ejemplarizado por Antonio Bardem como un Fremen más, lo que más destaca a nivel interpretativo en consonancia con lo temático son las actuaciones de una tríada de mujeres: Zendaya, Rebecca Fergusson y Florence Pugh. Cada una personifica un vértice en la escalada del conflicto, de actitudes contrarias, desde la mínima expresión facial. Florence abre una puerta a la vulnerabilidad e incapacidad de acción en la guerra desatada, es también la abanderada del conocimiento y la inteligencia: una ajedrecista a la que se le han impuesto los movimientos a realizar. Su semblante serio y sorprendido la muestra como una figura engrandecida, pero víctima de aquello programado por su entorno (el emperador y las Bene Gesserit). Por su lado, Rebecca encarna el esplendor y el envilecimiento del poder; su rostro trasciende desde la preocupación e indefensión de una madre a uno enmarcado en aires de grandiosidad. La fragilidad de sus facciones van mutando hacia una serenidad aterradora que gira en torno a una mirada hipnótica de quien sabe que posee el control; no hacen falta voz y ordenamientos cuando sus ojos atraviesan con la voluntad de quien no se va a dejar pisar. Y, frente a todo esto, Zendaya ofrece complejidad a la trama y amplía la perspectiva del colonizado desde una actitud de guerrera que caracteriza a su personaje, Chani. Esa actitud se llena de los matices del enamoramiento, la duda, el miedo, la traición y la rebeldía. Así, Zendaya hace de la joven Fremen un personaje que habla hasta en los silencios, hasta en ese último plano solitaria: la acción nos informa de que está a punto de montar a un gusano de arena, su fisionomía nos traslada al poso emocional combativo de Chani cubierto por la preocupación de lo que se avecina. Zendaya consigue afianzar lo humano dentro de una historia de almas corrompidas.
Al final Dune: Parte Dos vuelve a conseguir ese extraño equilibrio entre la majestuosidad del blockbuster y la mirada lírica, el balance entre la exaltación de la acción y la mirada del reposo, el punto medio entre la gesta heroica y la reflexión filosófica. Denis Villeneuve sale indemne de su segunda aventura arrakiana y sienta las bases para un posible -y necesario- cierre que acabe afianzando la densidad de la obra de Herbert.
Dune: Parte Dos (Dune: Part Two, EE.UU., 2024)
Dirección: Denis Villeneuve / Guion: Jon Spaihts, Denis Villeneuve / Producción: Priscilla Bertin, Valérie Bournonville, Karim Cham, Marie Darel, Judith Nora, Joseph Rouschop / Música: Hans Zimmer / Fotografía: Greig Fraser / Montaje: Joe Walker / Interpretación: Timothée Chalamet, Rebecca Ferguson, Zendaya, Javier Bardem, Austin Butler, Josh Brolin, Florence Pugh, Dave Bautista, Léa Seydoux, Stellan Skarsgård, Christopher Walken, Charlotte Rampling, Souheila Yacoub, Anya Taylor-Joy, Tim Blake Nelson