CLOSE
Retazos de amistad, murmullos de culpa
«Es más fácil para ti esconderte en tu propia oscuridad, que emerger envuelto en tu propia vulnerabilidad. No mejor, pero más fácil. Sin embargo, cuanto más tiempo lo retengas, más probabilidades tendrás de sofocarte. En algún momento, debes respirar.» – Open Water (Caleb Azumah Nelson, 2021)
Ha estado siempre en constante movimiento, acompañando a los personajes y ensalzando sus rostros, pero en ese momento la cámara se detiene y toma distancia. Léo (Eden Dambrine) se queda centrado en plano, sobre la camilla, cabizbajo y, mientras comienzan a vendarle la muñeca, se echa a llorar. Ahí, Léo recupera su vulnerabilidad, la deja manar sin la contención que lo estaba sofocando; entonces, vuelve a respirar. Una respiración entre lágrimas que el doctor malinterpreta por el dolor de un brazo roto tras un accidente deportivo. Sin embargo, el lloro no nace de ahí, sino de un corazón roto y teñido por la culpa.
Close (Lukas Dhont, 2022) se presenta así como una historia sobre el amor y la pérdida, aunque aquí el foco amoroso se encuadra en una esfera marginada, en muchas ocasiones, a un segundo plano: la amistad. Dhont introduce sin dobles sentidos el valor del amor entre amigos como uno ni más ni menos válido que el de pareja. Asimismo, el conflicto estalla entre los dos protagonistas hermanados, Léo y Rémi (Gustav De Waele), cuando el cariño que se profesan choca con esa errónea percepción social en torno al querer profesado por dos personas del mismo género. Es como si más allá de ese profundo afecto expuesto tuviera que esconderse otra cosa, como si una amistad pura no fuera algo posible y no se pudiera expresar a través de miradas cómplices, compartir intimidad o mediante el tacto. El hecho de profesar ese amor -en un mundo ideal- no debería ser materia de cuestionamiento de la sexualidad individual. En el momento en el que se cuestiona da pie a una sociedad cohibida con sus sentimientos y que, como Léo, se ve obligada a reprimir su amor y su pena. Pues el mensaje parece claro: cuando se reprime la emoción libre y sincera, solo queda un dolor que tarde o temprano debe estallar.
En este contexto, la película se mueve en una dualidad cromática, de personajes y emociones, pero también conceptual. Conectando con su ópera prima Girl (2018), el director belga recupera la reflexión entre lo masculino y lo femenino, estos dos conceptos que tanto tiempo la sociedad se ha encargado de definir y encorsetar en herméticos polos opuestos. Si bien, simplificando las cosas, en su primer largometraje se abordaba ese juicio de lo femenino con el personaje de Lara, en Close se procede a una deconstrucción de lo masculino. En primer término, este enfoque lo protagoniza la relación cercana de amistad que existe entre Rémi y Léo y cómo, por juicios externos, comienza a trastabillar por el miedo del segundo a no ser “suficientemente hombre”. Eso lo lleva a un alejamiento en la relación, a la renuncia del roce y a la incursión en un simbólico esquema de masculinidad cuando decide entrar en el mundo del hockey sobre hielo. Un mundo que curiosamente siempre se muestra o bien en escenas conjuntas con todos vestidos con esos uniformes negros y los cascos abarrotados que cubren en todo momento los rostros, o bien en escenas de confrontación, colisión y “amables” batallas en los vestuarios.
En esta línea, la reconfiguración del frío imaginario del hombre y su comportamiento ideal para ser considerado como tal se lleva a cabo también a través de otros dos personajes secundarios: Peter (Kevin Janssens), el padre de Rémi, y Charlie (Igor van Dessel), el hermano de Léo. Por un lado, la presencia del primero es breve, pero significativamente poderosa. Él representa el quiebre de la figura paternal. Peter se desnuda ante las dos familias protagonistas para dejar entrever el dolor que lo corroe por dentro y su incapacidad por sacarlo fuera. Su necesidad hasta el último momento de contener el lloro es insostenible y hace que el silencio hable por sí solo, antes de sentir la necesidad de disculparse. No existe aquí la figura de un padre rígido, inquebrantable, autoritario o insensible, sino todo lo contrario. El demostrar esa vulnerabilidad diluye la distinción conceptual previamente mencionada. Por su lado, Charlie demuestra en su relación fraternal que un hombre no es hombre por la colisión, la violencia, la furia o la confrontación, lo es también en la escucha atenta, el reposo de una cabeza sobre el hombro de otro, las miradas cálidas que abrazan y las difíciles verbalizaciones del querer y el echar de menos.
Al igual que en Girl, aquí el foco recae sobre el individuo. Él es el eje central y, pese a la importancia de su interacción con otros personajes en distintos círculos -escolar, familiar, deportivo-, está por encima de lo comunitario y lo social. Ese acompañamiento del individuo, su aislamiento interno respecto del resto y la forma cómo impactan los distintos sucesos y decisiones tomadas se ejecuta con una clara apuesta formal. Lukas Dhont juega con la profundidad de campo, emborronando en muchas ocasiones el fondo y dejando lucir nítidamente tan solo la figura de un sujeto en escena. Además, cuando se trata de Léo, hay una apuesta por la distinción de este mediante los planos. Él siempre está en unos más cerrados con relación al resto o diferenciándose con una angulación distinta. Así, siempre se prima su punto de vista y se guía indiscutiblemente la conexión emocional del espectador.
Ese vínculo se logra igualmente con el trabajo actoral de Eden Dambrine, quien debuta de forma magnífica en Close. El joven juega con su magnética mirada para recorrer un vaivén de emociones. Sus ojos son el camino hacia la verdad y hablan. Son un sincero espejo a un alma que sufre y se atormenta por la culpa, por el duelo y la necesidad de un amado ausente. A lo largo de toda la película, algunos de los diálogos de Eden sirven como distracción concienzuda con la que evitar y racionalizar aquello que su corazón le dicta. Así pues, la sinceridad de sus palabras se va perdiendo en pos de la sinceridad de sus gestos, manifiesta de inicio a fin, con los que habla en los silencios y desmiente su actitud por aparentar que todo está bien. Cuando Eden Dambrine habla con la mirada, Léo se desgañita el alma ante el espectador.
A pesar del estereotipado cierre al que irremediablemente va avanzando Close, no es difícil quedarse con la fuerza de lo que se ha ido sembrando y el poderío de unas interpretaciones que invitan a la reflexión, a la verdad de aquellos temas tras la ficción. Lo estándar se cierra con un plano que sirve como broche para resumir la esencia emocional y narrativa de aquello contado. De nuevo, un gesto: una mirada a aquello perdido, una búsqueda de lo que fue, un deseo por ser perseguido y una cámara que sigue al protagonista en los primeros pasos hacia delante, sin mirar atrás, pero no por ello sin olvidar la tragedia. Esta no es únicamente el amargo desenlace, sino que surge mucho antes. En Close, la tragedia asoma con comentarios dichos sin aparente maldad o en ese inocente entorno escolar que se va pervirtiendo por una mirada heredada que reprime la emoción y el sentimiento sincero y sin barreras. Es al convertir el querer en un asunto de género o sexualidad cuando sucede la verdadera tragedia. Al final, uno debería llorar por aquello que verdaderamente le duele, sin tener que aparentar como Léo el dolor menor de un brazo roto.
Close (Bélgica-Francia-Holanda, 2022)
Dirección: Lukas Dhont / Guion: Lukas Dhont, Angelo Tijssens / Fotografía: Frank van den Eeden / Montaje: Alain Dessauvage / Música: Valentin Hadjadj / Productora: Menuet Producties, Diaphana Films, Topkapi Films, Versus Production / Reparto: Émilie Dequenne, Léa Drucker, Kevin Janssens, Eden Dambrine, Gustav De Waele, Igor van Dessel, Marc Weiss
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