FESTIVAL DE BERLÍN 2019 – SECCIÓN OFICIAL (II)
Más allá del telefilm
Sentimientos con denominación de origen
Seguimos con el repaso de la Sección Oficial a Competición de esta 69ª edición de la Berlinale. En este segundo texto, nos distanciaremos del realismo desangelado impuesto en algunos de los guiones que optaban al Oso de Oro y atacaremos directamente al corazón de dos películas que privilegian la búsqueda de nuestra empatía con sus protagonistas a través de estrategias absolutamente dispares. Lo que nos llevará, en segunda instancia, a preguntarnos si hay vida más allá del telefilm.
Berlín ha sido desde sus inicios un evento idóneo para un tipo de cine con denominación de origen, con un cierto pedigrí. Me refiero, efectivamente, a todas aquellas películas que bailan entre el documentalismo y lo onírico, que se balancean al ritmo del griterío histérico y los silencios tajantes, cuyo emplazamiento auspicia un grado de existencialismo trascendental detrás de sus tramas siempre socialmente relevantes. Una ráfaga de adjetivos que marean tanto como el propio planteamiento formal de System Crasher, el debut en la ficción de la alemana Nora Fingscheidt. La protagonista de este drama (¿familiar?, ¿coming of age?) es Benni (Helena Zengel), una niña de nueve años que, en busca del amor de su madre ausente, logra destruir una y otra vez la paciencia de todos los adultos que la rodean, sucumbiendo inesperada pero repetidamente a ataques de rabia ocasionados por algún trauma anterior. Pero lo que nos interesa de la cinta de Fingscheidt es su estrategia empática, completamente integrada dentro de aquella estética europeísta y discretamente reivindicativa que introducíamos antes. Como ya hizo Xavier Dolan en Mommy, la directora busca suprimir cualquier distancia emocional entre el público y su protagonista sumergiendo la cámara en la acción, jugando con primerísimos primeros planos (también sonoros, a base de chillidos infantiles) e insertando el rosa como gancho metafórico a ese universo interior que la pequeña Benni no puede reprimir. Cabe decir que el Jurado Internacional consideró que esta propuesta ampliaba los horizontes expresivos del cine, por lo que le dio el Premio Alfred Bauer, a pesar de que una servidora aún no tiene claro el por qué. Pero sigamos.
El de Fingscheidt es un acercamiento sentimental completamente diferente del usado por la danesa Lone Scherfig (Su mejor historia), que abrió la Competición con The Kindness of Strangers. De hecho, es curioso cómo todas las decisiones que Scherfig ha tomado han querido borrar cualquier atisbo de europeísmo de su película, situándola en Manhattan, hogar de los estereotipos sobre el gran sueño americano, y borrando cualquier traza autoral que pudiese quedar en su filmografía. Su película, un retrato múltiple sobre la bondad de los extraños (tan lejos llega la trama), sigue las desventuras de Clara (Zoe Kazan), una joven madre que huye de su violento marido mientras lidia con la infructuosa búsqueda de comida y techo para sus dos hijos. Como espectadores, nos veremos obligados a aguantar la mirada a la mujer – esta vez desde la suavidad de una puesta en escena clásica que se mueve constantemente entre el plano medio y el primer plano. Subrayando el estatuto emocional de cada secuencia a base de una banda sonora que no para nunca, Scherfig nos entrega un relato tan sensiblero como maniqueísta, con niños y ángeles de la guardia (los caracteres de Andrea Riseborough, Tahar Rahim…) incluidos. Eso sí, de marca americana.
Plantar cara al telefilm
Aunque The Kindness of Strangers inauguró una ráfaga de películas poco interesantes en la Sección Oficial, sí hubo títulos que lograron desafiar, replantear o directamente destruir esa puesta en escena tan cómodamente telefilmesca de las primeras sesiones del Festival. Y no necesariamente desde digresiones fantásticas o estrictamente genéricas, pues hasta relatos tan ancorados en la realidad como el Gracias a Dios de François Ozon (Gran Premio del Jurado, título que Golem traerá a cines españoles) lograron encontrar fisuras en la institucionalidad estética y narrativa para proponer otras formas de mirar, otros modos de contar. Cuatro años después de que Spotlight levantase la veda de la pederastia en el cine comercial, el director francés pone a Melvil Poupaud en el papel de Alexandre, un hombre de buena clase y profundamente religioso que descubre que el cura que abusó de él cuando era joven sigue ejerciendo. Este es un caso real, que verá su conclusión en los tribunales dentro de un mes, pero en ningún momento Ozon cae en la morbosidad de sus fuentes. Más bien al contrario, el formato epistolar del que parte la cinta le da espacio para que la sosegada entonación de los afectados se mantenga digna, a la vez que nos permite aproximarnos a ese horror invisible a medida que su voz se va resquebrajando.
Otra de las formas de resquebrajar el aburrido realismo del telefilm la encontramos en A Tale of Three Sisters, dirigida por Emin Alper, cuya anterior película, Frenzy triunfó, y mucho, en el Festival de Venecia de 2015. Aquí, el turco cuenta la historia de las epónimas tres hermanas, Reyhan, Nurhan y Havva, que se marchan a la ciudad para servir como criadas de familias adineradas. Pero, como ninguna de ellas cumple con sus tareas, las tres son enviadas de vuelta a casa de su padre, en una aldea recóndita, abandonada entre las montañas de Anatolia. Privadas de su sueño de una vida mejor, tratarán entonces de aferrarse mutuamente y seguir juntas cómo puedan. La mayor apuesta de Alper es presentar el paisaje como recipiente bellísimo de una historia que, a medida que va avanzando la trama, se descubre que no lo es tanto. En el pueblo de las muchachas, en sus raíces, hay algo que no va bien. Una inquietud que su director se afana en traer a la luz en medio de lo que podría parecer un clásico retrato folk, y que acaba tiñendo todas las esquinas de la desdichada casa del trío protagonista. Al fin y al cabo, en los confines de Anatolia, el amor y la muerte se combinan a partes iguales.
También Wang Xiaoshuai (Sueños de Shanghai) deslumbró con su poderoso retrato familiar en So Long, My Son, cuya pareja protagonista se llevó los dos Osos dedicados a la actuación. Días antes de su estreno, entre los periodistas que cubríamos el Festival se la solía llamar “la china de tres horas” por su muy destacable extensión. Después de la proyección de prensa, recordábamos todos su nombre. Su trama es sencilla: después de una inesperada tragedia, el matrimonio Wang (Yong Mei y Wang Jinchun) deberá seguir con su vida, ahora marcada por la culpa y las medias verdades, desde la década de 1980 hasta la actualidad. Pasarán los años y las distintas crisis políticas en China (la Revolución Cultural, el auge del capitalismo…), pero en la humilde vida de la pareja siempre faltará alguien, o algo, que dé valor verdadero a los días que vienen. Xiaoshuai encuadra esos silencios profundamente áridos desde el más rotundo clasicismo; es el montaje el que se encarga de hacer maravillas, entrelazando la dimensión histórica y política junto con la narración íntima, casi como si trasladara el dolor y la fatiga de un país entero a los hombros de este malogrado matrimonio. A nuestras salas llegará bajo el sello de Avalon.
Nos hemos dejado para el final la que fue ganadora del Oso de Oro a Mejor Película, así como del Premio de la Crítica Internacional: Synonyms, de Nadav Lapid (La profesora de parvulario). En ella, Yoav (el debutante Tom Mercier) llega a París desde Israel pero, tras el robo de todas sus pertenencias, debe recibir ayuda de dos jóvenes de buena clase (Quentin Dolmaire y Louise Chevillotte), quienes lo acogerán y le darán dinero y ropa suficientes para instalarse en la capital. A partir de este momento, Yoav podrá seguir con su misión original: eliminar cualquier traza de su nacionalidad para convertirse en el más francés de todos los franceses. La voluntad de Lapid está presente hasta en su premisa (criticar el Estado francés e israelí por igual) y afirma el director que esta pulla tiene una raíz totalmente autobiográfica. Para llevarla a cabo, recurre a la corporeidad de su magnífico protagonista, así como a la modernidad que sus referentes instauraron, hace ya más de cincuenta años: la destrucción aleatoria del eje, los mecanismos de visibilización del aparato detrás de la transparencia narrativa, el feroz carácter documentalista del plano casi subjetivo y hasta podríamos incluir una aproximación al último Godard, con insertos grabados con la cámara de un móvil. Un festín para unos ojos acostumbrados a la verosimilitud telefilmesca.
En el último fragmento de este macro-repaso por la Sección Oficial del festival alemán, echaremos un vistazo a los conflictos identitarios de algunas películas en competición y a otras muchas reivindicaciones fallidas. Aunque no desesperéis, hay perlas en el fango.
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