CAVERNÍCOLA
Trogloditas de plastilina
Hay pocas estructuras tan invariables como las de las películas deportivas: el perdedor que lleva al equipo a la victoria, las secuencias de montaje de entrenamientos poco ortodoxos, el momento de depresión previo al inicio del tercer acto, el rival presuntuoso y despreciativo, el triunfo en el último segundo… Desde el auge del género en la década de los 80, la práctica mayoría de las historias que se han acercado al mundo del deporte han tirado de algunos o todos de estos lugares comunes, construyendo una especie de reglas del juego que han hecho del género deportivo algo tan pautado como un partido real. Cavernícola, la nueva película de Nick Park, una de las cabezas del estudio británico Aardman, no escapa de estas convenciones. De hecho, parece abrazarlas con fervor.
La historia comienza con un grupo de cavernícolas inventando el fútbol tras un cataclismo. Mucho tiempo después, otro grupo de cavernícolas tendrá que recuperar su habilidad para el balompié si quiere mantener el control del fértil valle en el que vive, amenazado por una civilización mucho más avanzada que ellos. En principio, podría ser el punto de partida de cualquier cinta Disney sobre el clásico equipo escolar de (insértese aquí el deporte que convenga) que ha de ganar el torneo nacional de loquesea para poder pagar las deudas de su orfanato/colegio/hogar de acogida, amenazado por un grupo de especuladores avariciosos. Sin embargo, ya desde el principio resulta evidente que hay cierta ironía en juego. Partiendo del hecho de que son un grupo de brutos prehistóricos los que inventan el deporte, y que lo hacen a partir de un extraño objeto que llega a la Tierra dentro de un meteorito para el que esos brutos no encuentran otro uso que darle patadas, el deseo de la película de no tomarse muy en serio la “épica” del once contra once se hace más que evidente. Cuando la civilización de la edad del bronce demuestra estar más interesada en la capacidad del fútbol para generar beneficios se añaden además toda una serie de no-tan-veladas referencias al espectáculo futbolístico como opio del pueblo y maquinaria del capitalismo que alejan a Cavernícola de cualquiera de esas cintas Disney.
Pero, al mismo tiempo, la película muestra un profundo cariño por esos brutos y el efecto que el deporte tiene en ellos. Es cierto, en lugar de investigar el extraño objeto alienígena que les llega del cielo, lo único que se les ocurre es patearlo de un lado a otro tratando de colarlo en porterías improvisadas. Sin embargo, eso también les ayuda a superar el trauma del cataclismo provocado por el meteorito. Igualmente, aunque el fútbol en sí resulta bastante irrelevante (no hay en Cavernícola preocupación alguna por la estrategia), el hecho de que les obligue a trabajar en equipo y a sacar lo mejor de ellos es mostrado con orgullo. Así, la película se convierte en una sátira del fútbol de las altas esferas y una parodia del cine deportivo pero también un canto sincero al deporte como fuente de aprendizaje vital, en este caso el de un grupo acostumbrado a la derrota y a no exigirse nada a si mismos que descubre que, pese a todas sus carencias, no pueden arrebatarles su pertenencia a un grupo cohesionado y respetuoso con las diferencias de cada uno de sus integrantes.
Es un planteamiento cien por cien Aardman. Todas sus películas giran en torno a personajes con cierto halo de vulnerabilidad, personas sencillas cuya única ambición es alcanzar cierta dignidad en la vida. Esto encaja a la perfección con el stop-motion, la técnica de animación con la que están confeccionadas casi todas sus obras. A diferencia de la animación 3D e incluso más aún que la animación 2D, el stop-motion favorece la visibilidad de lo artesanal, de la huella humana, de la imperfección. Es fácil observar en las figuras de cualquiera de las películas de este estudio el rastro de las manos de los animadores, esas manos que han modelado pacientemente cada personaje, cada rostro, durante horas para luego aprovechar esos modelados apenas unos segundos. Hay algo humilde en esta técnica que encaja muy bien con las historias que cuenta Aardman. En el caso de Cavernícola, la exquisita animación de la que hace gala es motivo suficiente para acercarse a las salas. A eso se suma el sentido del humor tradicional de Aardman, británico hasta la médula, lleno de ingeniosos juegos de palabras (poco cine resulta más imposible de doblar que el de este estudio) y slapstick de ritmo notablemente bien medido. Es posible que Cavernícola no sea el mayor logro de Nick Park; que cuanto más tierna resulte, más mordiente pierda; que no haya sido capaz de parodiar la rígida estructura del género deportivo y evitar al mismo tiempo lo predecible de dicha estructura. Aun así, resulta tan disfrutable que es fácil perdonarle sus defectos, porque la propia película parece dispuesta a asumirlos, a sentarse a tu lado y dejarte jugar con sus trogloditas de plastilina.
Cavernícola (Early Man, Reino Unido, Francia, 2018)
Dirección: Nick Park / Guión: Mark Burton, James Higginson, Nick Park y John O’Farrell / Producción: Richard Beek, Peter Lord, Nick Park, Carla Shelley y David Sproxton para Studio Canal y Aardman Animations / Música: Harry Gregson-Williams y Tom Howe / Montaje: Sim Evan Jones / Fotografía: Dave Alex Riddett / Dirección artística: Richard Edmunds y Matt Perry / Reparto: Eddie Redmayne, Tom Hiddleston, Maisie Williams, Timothy Spall, Richard Ayoade, Miriam Margolyes, Nick Park