ANHELL69
Fantasmas de la represión
Anhell69 (Theo Montoya, 2022) es una de esas estimulantes películas que requieren de un ejercicio de interpretación para poder funcionar más allá de su condición inmediata de diario personal, el de su máximo responsable que, no en vano, ejerce como director, coproductor, guionista, director de fotografía y comontador. Pero el primer largometraje del cineasta colombiano es -o puede ser- una y varias cosas a la vez a pesar de que su punto de partida es tan aparentemente simple como trágico y hasta desolador.
En el año 2017, Montoya invitó a un grupo de amigos a participar en la audición de una película que iba a dirigir, y que iba a llevar por título Anhell69. Situado en un Medellín distópico, este filme que jamás llegó a existir dibujaba un futuro en el que las elevadísimas cifras de mortalidad por homicidio en la ciudad colombiana obligaban a los difuntos a coexistir con los vivos en un mismo plano de existencia, dado que el más allá se había vuelto aparentemente incapaz de asumir tal volumen de fallecidos. Una convivencia que no tardaba en dar sus frutos cuando el joven Anhell69 (que iba a ser interpretado por Camilo Najar) daba el paso a mantener una relación sexual sin preservativo con uno de los espectros -claramente inspirados en los aparecidos en Uncle Bonmee recuerda sus vidas pasadas (Apichatpong Weerasethakul, 2011)- que moraban en suelo colombiano, dando el pistoletazo de salida a una nueva era de placer prohibido: la espectrofília. Siguiendo sus pasos, jóvenes y fantasmas aprovechaban la oscuridad de la noche para celebrar bacanales donde convertirse en amantes y cómplices de un deseo criminalizado por las ultraconservadoras autoridades del país que reaccionan creando un ejército de cazadores de espectrofílicos. La muerte de Anhell69 a manos de estos cazadores será la chispa que encenderá una rebelión contra el orden establecido.
Interpretable como una beligerante parábola de la violencia en la sociedad colombiana, así como de la clandestinidad (sexual) de muchos de sus jóvenes con orientación e identidad sexual diversa, la historia de ficción de esta frustrada Anhell69 es reconstruida desde lo documental en esta película homónima, definida por su director como un filme trans. Narrador omnisciente en off de todo lo que transcurre en Anhell69, el pensamiento y memoria de Montoya son los vectores de una narración que combina sus vivencias personales con opiniones propias y ajenas sobre, entre otras cuestiones, el acuerdo de paz firmado entre el gobierno colombiano y las FARC en 2016 o la violencia legada en el país por Pablo Escobar.
Aunque a pesar de estos elementos autobiográficos, Anhell69 desborda muy pronto la categoría de diario filmado al integrar en igualdad de condiciones imágenes de archivo de los castings de aquel 2017 con fragmentos de películas de ficción, noticiarios televisivos, videos y fotografías extraídas de redes sociales y otras tomadas directamente con su teléfono móvil. Y lo que nace con la aparente voluntad de resucitar un proyecto frustrado se convierte en una carta de amor espectrofílica elevada a gesto político gracias a su dimensión de collage documental, y quizás por ello un tanto arrítmica en algunos tramos en comparación del interés que alcanza en sus mejores momentos
El título de este palimpsesto fílmico proviene del apodo en Instagram del joven actor Camilo Najar del que Montoya quedó prendado a poco de conocerse durante la audición de aquel primer Anhell69. La muerte de Najar por sobredosis, poco después, fue la primera de las muchas que se produjeron en los siguientes meses de desarrollo frustrado de un proyecto que, bajo sus ropajes de serie B, aspiraba a dar carta de naturaleza a la homosexualidad y transexualidad de muchos de los amigos y compañeros creativos de Montoya, que él mismo define en Anhell69 como representantes de la alteridad de la sociedad colombiana.
Bajo esta perspectiva la cámara de Montoya recoge las clandestinas fiestas trans de Medellín, retratándolas como celebraciones fantasmales en recónditos lugares oscuros donde Drag Queens y hombres y mujeres bajo monstruosas caretas y disfraces comparten su alteridad respecto a una sociedad conservadora y una naturaleza casi maldita, condenados como están a vivir en un país que sueñan con abandonar para tener un futuro
Pero eso no es todo, Montoya también fusiona las apariciones espectrales de Medellín con las figuras de arte-denuncia realizadas por las madres de jóvenes desaparecidos, y que el cineasta filma, en sugerentes pasajes visuales, como si se trataran de una misma cosa. Un trampantojo entre realidad y ficción que sitúa el deprimente retrato social de Anhell69 más allá de la condición sexual o de género para establecerse como un espacio de reflexión sobre diferentes identidades -personal, social y nacional- en conflicto permanente con sus fantasmas.
Desde diferentes frentes y otros tantos formatos audiovisuales, el Medellín contemplado por Montoya es un lugar devorador en el que el abandono y la muerte son presencias que todo lo contaminan en base a orfandades prematuras, historia de amor violentamente truncadas, enfermedades, pobreza, drogas, discriminación y brutalidad institucional y donde, rizando el rizo, el amor de los vivos muchas veces solo puede sobrevivir con la mirada puesta en el pasado, cuando los seres queridos aún se hallaban entre los vivos. La voz monocorde de Montoya en calidad de narrador es quizás la muestra más palpable del nihilismo que recorre de cabo a rabo su película, gracias a que lo que tiene de documental desarma la condición de distopía futura de la película de ficción en la que se inspira para demostrarla como parte de un presente real.
En este orden de cosas, las numerosas tomas de espacios públicos vaciados de toda presencia humana, la apuesta vital por el placer más inmediato de muchos de quienes aparecen el filme o, de forma un tanto más evidente, la descripción de Montoya de sus redes sociales, convertidas en “un cementerio”, o el inicio del filme, que plantea el viaje de un coche fúnebre (conducido por el cineasta colombiano Víctor Gabiria), con el propio Montoya dentro del féretro, se erigen en toda una declaración de principios que difícilmente puede verse como tal hasta bien entrada esta ya de por sí breve película de apenas hora y cuarto de duración.
Estos primeros minutos de gracia hasta que las piezas encajan requiere de cierta paciencia inicial pero, cuando por fin da sus frutos, sus interesantísimos efectos se extienden a lo largo y ancho del filme e incluso retrospectivamente, armonizando la amalgama de contenidos autobiográficos con la visión que Montoya demuestra tener de la sociedad que le rodea, convirtiendo las imágenes grabadas por el cineasta a pie de calle durante una manifestación duramente reprimida por las fuerzas policiales en el trasunto de la rebelión espectrofílica ideada para la película de 2017, o a Gabiria, intérprete del conductor del coche fúnebre, en todo un Caronte contemporáneo que circula por una urbe de Medellín convertida por Anhell69 en una laguna estigia de secano.
Ecos y resonancias que convierten Anhell69 en una caja de resonancia cinematográfica cuyo sentido último solo puede existir de la confluencia entre la ficción del filme que no pudo ser y la realidad recogida en el ensayo audiovisual que ha conseguido existir, a hombros de su frustrado precedente. Una película basada en una terrible realidad que provoca que los vivos y los prematuramente muertos se confundan en pantalla, en misma medida que las supuestas fronteras entre lo personal y lo político se diluyen poniendo en imágenes la ausencia de los que ya no están, para convertir a los invisibles en resistentes.
Anhell69 (Colombia, Rumanía, Francia y Alemania, 2022)
Dirección y guion: Theo Montoya / Producción: Theo Montoya, Maximilian Haslberger, David Hurst y Bianca Oana, para Monogram Film / Dirección de fotografía: Theo Montoya / Montaje: Theo Montoya, Delia Oniga y Matthieu Taponier / Reparto: Camilo Najar, Sergio Pérez, Juan Pérez, Alejandro Hincapié, Julian David Moncada, Camilo Machado, Víctor Gaviria, Alejandro Mendigana, Theo Montoya.