BRAGUINO
Matar, comer, mirar
Perturbadora. La imagen de unos dedos infantiles desplumando un pato se vuelve perturbadora tal y como la filma Clement Cogitore. El hecho de que el artista francés preste minuciosa atención a cómo unos niños arrancan plumas a un pato muerto trastorna por la cercanía del plano detalle, por su duración y por la naturalidad con la que los pequeños juegan mientras abordan la tarea. Contraste entre muerte y ternura infantil. En una zona de difícil acceso de un bosque de la Siberia Oriental estos niños rubios platino preparan el ave, recién cazada por su padre, para poder cocinarla. Manipulan sin ningún pudor el cuerpo muerto del animal ya que tanto ellos como su familia están acostumbrados a vivir apartados de la sociedad, autoabasteciéndose de lo que la naturaleza les ofrece. El título del film que recoge estas imágenes, Braguino (2017), es la denominación de la tierra en la que vive esta familia. Significa ‘de Braguine’, es decir, propiedad del hombre que decidió echar raíces hace treinta años en ese lugar situado a más de 700 km del pueblo más cercano.
Clement Cogitore construye cine filmando la realidad de este pequeño asentamiento que vive tranquilo de acuerdo a sus propias normas y filosofía. La familia se presenta en su mayoría encerrada en primeros planos que contrastan con la amplitud de un entorno que para otro cineasta podría ser bucólico. Cogitore observa a la familia de cerca, capta sus declaraciones, centrándose en reflejar parte de su vida diaria con la inestabilidad propia de la cámara al hombro. Existe una mezcla de miedo, asombro y fascinación en el retrato del cineasta. En momentos puntuales, la conjunción de imágenes y música inquietante desvela que su mirada no llega a comprender del todo el motivo de un aislamiento que plasma como peligroso e intrigante.
El relato es un bucle que se inicia por la voz en off de Braguine. El barbudo protagonista, que al igual que su familia presenta un aspecto desaliñado, narra una reciente pesadilla. Lo que él interpreta como sueños premonitorios le alertan de que tal vez pronto deba abandonar la tierra en la que él y los suyos tienen su hogar. Es constante en el film el uso del fondo negro cada vez que aparece la voz en off, hay un especial cuidado en que este recurso añadido a posteriori no se mezcle con lo registrado por la cámara. El film comienza con unas imágenes que parecen grabadas de una pantalla de televisión. En ella se proyectan fragmentos inconexos de lo filmado en Siberia por Cogitore. Por el color, la mala calidad y la sensación voyerista que estas imágenes dejan en el aire surge la sospecha de que algo vigila a la familia ¿La mirada del resto de la sociedad que se cree más civilizada que ellos?, o ¿tal vez o algo más tangible como sus únicos vecinos, los Kiline?
Hasta en los confines del mundo el hombre busca un enemigo natural. El de los Braguine es esta otra familia que vive enfrente de ellos separada por un río que marca las lindes permitidas para cada clan. El cineasta aprovecha las conversaciones de los Braguine sobre sus horribles vecinos. Mientras hablan filma las caras de los niños escuchando todo ese odio. Una manera de ilustrar cómo se heredan los conflictos entre pueblos de generación en generación en una película que juega con los puntos de vista. Los primeros minutos de la cinta muestran la sombra de un helicóptero sobre el denso bosque: Cogitore utiliza las imágenes registradas durante su aterrizaje en la zona mostrando con ello cómo un ojo ajeno prejuzga una forma de vida que no conoce ni comparte. Luego pasa a seguir a los Braguine cada vez más desde una posición de igualdad para, finalmente, recuperar esa sensación de que algo les acecha (pero esta vez desde la óptica de los miembros de la familia).
Llaman la atención dos secuencias contrapuestas y entrelazadas. La primera pone en imágenes la caza, despelleje, desmembrado y decapitación de un oso salvaje. La segunda presenta a una niña rubia jugando con la arena a orillas del río, como zapatillas lleva puestas las zarpas del oso cazado en la secuencia anterior por su padre. Lo más interesante de la película es la capacidad de crear algunos momentos como este, de expresividad plástica, que mueven el pensamiento del espectador. Hay que decir que Cogitore subraya que estos humanos matan solo cuando es imprescindible. Pero matan. Y con una naturalidad brutal. Eso sí, guardando lo que ellos consideran como respeto por el animal: comentan que hay que rezar por él y no codician su cabeza como trofeo. Impactante el plano de la cabeza de aquel oso, que se defendía hace unos instantes, descansando sobre un tronco del bosque hasta que cae por su propio peso.
Por su parte, la secuencia que empieza con los niños jugando en la arena cobra especial relevancia. El lugar que hace las veces de parque infantil tranquilo y silencioso es un islote en medio del rio. Terreno libre que al no pertenecer ni a los Braguine ni a los Kiline recibe a los niños de las dos familias. Todos se observan sin mezclarse, ya sea en primer plano o desde lejos, demostrando un aplomo chocante. Lo que no sorprende es la tendencia de Cogitore a crear imágenes en las que parece que el espectador está espiando lo que ve. Ya se atisbaba esta forma de mirar en su primer, y muy diferente a este, largometraje Ni Le Ciel, Ni La Terre (2015). Esta sensación vuelve a apreciarse en su manera de observar a los niños en Braguino.
El artista francés ha explorado la creación de arte contemporáneo también desde otras facetas como la fotografía. Al igual que algunas de sus obras se han expuesto en museos, esta película se exhibió en la galería Le Bal de Paris bajo el título Braguino o la comunidad imposible. Este subtítulo, del que se ha prescindido para llevar la película a las salas, confirma que lo que Cogitore construyó en sus misteriosas imágenes fue la narración de lo que él veía como el fracaso de una comunidad autosuficiente. Nueve módulos con vídeos y fotografías dividían el film en partes para que el visitante fuera ahondando en el misterio. Estos fragmentos forman ahora cuarenta y ocho minutos de metraje que deja un regusto amargo de personajes que esperan el curso de los acontecimientos. Gente que mata para comer y mira a cámara mientras su microsociedad se desmorona. Una reflexión en forma de interrogante sobre la naturaleza, siempre salvaje, del ser humano.
Braguino (Francia, 2017)
Dirección: Clément Cogitore / Guion: Clément Cogitoree / Producción: Seppia Production / Música: Eric Bentz / Fotografía: Sylvain Verdet / Montaje: Pauline Gaillard / Diseño de producción: Alla Shevelkina
Pingback: Curtocircuito 2018: Sección Oficial Radar - Crónica | Revista Mutaciones