DOS DIES I L’ETERNITAT
El poder de una imagen suspendida en el tiempo
Godard anunció la muerte del cine en los años sesenta. Sin embargo, la evolución es imparable. Marc Esquirol responde con un mediometraje que combina los elementos del cine clásico –en especial, la Nouvelle Vague– con el avance tecnológico y una mirada puramente actual sobre la vida. Las ganas de vivir, de amar y a la vez olvidar y reconstruir los corazones rotos. De sacar todo el jugo a lo que regalan los días y convertirlo en un juego sin importar el mañana. Dos dies i l’eternitat (2023) contiene toda esa alma joven concentrada en una historia redundante, ya vista en Pierrot, el loco (Jean-Luc Godard, 1965) o en Al final de la escapada (Jean-Luc Godard, 1960), pero dándole la vuelta y transportándola a dos veinteañeros del siglo XXI.
El film mantiene esa alma amateur y es consciente de ello en todo momento. Pero en lugar de restar, Esquirol lo aprovecha para sacar el máximo provecho. El estilo novicio casa con la forma de ser de los protagonistas. Laia, que hasta ahora nunca había sido rebelde en casa ni discutido con sus padres, y Marc, un estudiante de cine con el corazón roto incapaz de olvidar a su exnovia. Ambos se lanzan a la aventura que necesitan para sentirse vivos. “¿Por qué no hacemos una película? Una de robos, una de escapadas” dice Laia. Esa adrenalina vivaz fuera de los teléfonos móviles y de la burbuja en la que una ha crecido (un pasillo vacío en la que hay voces). El uso de la handycam, ellos corriendo por calles francesas disparándose con sus manos en forma de pistola y al sonido de un balazo real hacen explícito ese juego de la vida del que hace eco la película.
En este sentido, Esquirol hace un completo uso del artefacto cinematográfico . La narración se construye con todas sus posibilidades: fotografías que simulan continuidad, imagen en movimiento como si fuera fija, animación, cámara rápida, secuencias superpuestas e incluso efectos especiales. Todas esas modalidades están al servicio del mensaje y no en vano, la cultura audiovisual con la que ha crecido esta generación florece en una interpretación también de la representación.
El diálogo tampoco queda en segundo plano, más bien nace de él una reflexión sobre cómo nos relacionamos con la tecnología: los mensajes leídos se susurran con sendas voces, mientras que los ignorados se quedan como lo que son, mensajes de palabra escrita. La música se presenta como un reflejo del estado de los protagonistas. El bonito recuerdo de ambos bailando en la fuente (extraordinario plano del reflejo de la danza de los protagonistas en el agua sin que el encuadre esté completo en la pantalla) mientras Pau Vallvé canta «La vida és això». Aunque también se aprovecha de diferentes melodías para sumergir la imagen en un estilo concreto. Suenan las típicas trompetas cuando el director quiere transmitir ese jovial espíritu francés rebelde, mientras que una música casi de tutorial suena mientras la casera hace su rutina, aburrida, metódica.
Dos dies i l’eternitat se convierte, así, en un espacio de reflexión libre a través de las percepciones individuales. De la misma forma que los padres buscan a Laia, ella busca a su gato; él la quiere y la busca, ella, se va. Esquirol hace lo mismo, grosso modo, con el cine. Reivindica que lo importante no es el cómo se hace una película, si no el qué. Igual que hacen los personajes, aprovechar las cartas que a cada una le toca. Romper ese vínculo elitista del arte y dejar al espectador que dialogue con la película, como hacen los personajes en su propia búsqueda de la libertad. Al final, lo único se queda, como una imagen en el tiempo, como las películas de Godard, como los recuerdos de ellos bailando en la fuente; el poder que tiene el cine, el de la eternidad.
Dos dies i l’eternitat (España, 2023)
Dirección: Marc Esquirol / Guion: Marc Esquirol / Producción: Max Mir / Fotografía: Jaume Roma / Montaje: Marc Esquirol / Reparto: Miki Lloret, Sara Espías, Ferran Herrera, Silvia Alabart, Claud Hernández