DOCUMENTAMADRID 2017: COMPETICIÓN NACIONAL DE LARGOMETRAJE
La película de nuestra vida, de Enrique Baró Ubach, no solo fue una de las mejores películas de la Sección Nacional de este DocumentaMadrid sino que sintetiza como pocas los caminos de la creación documental contemporánea. Un cine de no ficción capaz de hablar desde la más descarada individualidad, incluir a las generaciones más dispares y combinar la relajación y dilatación temporal de un acting naturalista de apariencia improvisada con la más férrea creación onírica y fantástica. Todo ello a través de tres hombres reunidos en pleno verano en una masía que, dicen, ocuparon en el pasado. Ambos pasarán un día de verano en relación a sus recuerdos, tanto de su infancia como de las generaciones que los precedieron. El tiempo pasa ocioso, entre partidillas de fútbol, una abundante comida o la calurosa siesta posterior. Todo es la preparación de una fiesta nocturna donde se reúnen más y más personajes anónimos. Como indica su título, la película no habla de nadie en particular para hablar de todos, así se entiende la aparición continuada de tres nadadores que interpretan posturas para convertirse en imágenes icónicas de nuestra vida y nuestros recuerdos. La vida se convierte en recuerdos, estos en imágenes y, a través de películas, como la de Baró Ubach, el círculo se cierra de nuevo en la vida.
Aunque la película de Baró Ubach se fue de vacío, la ganadora de la sección, El remolino de Laura Herrero viene a demostrar, en tiempos tan convulsos, que el método clásico de hacer documentales puede respirar igual de libre que los métodos formales más rupturistas cuando la ejecución, se sitúa al servicio de comprender y capturar la realidad que tiene delante. Herrero nos lleva al humilde pueblo de Chiapas que da título al documental para conocer la vida de Pedro (un campesino transexual) y su hermana Esther. Tal como el fenómeno meteorológico que da nombre a la zona, las vidas de Pedro y Esther parecen dar vueltas sobre el mismo lugar, absorbiendo lo de afuera sin dejar que nada lo abandone. Entre las inundaciones y los pantanos, el paisaje se diluye en sus habitantes para formar una parte más de la biografía de dos seres atrapados que luchan con pocas, aunque algunas, esperanzas por abandonar ese lugar, sino mediante su físico, al menos sí a través de su mente.
Las imágenes, la vida y los recuerdos también se unen en dos películas tan dispares como la ganadora de la Mención Especial del Jurado, Esquece Monelos de Angéles Huerta y Paisaxes da Capelada, de Alberto Lobelle (galardonado por su labor con el Premio a la Mejor Fotografía). En la primera, la directora parte de una imagen, la del río Monelos, convertido en la actualidad en una alcantarilla subterránea, para extraer, a través de diversos testimonios, todo lo que supone el rápido cambio urbano e industrial de una población, en este caso A Coruña. Con el río enterrado, Huerta desentierra su memoria y la del resto de habitantes o herederos de esa zona. No hay en las imágenes ni en los testimonios una intención reprobatoria a ese borrado imparable de la historia, sino un deseo de volver la vista atrás para conseguir avanzar. En el caso de la segunda película, Lobelle aborda también el paso del tiempo exclusivamente a través de una trabajada fotografía en blanco y negro de la Serra de A Capelada, que dota a las imágenes de una fascinación por el paisaje casi fantástica. Desde la misma creación estelar hasta la superación de la existencia humana, pasando por la deshabitada y punzante piedra mineral de los acantilados, las escenas, casi siempre amplias y generales, abordan el paisaje como algo cambiante y, a la vez, eterno e invencible.
Pronto se comprende por qué las imágenes no parecen querer volver la vista a la vida en Ala-Kachuu, obra en donde Roser Corella nos acerca a la tradición de Kirguistán que da título a su película, en donde es habitual que los hombres secuestren a las mujeres y las lleven a su casa. Una vez allí, por miedo al rechazo social, tienen dos opciones, o casarse o el suicidio. Durante el visionado, lleno de testimonios diversos en donde se refleja la normalidad y la ambigüedad de pensamiento en torno a la incorrección de esta brutal e ilegal tradición, planea la posibilidad de ver, finalmente, uno de estos secuestros. Hubiese sido una situación muy comprometida para el propio equipo de filmación grabar, impasible, el secuestro de una joven. Sin embargo, el relato quedaría incompleto sin dicha secuencia. Es en el epílogo y con unas imágenes grabadas por los mismos asaltantes con sus móviles (un grupo de hombres jóvenes en una actitud propia de despedida de soltero) donde constatamos la realidad anunciada por los testimonios anteriores. Como resultado, la obra de Corella deja en estado de shock pero su final, lejos de caer en el morbo, consigue justificar con creces la necesidad de no seguir mirando hacia otro lado, uno donde el término “tradición” sigue funcionando como argumento justificante.
Si El remolino contaba con escenas grabadas por la hija de Esther y Ala-Kachuu dejaba su secuencia más chocante en manos de la grabación de los asaltantes, Adentro, Pau Coll Sánchez se compone por entero de grabaciones realizadas por cinco de sus protagonistas, presos de un centro de menores. Un recurso que sirve para limpiar de prejuicios un mundo que ha gozado de demasiados retratos externos. Lo que vemos no es bonito, pero lo estimulante de la obra no es solo lo trágico del suceder de sus protagonistas, sino la normalidad aplastante de su cruda existencia. Mientras los meses pasan, unos salen y otros entran, Adentro capta ese tiempo de sus vidas, los morbosos sucesos solo son una pequeña parte de ello.
El favor del público se lo llevó la entrañable Donkeyote de Chico Pereira, un retrato clásico de personaje que toma las formas del western crepuscular para contar esta road movie sin coche pero con burro. El protagonista, un jubilado sevillano cuya intención es recorrer Estados Unidos de este a oeste siguiendo la ruta del exilio de los indios cheroqui acompañado de su inseparable burro Gorrión, adquiere su belleza de la melancolía que desprende otro viaje accidental, el de su pueblo hacia la costa andaluza. Así, lo que parecía el objetivo principal se queda fuera de la historia. El resultado es algo mucho más estimulante, otro viaje, el de un intento fallido donde su anacrónico y atrayente protagonista (tío del director), acaba, como en los mejores westerns, alejándose en el horizonte, satisfecho por el intento y consciente del fracaso de toda victoria.
Bricks muestra la fascinación sociológica de su director, el italiano Quentin Ravelli, por la pieza que se le descubre como fundamental en la España de las últimas décadas, el ladrillo. Así, desde la pura fabricación de este pequeño elemento de la construcción hasta la resistencia contra los desahucios, Ravelli busca personajes que protagonicen su relato, renunciando a la voz en off y a un carácter puramente informativo para apuntar su cámara hacia tres historias singulares que tiene ante sí. Las intenciones son buenas, lástima que la muestra luzca escasa y su forma plana e inofensiva más allá de su evidente respeto e interés por el tema que aborda. Finalmente, la metáfora del ladrillo como símbolo singular y tangible de la identidad y los problemas de un país, queda diluido en las historias individuales impidiendo que la singularidad alcance la perseguida representación de lo colectivo.
Se fue de vacío, sorprendentemente, la última película que vimos de la Sección Nacional. Converso, de David Arratibel, encierra ya en su título su fondo y su forma. Lo primero avanza su trama al narrar la aproximación del director a su familia, en la que todos se han ido convirtiendo poco a poco al más férreo catolicismo. El título también adelanta que la forma en la que el director va a intentar romper la barrera con su familia será mediante sucesivas sesiones de conversación con sus miembros. El resultado, lejos de extraer conclusiones que pondrían a Arratibel en la incómoda posición de criticar las creencias de su familia o, por el contrario, la de aceptar algo en lo que no cree rotundamente, acaba por ser un vehículo de ayuda para comprender y acercarse a sus seres queridos. Y es que, como decíamos, la vida se vive, a veces incluso se soluciona, a través de las imágenes.
Rafael S. Casademont
- Premio Mejor largometraje: El remolino
- Mención Especial del Jurado: Esquece Monelos
- Premio ARACNE al Mejor Director: Donkeyote
- Premio Movistar+ al Mejor Largometraje Iberoamericano: Adentro
- Premio a la mejor Fotografía: Paisaxes da Capelada