Stephen King

CARRIE

Poesía para los prejuicios

Cuando uno se presta a escribir sobre el cine de los setenta, ante todo siente respeto y reverencia. Es difícil crucificar a una generación que barrió los estigmas de la industria americana. Pero lejos de eso que llamamos “Nuevo Hollywood”, existe otra verdad aún más sorprendente, la de la década dorada del cine de terror. No en vano estamos ante los bastardos de Alfred Hitchcock. Tiburones, motosierras o niñas poseídas amenizaban nuestras pesadillas. Pero en dicha generación, de entre todo ese puñado de alegorías impías, destacó un hombre que recuperó el suspense visual del director británico: Brian De Palma. Afincado en un sentido poético del voyeurismo hitchconiano, De Palma dibujó dentro de su período rojo una cinta de terror que nunca pareció ser tal cosa: Carrie (1976).

Quizás al oír ese nombre nuestra mente viaje directamente a las notas de Pino Donaggio o a cualquiera de las escenas que De Palma supo dilatar para iconizar a la tierna y lánguida adolescente. Tras dirigir Hermanas (1973) y El Fantasma del paraíso (1974), el cineasta americano rodó una de las obras más incuestionables de su filmografía. El sentido estético causa la extraña sensación de ser una mezcla de cinema verité aderezado con la ensoñación característica de fábulas como La bella y la bestia de Jean Cocteau (1946). Planos que se saturan a plena luz del día, resplandecientes, casi enemigos de la pálida piel de una Carrie esquiva. Luego, todo se torna oscuro.

La adaptación cinematográfica de la primera novela publicada por Stephen King es un hachazo contra los prejuicios. Donde aparentemente se nos muestra una historia sobre una inadaptada en pleno fervor juvenil, se nos conduce, sutil y elegantemente, hacia una obra atípica de mujeres. Un hecho encomiable dentro de una etapa donde la religión y los prejuicios sexuales estaban al orden del día. La narración explora cómo las mujeres encuentran sus propios canales de poder y los temores que los hombres han impuesto a lo largo de la historia al rol que desempeñan en nuestra sociedad. Mujeres machistas que lapidan a su compañera bajo un puñado de compresas. Oportuna escena de apertura, precedida de un partido de voleibol: deportes, el suplicio de cualquier pardillo. Madres que niegan que sus hijas se acuesten con otros chicos por ser etiquetadas.  Prejuicios que preceden a una poética visual donde el subtexto empapa la pantalla. Y es que el famoso cubo de sangre y la telequinesis es un mero artículo para conducirnos a algo mayor. Carrie es un endiablado puzzle en el cual el fanatismo religioso es atacado y vilipendiado para mostrarnos las características de una sociedad americana, todavía racista y machista, y cómo dichas imposturas son trasladadas de padres a hijos. Stephen King siempre supo dar una vuelta de tuerca a las historias corrientes. Y es por ello que De Palma supo capturar el alma de lo sencillo, que no lo simple. El apogeo represivo de una madre es juzgado con cenitales propios de Hitchcock para luego explorar un suspense que incluye un ejemplar beso al más puro estilo Vértigo (1958). Y sí, los violines también están presentes.

De Palma nos da el privilegio de ser observadores omniscientes de todo aquello que va a pasar. Quizás por ello la trama resulta tan predecible, pero a su vez es indispensable para marginar nuestros escrúpulos hacia un bien mayor donde el director se vuelve controvertido así como una figura indispensable del terror moderno. Y es que Carrie poco tiene que ver con las puñaladas de Carpenter o los divertidos juegos de Scotland Yard en el Abominable Dr. Phibes (1971, Robert Fuest). Con alma de giallo, el rojo tiñó a la pobre Carrie White. Las luces del baile anunciaban el estruendoso final. Y es que los tres ejes en los que se divide la película -la escena de las duchas, el cubo y el sueño final- son canónicos dentro del cine de terror y quizás el más sorprendente fue ese epílogo donde ‘Carrie White se pudre en el infierno’. Desenlace reciclado en varios  slashers de los 80 como Viernes 13 (1980, Sean S. Cunningham) o Pesadilla en Elm Street (1984, Wes Craven).

Carrie es una cinta que convive dentro de la naturalidad, el misticismo, la estética y armonía. Filme en la que el terror se produce en nuestras retinas y no en los respingos de nuestras butacas. Una poesía visual para nuestros prejuicios.

Álvaro Pérez Fernández

Carrie (1976, Estados Unidos)

Dirección: Brian De Palma / Guión: Lawrence D. Cohen, basado en la novela de Stephen King / Producción: Paul Monash / Música: Pino DonaggioMontaje: Paul Hirsch/ Fotografía: Mario Tosi / Diseño de producción: Jack Fisk / RepartoSissy Spacek, Piper Laurie, Amy Irving, William Katt, John Travolta, Nancy Allen

4 comentarios en «CARRIE»

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