DON JUAN
Registros del cuerpo
Hay relatos clásicos que siempre resultan contemporáneos, y por lo tanto nunca escasearán nuevas versiones de los mismos en el medio cinematográfico, motivo por el cual es un desafío mayúsculo conseguir darles a estos una apariencia diferente y fresca. El filme que nos ocupa, aún con sus dudas y torpezas, logra desempeñar con éxito dicha empresa. Una narración de naturaleza teatral tanto en registro como en representación que, a su vez, presenta una marcada personalidad cinematográfica. Tras presentarse en la sección Première del Festival de Cannes de 2022 aporta un contrapunto singular en la taquilla veraniega Don Juan (2022) de –Serge Bozon, mirada al mito literario de Tirso de Molina con una presencia predominante de Tahar Rahim y Virginie Efira, en los papeles de Laurent y Julie, respectivamente. Una muñeca rusa de capas de representación abierta en diálogo consigo misma que representa las inquietudes y anhelos de un peculiar perfil masculino envuelto en un angustioso parque de seducciones. Un dispositivo bañado de elementos atractivos para aplicar el bisturí sobre ellos, pero que descalabra al balancear la transparencia con la que teje sus discursos, quedando estos en un indefinido y frustrante término medio.
Los personajes principales son, más que personas, actores. Lo son en su trabajo, pero también en su propia vida. Y a través de su mascarada reflejada, entran, salen, se hechizan y repelen en un romance tan intenso como tóxico. El relato se construye desde la perspectiva subjetiva y confusa del personaje interpretado por Rahim, y lo que vemos a través de sus ojos está marcado por una frustración y añoranza que aleja al filme de cualquier conexión con el realismo desde los primeros minutos del metraje. Un mujeriego que, reincidente siempre en los mismos errores, no sabe tratar a las mujeres.
Filme más introspectivo y solitario que apoyado en acciones pese a depender de dos elementos para la relación romántica, en el que vemos a las mujeres como las ve este Don Juan contemporáneo (desde la apariencia que toman los rostros de las diferentes mujeres con las que interactúa en su recorrido). Un varón desorientado a la deriva por un relato meta-cinematográfico de capas de representación desveladas y enfrentadas entre sí, dónde códigos dispares de diferentes medios de expresión se difuminan en un juego de estilo. Un melodrama romántico sumergido en el teatro y sus rutinas de ensayo que es, ante todo, un musical impredecible. Uno en el que la música, al igual que los movimientos de cámara, intercede como agente disruptivo. Las cuerdas afectadas marcan los tonos trágicos de la pasión romántica y obsesión de Laurent, y las secuencias de canto emergen como vía de escape de la impotencia de los actos y como manera de expresar los sentimientos abrasivos que yacen bajo la piel del filme.
La personalidad del filme es fuerte y seductora, y resulta siempre estimulante para el espectador observar una película que siempre escoge la vía menos esperada. Una hoja de ruta por la que se avanza a trompicones, pero en la que se transmite ideas y sensaciones en cada plano. Paneos horizontales bruscos de seguimiento, encuadres con personajes a diferentes distancias y en lados opuestos del cuadro…Un experimento constante de elegancia y ambición conceptual, en el que diferentes artes se vinculan para tratar todas ellas un mismo conflicto. Un sensual laberinto que se muestra resquebrajado en su deriva por fugas artísticas en perpetuo resquebrajamiento, donde tan importante es la palabra como el cuerpo. No es filme de hallazgos sino de búsquedas, así como de ensayos mas que de obra teatral final representada. Y en este contexto, como en los paseos solitarios de Laurent, la gestualidad de las manos y el contorneo de movimientos de los personajes tanto en indicaciones teatrales como en danzas añaden un histriónico registro propio que, como con el resto de aspectos meta-cinematográficos de la película, abre preguntas pero no da respuestas.
Por todo ello la experiencia de visionado de Don Juan es insatisfactoria, en tanto no llega a ser ni demasiado compleja, ni lo suficientemente simple. No se expone cristalina, pero tampoco críptica. Su dispositivo de reflejo del romance entre la representación teatral y la vida privada de sus personajes (actores en el teatro, en la vida, y en la propia película) es tan atractivo como obvio e, independientemente del extravagante estilo de la puesta en escena, gastado. Y si bien se amplia el crisol de personajes y se expanden las interacciones entre ellos, el filme se entrega desvelado su artificio a la reiteración de las mismas ideas. En suma, un compendio de formas sugerentes pero ideas exploradas con escasa profundidad. La caligrafía fílmica es refinada y libre, pero nunca se articula para elevar al relato por encima de la curiosidad.
Cine sensual y que no teme al tratamiento exagerado e histérico del ardor amoroso desde un tono galante, que cuenta con el entregado esfuerzo de unos magnéticos Rahim y Efira, pura carne de la que manan emociones y furia artística por canalizar. Pero en el que, lamentablemente, las posibilidades de resonación sugeridas en sus primeros compases derivan en un desarrollo no tan sofisticado.
Don Juan (Francia, Bélgica, 2022)
Dirección: Serge Bozon / Guion: Serge Bozon & Axelle Ropert / Producción: David Thion et Philippe Martin para Les Films Pelléas, Frakas Productions, Radio Télévision Belge Francophone (RTBF), Proximus, Shelter Prod, VOO y Be TV. Distribuidora: Atalante / Fotografía: Sébastien Buchmann / Montaje: François Quiqueré / Música: Benjamin Esdraffo, Laurent Talon & Mehdi Zannad / Diseño de producción: Pascale Consigny / Reparto: Tahar Rahim, Virginie Efira, Alain Chamfort, Damien Chapelle, Jehnny Beth, Louise Ribiere, Colline Libon, Elsa Esnoult, Marie Desgranges.
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