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COLOR OUT OF SPACE

Maldito culto

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Para los que crecimos en la era analógica del culto cinéfilo, tanto la enigmática figura de Richard Stanley como los casi 25 años transcurridos entre Color Out of Space y la que bajo otras circunstancias habría sido su tercera y penúltima película -la adaptación de La isla del Dr. Moreau de H. G. Wells cuya accidentadísima gestación fue documentada en Lost Soul: El viaje maldito de Richard Stanley a la isla del Dr. Moreau (David Gregory, 2014)-, nos retrotraen a un instante vital e histórico en el que la distancia temporal entre la primera toma de conciencia sobre la existencia de una película y su visionado final podía dilatarse meses, o incluso varios años. Un proceso de seducción que generalmente se saldaba entre el fanatismo hacia los títulos que lograban colmar las expectativas acumuladas con el tiempo y el desprecio por aquellos otros que, independientemente de sus virtudes, se hallaban lejos de una idealización generada por el boca-oreja, fugaces fotogramas imposibles de integrar en un cuerpo cinematográfico inédito por inaccesible, u obscuros fanzines de no menos difícil alcance en circuitos de distribución convencionales. Alegrías y decepciones adquiridas desde una cinefilia platónica por obligación, generadora de un selectivo panteón dentro la periferia industrial o cultural a la que, por méritos propios y ajenos, parece adscribirse una película como Color Out of Space, deseable y fallida en su incapacidad para reconciliar sus elementos más convencionales, como una estructura demasiado deudora, por consabida, del género fantaterrorífico de antaño, con los aspectos más anómalos de su tono y desarrollo dramático, y que pese a no ser pocos acaban resultando insuficientes.

Color Out of Space viene precedida por el casi cuarto de siglo que la separa del último intento de introducirse en un cine de alcance más o menos global por parte de Stanley, cuya aureola autoral y maldita se ha visto amplificada desde el mentado documental de Gregory hasta algunos elementos de su biografía más reciente, como su paso por un santuario para chimpancés en Uganda buscando expresamente la redención tras mancillar los bosques de Queensland, Australia, donde se rodó, ya sin él y bajo la batuta de John Frankenheimer La isla del Dr. Moreau (1996), pasando por sus trabajos como documentalista con The Secret Glory (2001), sobre la búsqueda del Santo Grial por parte del nazismo, o L’autre monde (2013). Una sombra personal y autoral pues, que ha alimentado las elevadísimas expectativas de esta su nueva película, publicitada entre otras cosas como el encuentro de Stanley con otro creador de culto (muy superior y consensuado) como Howard Philips Lovecraft, del que Stanley adapta el relato El color del espacio exterior. Pero Stanley no solo aborda (y mal que pese, banaliza) un universo literario que en su grado de abstracción siempre ha tenido dificultades para trasladarse a un lenguaje por lo general tan concreto como el del cine, si no que parte de un relato adaptado oficialmente con anterioridad en El monstruo del terror (David Haller, 1965) y Granja maldita (David Keith, 1987), pero que se sustenta sobre algunos elementos del todo intraducibles, al menos literalmente, al medio audiovisual.

Publicada por vez primera en 1927, y al parecer considerada por el propio Lovecraft como la mejor de sus obras, el sobresaliente relato El color del espacio exterior narra la llegada de un ingeniero a las afueras de la ineludible localidad de Arkham, en Nueva Inglaterra, con el objetivo de estudiar el terreno en el que se plantea la futura construcción de un embalse, y que se adentra en una parcela capaz de provocarle una inasible desazón vital, concretada por las leyendas que sobre ese terreno, antigua propiedad de la familia Gardner, corren por el pueblo y la memoria del viejo Anni Pierce. A decir de Pierce, cuyos recuerdos se convierte en la narración que sustenta gran parte del relato, un meteorito se precipitó sobre la granja de los Gardner, enfermándolos bajo la venenosa influencia psíquica de la roca caída de las estrellas y cuyo color se situaba en algún lugar más allá del espectro cromático conocido por el ser humano.

Todo un escollo visual que sin embargo el guion de Color Out of Space, co-escrito por Stanley y Scarlett Amaris, no esquiva, retomando además otros elementos del original como la llegada a la zona de un ingeniero acuífero aquí llamado Ward Philips (Elliot Knight), en la menos sutil de las múltiples referencias y guiños a Lovecraft y su obra diseminadas por toda la película, la reencarnación parcial del viejo Pierce en el hippy crepuscular Ezra (Tommy Chong) o la revitalizada presencia de la familia Gardner, que se ve elevada aquí a protagonista y centro de una trama situada en la actualidad y narrada, además, en tiempo presente, y que concreta física y teratológicamente lo que en el relato original era pura sugestión.

Color Out of Space explica la historia de Nathan Gardner (Nicolas Cage), su esposa Theresa (Joely Richardson) y sus tres hijos: Lavinia (Madeleine Arthur), Benny (Brendan Meyer) y Jack (Julian Hilliard). Una prototípica familia estadounidense que, pese a orbitar anímicamente alrededor un acontecimiento tan dramático como el extirpado cáncer de mama sufrido por Theresa poco tiempo atrás, resulta de una repelencia en su traslación a la pantalla que acaba por convertirlos en una parodia de la familia feliz que parecen intentar ser sin nunca conseguirlo. Y en este sentido, el retrato hecho por Stanley es de una falta de escrúpulos rayana en el nihilismo: el pequeño Jack parece siempre ausente, y el grado de desatención familiar que sufre a lo largo del metraje alcanza niveles de desfachatez cruelmente cómicos, Lavinia, practicante de Wicca, se mueve por los ancestrales bosques de Arkham a lomos de un caballo blanco, tocada con una diadema dorada y una capa púrpura, Benny se pasa el día fumando marihuana y metiéndose con su hermana como si aún fuese un niño, y Nathan, en un extremo muy beneficiado por la previsiblemente histérica encarnación de Nicolas Cage, más que un hombre preocupado por el bienestar de los suyos parece un integrista iluminado por un ideal familiar, desquiciado en su grado de bondad, obsesionado con su huerto y sus alpacas mientras se esfuerza por ser el perfecto marido hasta niveles inquietantes en su sobreactuada felicidad conyugal.

Una visión nada complaciente sobre la familia, entendida como una construcción cultural tremendamente frágil que se sustenta en una vaporosa fotografía, cortesía de Steve Annis, la demora en planos detalle que subrayan la presencia oculta en elementos telúricos y artísticos de las ominosas fuerzas que se ciernen sobre la granja de los Gardner, cuyos miembros parecen ser ya presos de no pocos trastornos que la llegada del meteorito no hará si no evidenciar. Pero esa intencionalidad no cuaja en la atmósfera alucinada a la que parece aspirar, debido en parte a que Color Out of Space remite a algunos de los tropos propios del cine de género fantaterrorífico de la pasada década de los ochenta, evocada desde su magnífica banda sonora, firmada por Colin Stetson, y una iluminación cromáticamente saturadísima que alcanza su cénit en la muy discutible decisión de hacer del imposible cromatismo del relato original en una luz fluorescente, muy similar al color púrpura, que -ironías del momento- se propaga como un virus. Afortunadamente, el filme de Stanley no remite a este periodo del género desde la nostalgia o a través de su intelectualización, pero es igualmente incapaz de generar emoción a partir de los elementos más adscribibles al género que lo componen, y que se ven así reducidos a meros convencionalismos. Un extremo alimentado por el hecho de que, más allá del impacto que provocan determinadas escenas, el rechazo que provocan los Gardner mientras son literalmente destruidos por unas fuerzas cósmicas, vitales y telúricas (a las que cree dominar en igualdad de condiciones a través de una forma de vida new age) bajo una posible lectura política apuntada desde un histérico clímax con no pocas referencias a la iconografía mediática legada por el 11-S estadounidense, provoca más distancia que desazón, más humorada negra a costa de su tragedia personal que auténtico vértigo existencial.

Una decepción que no solo es el resultado de la diferencia entre planteamientos y resultados en Color Out of Space, también lo es de la fagotización del culto cinéfilo de antaño, generado desde las bases a lo largo del tiempo, por su opuesto, el hype, que prefija, ya desde antes de su estreno, como leer y consumir un nuevo, prefabricado y rentable objeto de culto en una era basada en la inmediatez.


Color Out of Space (EE.UU., 2019)

Dirección: Richard Stanley/ Producción: Daniel Noah, Josh C. Waller, Elijah Wood y Lisa Whalen/ Guion: Richard Stanley y Scarlett Amaris, basada en El color del espacio exterior, de H.P. Lovecraft/ Fotografía: Steve Annis/ Montaje: Brett W. Bachman/ Música: Colin Stetson/ Reparto: Nicolas Cage, Joely Richardson, Madeleine Arthur, Brendan Meyer, Julian Hilliard, Elliot Knight, Tommy Chong.

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