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BUSCANDO LA PERFECCIÓN


Filmando la verdad

Jean-Luc Godard aseguró una vez que “el cine miente, pero el deporte no”. Aseveración que abre y cierra Buscando la perfección de Julien Faraut, y que una vez vista su hora y media de duración, sirve de brújula a esta película-collage que toma y reordena ingente material visual y sonoro preexistente para construir una reflexión fílmica sobre una cuestión consecuencia directa de la anterior: ¿Cuánto hay de verdad, y por tanto también de mentira, en el deporte filmado, y más concretamente, en el tenis? Una pregunta a la que Faraut busca dar respuesta desde la observación de uno de sus mejores y también más célebres, por polémicos, tenistas de la Historia: John McEnroe. Leyenda del tenis profesional a principios de la pasada década de los ochenta, cuando alcanzó el número 1 del ranking ATP en juego individual y dobles y se hizo con la victoria en siete Grand Slams, McEnroe fue también uno de esos raros deportistas cuya imagen pública y actitud en la pista le hicieron famoso incluso entre aquellos no aficionados al deporte en general ni tampoco al tenis en particular. Su temperamento inestable y su agresiva alergia a los medios de comunicación le hicieron aún más célebre que su enorme talento para con este deporte, gracias a sus constantes desencuentros con los árbitros y sus amenazas y hasta raquetazos contra miembros de la prensa.

Eso no impidió que muchos estudiosos del tenis se aproximaran a él desde un interés específicamente deportivo. Fue el caso de Gil de Kermadec, cineasta documental francés pionero en la filmación de películas educativas sobre este deporte y partidos de tenis, que tuvo en McEnroe una de sus mayores filias profesionales, o de Serge Daney, crítico cinematográfico en Cahiers du Cinéma que posteriormente, en 1987, fundó la revista Trafic mientras escribía en el diario Libération vinculando dos temas tan aparentemente distantes como el cine y el tenis. Ambos hombres consideraban a McEnroe lo más próximo a un cineasta que jamás había pisado una pista de tierra, llegando en el caso de Kermadec a convertirse en un concienzudo objeto de estudio filmado que, a su vez, sirve de base al film de Faraut. Las imágenes recogidas por Kermadec a lo largo de los años, así como algunas reflexiones de Daney, componen una parte importante de Buscando la perfección siendo reutilizadas y recontextualizadas bajo una perspectiva muy determinada que las hace convivir con reflexiones del propio Faraut, enunciadas en off por Mathieu Amalric, líneas de diálogo directamente extraídas de Toro Salvaje (Martin Scorsese, 1980), imágenes del realizador buscando información para la elaboración de la película… y un largo etcétera de formatos audiovisuales que componen el heterodoxo apartado formal de Buscando la perfección, convertida así en un atractivo artefacto a caballo entre el documental y el ensayo fílmico.


La referencia a Godard que inaugura y clausura Buscando la perfección no es, pues, baladí, como tampoco lo es el hecho de que uno de los pilares bibliográficos del film sea alguien tan afín a la revista Cahiers du Cinéma como Serge Daney (1944-1992), o que entre el público de uno de los partidos filmados por Kermadec pueda verse, fugaz pero significativamente, a uno de los actores fetiche de la Nouvelle Vague, Jean Paul Belmondo. Se diría que el espíritu reflexivo y hasta cinematográficamente experimental de al menos una parte de este movimiento, con la filmografía del propio Godard a la cabeza, late bajo las imágenes recontextualizadas del film de Faraut convirtiéndose en lo más estimulante de Buscando la perfección pero también en el núcleo de su falta de equilibrio, ya que a resultas de lo anterior no existe en Buscando la perfección una línea argumental clara, o una progresión dramática que se sostenga no ya sobre un único conflicto, si no sobre los muchos que componen la película.

Más pendiente, se diría, de generar preguntas en el espectador que en resolvérselas, el desarrollo e interés de Buscando la perfección resulta un tanto errático pese a ser, afortunadamente, siempre entretenido. Pero la convivencia que se da a lo largo de su metraje entre lo caprichoso y lo narrativamente valioso, lo ocurrente y lo profundo, o el justo homenaje que la película en sí supone para profesionales como Kermadec y lo que en sí misma tiene que ofrecer, provoca la impresión de estar ante un filme un tanto desorientado que se beneficia enormemente, eso sí, de una férrea y elaborada unidad estilística. El realizador logra establecer un tono en el que magníficas imágenes de McEnroe contorsionándose mientras golpea la pelota, editadas al ralentí visual y sonoro, intertítulos de todo tipo, imágenes vectoriales extraídas de los movimientos del jugador, retratos periodísticos del tenista hechos desde una perspectiva amarillista, o incluso fragmentos de Amadeus (Milos Forman, 1984), por citar solo algunos de los recursos audiovisuales presentes en el film, no solo no desentonen si no que incluso parecen dialogar entre ellos con una naturalidad que aligera la pretenciosidad que amenaza algunos (pocos) momentos de la película. En este sentido, y más allá de lo cómico que llega a resultar en ocasiones la concatenación de enfados del tenista en algunos tramos de Buscando la perfección, Faraut incluso se permite la licencia de interrumpir el desarrollo de una de las incontables discusiones que McEnroe mantenía con el equipo de arbitraje de muchos de sus partidos con una pausa publicitaria.

Bajo esta perspectiva, en Buscando la perfección se exhibe una colección de reflexiones más o menos bien trenzadas pese a lo desigual de su interés que van desde lo general, con el tenis filmado y su relación con la naturaleza de artificio propia del cine como tema primordial, a lo concreto, con su concienzudo estudio de la figura de McEnroe como condensador de todos estos vínculos establecidos en la película entre este deporte y el séptimo arte. Y es gracias a la heterodoxia formal del film, que nos presenta a McEnroe no desde una única e inequívoca aproximación sino desde muchas de las posibles, que Faraut consigue plantear al tenista estrella como enigma irresoluble, un hombre de mil caras cuyo talento es inexplicable incluso bajo la luz de lecturas psicológicas sobre su estilo de juego. Resulta harto revelador en este sentido que cuando Faraut utiliza las imágenes del tenista filmadas por Kermadec, generalmente utilice aquellas en las que no se ve el partido en el que juega si no sólo a su cuerpo, descontextualizado del juego que impulsa su puesta en movimiento. McEnroe y su habilidad como jugador se convierten así en objetos de estudio, vistos desde diferentes perspectivas. El McEnroe de Buscando la perfección tiene rasgos de divo, de personal y torturado artista de la raqueta; aunque también se le presenta como producto deportivo propio de tiempos capitalistas salvajemente competitivos e incluso como una persona tímida, incapaz de reconciliar su imagen mediática con la que parece su verdadera identidad, que sólo se revela donde McEnroe es él mismo de forma indiscutible: sobre una de las pistas de tenis de tierra batida en las que se juega el Abierto de Francia. Y es también allí, a base de tomas repetidas una y otra vez, y a veces desde diferentes perspectivas, donde Faraut más se esmera en encontrar lo más parecido a la verdad en los gestos del tenista, exponiéndola sin conseguir explicarla en palabras ni tampoco en imágenes. Una verdad cuya búsqueda resulta de desigual interés para el espectador pese a que el estudio de la autenticidad en los gestos de McEnroe, obcecado a su vez en su búsqueda de la perfección, sí llegue a ser fascinante en los mejores momentos de Buscando la perfección.


Buscando la perfección (L’empire de la perfection, Francia, 2018)

Dirección y guion: Julien Faraut. Producción: Raphaëlle Delauche y William Jéhannin. Fotografía: Gil de Kermadec. Montaje: Julien Faraut. Música: Serge Teyssot-Gay. Reparto: John McEnroe, Ivan Lendl, Mathieu Amalric.

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