AKIRA
Deus ex machina
Akira (1988) sentó las bases de lo que podríamos denominar una oleada de anime centrado en la cuestión de Dios que surge del apocalipsis existencialista. La obra de Katsuhiro Ôtomo, más allá de las carreras de motos y el cyberpunk, es una obra con un trasfondo semibíblico pionera en mostrar las consecuencias del poder ilimitado y abordar cuestiones elevadas. A grandes rasgos, la obra viene a proponer una visión caótica de un mundo futurista en el que la tecnología ha ido demasiado lejos y, por doquier, los experimentos sociales, políticos y científicos generan total desasosiego. En este mundo el poder divino se encuentra en manos de los hombres cuyos gobiernos esconden armas humanas capaces de proezas tan asombrosas como terroríficas. Por ejemplo, los niños/ancianos de Akira son un ejemplo único en el anime de esa generación debido a su cualidad híbrida entre inocente y sabia. Pero es, sin duda, en el personaje de Tetsuo donde aparecen los vestigios más claros de toda una estirpe de seres omnipotentes hombre-máquina que se preguntan sobre su condición mientras poseen un poder cercano al de un dios. Tetsuo es el origen desdibujado y grotesco de The Puppet Master en Ghost in the Shell (Mamoru Oshii, 1995), los EVA y los Ángeles de Neon Genesis Evangelion (Hideaki Ano, 1995-1996), el Proxy en Ergo Proxy (Shuko Murase, Tatsuya Igarashi, Hiroki Kusumoto, Akira Toba, Kei Tsunematsu, 2006) o Eiri Masami de Serial Experiments: Lain (Ryutaro Nakamura, 1998); un pequeño vistazo al personaje poshumano por excelencia.
Dentro de esa posición de superioridad de uno frente a todo lo demás, de la cualidad demoníaca corrupta y la benevolencia divina, Tetsuo se propone como el ejemplo perfecto de “poder irresponsable”. En su condición de renegado a segundón dentro de la banda de motoristas, sumado a los traumas infantiles y a lo inmaduro de su persona, el hecho de que adquiera poder semejante (debido a una mera casualidad) lo convierte en la amenaza principal de la película, aquella que hace a todos los demás olvidar sus diferencias y unirse para destruirlo. Al margen de lo maniqueo y tremendista del problema, esta idea resume a la perfección el miedo generado por la amenaza nuclear en el siglo XX. En Akira, los animadores y creadores japoneses deciden humanizar la Bomba para centrarse en poner cuerpo al enemigo que asoló su país. Y lo hacen de manera que la lucha escapa a las decisiones y acciones tomadas por los hombres para resolverse entre potencias equivalentes, niños con el poder de dioses que arrasan gran parte de la ciudad para restaurar un cierto equilibrio.
En el anime japonés un Génesis precisa de un Apocalipsis, parece decirnos el film que, sin duda, abrió la puerta de la solución fatalista para un nuevo comienzo en las películas y series posteriores. La belleza no puede ya encontrarse en la Tierra, pues el metal y el neón han asolado la sociedad mundial, solo en el cielo se puede vislumbrar un ápice de luz verdadera. El interés de Akira reside en su deforme concepto de la salvación porque su abuso de la destrucción, la masacre y la violencia conducen al nuevo amanecer de la humanidad. El problema del progreso tecnológico que nubla el juicio y crea monstruos se une al de un poder superior e invencible. La población sufre las consecuencias mientras un gobierno formado por los representantes de los sectores más importantes no hace nada para evitarlo. Un aire de cambio se avecina debido a la represión policial en las calles y un complot terrorista… Pero nada de eso importa cuando Tetsuo se convierte en el objetivo de la humanidad; una idea que bebe de las gestas fascistas teniendo también en cuenta que el único personaje con un poco de sentido común es un militar que da un golpe de Estado… La destrucción sin parangón traerá el anhelo de un orden férreo y tras la aniquilación masiva de unos civiles que poco importan en la película, surgirá el deus ex machina que traerá de nuevo el poder a los que aún queden con vida para hacer Dios sabe qué con las ruinas del viejo mundo.
Es lógico que la huella nuclear esté muy presente en el imaginario de los animadores japoneses obsesionados con el colapso y la explosión a gran escala. En términos generales, películas como Akira son la respuesta a la disyuntiva entre la magnitud aniquiladora de la bomba y la devoción que se puede procesar por tal poder destructivo. Esa visión tan polémica, pero aceptable para buena parte de Japón, de que “la Bomba fue un mal necesario” supone aquí otro final para comenzar de nuevo. Un Apocalipsis para un nuevo Génesis que, como sucede en la realidad, genera un discurso entre lo terrorífico y la impotencia.
Akira (Japón, 1988)
Dirección: Katsuhiro Ôtomo / Guion: Katsuhiro Ôtomo e Izô Hashimoto basado en el manga de Katsuhiro Ôtomo / Producción: Shunzo Kato, Yoshimasa Mizuo / Fotografía: Katsuji Misawai / Edición: Takeshi Seyama / Música: Shôji Yamashiro / Reparto: Mitsuo Iwata, Nozumo Sasaki, Nami Koyama
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