BELLE
El espacio interior como última frontera de la referencia
A lomos de una ballena tuneada, rodeada de personajes de fantasía y sobrevolando un abismo digital en un mundo alternativo. Así es como Mamoru Hosoda presenta a Suzu, la protagonista de su última película, Belle (2021), en un número musical imposible, demente y súper estilizado. Un perfecto resumen del leitmotiv más rastreable a lo largo de su filmografía: Hosoda crea una sensación de libertad cósmica e inagotable a través de las vidas alternativas que les ofrece a sus personajes.
Belle es, a efectos prácticos, el reverso que Disney desearía que fueran sus productos orientados a adaptar otros cines extranjeros. Es Hosoda aplicando el musical occidental a un universo nipón perfectamente lógico dentro de las normas de su cine, utilizando los medios de una narrativa más que machacada para devolver una visión diferente de algo que ya es costumbre. Los segmentos animados en el mundo virtual abrazan una mecánica y un lenguaje animado más aplicado al cine de animación 3D de Hollywood, del Disney de la última década, que el de un anime de estas características. Se vale de una mentalidad indiscutiblemente posmoderna para exhibir sus referentes culturales a través de avatares y emuladores que devuelven un reflejo inocente pero más depurado y eficiente, con una premisa similar a la de Ready player one de Ernest Cline, novela que se hunde en un océano de sabelotodismo friki sin detenerse a reflexionar sobre su naturaleza camaleónica.
Si La bella y la bestia como premisa es el concepto que abraza Belle para construir su catálogo de citas, el propósito último de las mismas es el de destripar el compendio de imágenes e ideas a los que acude el texto original. Por lo tanto, el que la bestia de Hosoda sea animada en su momento de mayor exhibición sentimental, exactamente fotograma a fotograma, del mismo modo que fue animada para la versión de Gary Trousdale y Kirk Wise, denota un respeto y conocimiento mayor por el material original de lo que cualquier otra adaptación pueda aspirar. Todo ello sin perder un lenguaje primeramente suyo. Hosoda construye ese léxico de referentes alrededor de una ambientación artificial, idílica, donde los personajes pueden ser su versión más idealizada de ellos mismos. Esa admiración hacia lo que se está referenciando solo sirve para sublimar aún más el subrayado de esta o cualquier otra ficción que se hubiera adaptado para semejante escenario, sin ser del todo evidente sobre qué se está usando como referencia. El resultado es un homenaje cuidado, como un secreto a voces que nadie se atreve a verbalizar. Puede que los protagonistas realmente reconozcan toda la debacle que están experimentando como una representación de un texto popular, pero siempre desde el respeto a la ficción que ahora están ellos (consciente o inconscientemente) interpretando.
Belle funciona como homenaje moderno a un musical noventero con pretensiones, llevado a una ambientación pop, súper desmedida y reaccionaria. Huye de la solemnidad Disney para acabar con un final sorpresa algo tramposo que sirve como recordatorio de lo importantes que son estas identidades paralelas que permiten a sus protagonistas escapar de una realidad triste. De ahí que incluso la animación marque una frontera entre ambos mundos. Las secuencias en el pueblo son teatralmente mecánicas, eficientes en su simpleza de mostrar la cotidianidad de la vida en el campo. En cambio, dentro del mundo digital, la animación se desata en un torrente imaginativo de cámaras flotantes, planos imposibles, imágenes inmensas de multitudes y números musicales más grandes que la vida misma.
Belle (Ryū to Sobakasu no Hime, Japón. 2021)
Dirección: Mamoru Hosoda / Guion: Mamoru Hosoda / Producción: Yohann Comte, Yûichirô Saitô / Música: Yûta Bandoh, Ludvig Forssell, Taisei Iwasaki / Fotografía: Tetsu Machida / Dirección Artística: Anri Jôjô, Eric Wong / Reparto: Kaho Nakamura, Ryô Narita, Shôta Sometani, Tina Tamashiro, Ryôko Moriyama, Michiko Shimizu
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