ATLÁNTIDA FILM FEST: PASEO POR LA EUROPA DEL SIGLO XXI
Juventud, divino tesoro
Muchos han sido los debuts en el largometraje que ha acogido la edición de este año del Atlántida Film Fest, teniendo a la juventud, en mayor medida, como tema protagonista. Chicos y chicas enfrentándose a la cambiante y acelerada realidad europea del presente, mientras descubren el amor, el sexo, interactúan en plena era digital y van forjando su identidad. En La fiesta se acabó (2017) dos jóvenes ingresan el mismo día en un centro de desintoxicación, lugar donde establecen una gran amistad. Sin embargo, los problemas surgen una vez las expulsan del centro y decidan que sus irresponsables vidas de desenfreno y drogas (la fiesta a la que hace mención el título) no haya concluido aún para ellas. Cuidada puesta en escena para este emotivo relato de superación en el que brillan sus dos actrices protagonistas (Clémence Boisnard y Zita Hanrot) y un tercer acto formidable en el que los testimonios de toxicómanos rehabilitados o en proceso de lograrlo cobran especial fuerza. La ópera prima de la francesa Marie Garel-Weiss no es nada subversiva en su tradicional mensaje sobre el esfuerzo y el progreso personal pero sí atina con precisión en el retrato, a veces demoledor, no solo de las personas adictas, sino de aquellas que las rodean en su día a día y de sus familias.
Las nuevas tecnologías son el núcleo argumental de Ojalá te mueras (2018), una despiadada radiografía de los problemas perennes en la sociedad actual con Internet y las redes sociales como catalizadores. El despertar sexual, las frustraciones amorosas o las fantasías reprimidas van ligados a la adolescencia, pero ahora con las nuevas herramientas tecnológicas la confusión juvenil se torna en peligro, abriéndose posibilidades, ventanas, que antes difícilmente podían ser siquiera contempladas. El primer largometraje del húngaro Mihály Schwechtje sitúa en escena a Eszter, una chica de dieciséis años enamorada de su profesor, y a Peter, un compañero enamorado de ella. Alrededor, toda una clase con las hormonas revolucionadas y escasos valores adquiridos. El formato utilizado es el 4:3, que se convierte en 16:9 cuando se inserta un chat en los laterales de la pantalla, consiguiendo el efecto de exposición abrasadora que produce el continuado contacto con las pantallas en la cotidianeidad de los personajes. Los riesgos del mundo online se han visto en los últimos años retratados por cineastas de diferentes países (notándose la universalidad del tema) con películas como la brasileña Desconectados (Aly Muritiba, 2018), la española La última virgen (Bàrbara Farré, 2017) o la argentina Acusada (Gonzalo Tobal, 2018). Con la cinta de Muritiba comparte además el recurso narrativo de dividir el metraje y mostrar dos puntos de vistas distintos, variando de personaje protagonista en cada parte. El machismo, el sexting o los graves comentarios que se vierten en estas redes son otros de los comportamientos expuestos en la película que provocan escalofríos.
Las redes sociales y los dispositivos electrónicos son igualmente los pilares que cimentan la sueca Mating (2019), en donde dos adolescentes en plena efervescencia sexual se graban para la directora Lina Mannheimer en una especie de programa de telerrealidad. En hora y media se evidencia el torbellino emocional de estos púberes que se enamoran entre ellos, la montaña rusa de sentimientos e inseguridades que poseen. De vertiginoso montaje y estética millenial (pantalla partida, saturación de mensajes, fotos con filtros), este filme revela, además, que los jóvenes suecos también padecen precariedad laboral y espíritu viajero. Similar planteamiento utiliza Agostino Ferrente en Selfie (2019), quien entrega un móvil a dos muchachos del distrito napolitano de Rione Traiano para que graben su día a día, a sus amigos, a su barrio y los problemas que le conciernen. A raíz del asesinato de Davide Bifolco por parte de un carabinero, Ferrente se sumerge en este distrito maltratado por la prensa para mostrar el difícil entorno en el que se encuentran los chavales nacidos aquí y la falta de oportunidades y futuro que tienen. A pesar del ambiente opresivo de mafias, pistolas y cárceles, Selfie nos ofrece una hermosa historia de amistad. Y sin alejarnos de los conflictos actuales de la juventud, el esloveno Darko Stante construye en Consequences (2018) un drama en torno a un problemático adolescente que ingresa en un correccional debido a su irascible comportamiento. Lastrada por su encorsetamiento formal y la previsibilidad de su trama, la película encuentra su camino cuando apunta hacia la homosexualidad de su protagonista y las nefastas consecuencias que siguen provocando en algunas zonas de Europa declararse gay. Los diez minutos finales son, junto a las actuaciones de sus actores, lo mejor de este largometraje que supone un estímulo para el colectivo LGTBI en Eslovenia, país en el que el matrimonio homosexual sigue prohibido después de ser rechazado en hasta dos referéndums.
El madrileño parque de El Retiro es el escenario de <3 (Pico 3) (2018), en el que María Antón capta con su cámara (a lo largo de tres veranos) a diferentes jóvenes a los que interroga acerca del amor, la fidelidad o las relaciones, algunos describiendo divertidas anécdotas personales. La naturalidad e improvisación de esas conversaciones se entremezcla con la fijación en las disímiles actividades que se desarrollan en el parque o, ya en su tramo final, con la experimentación a través de otros formatos. El resultado son secuencias de enorme belleza, en especial durante la nocturnidad del célebre paraje de la capital, o aquella que tiene como protagonistas a gorriones y palomas picoteando en una mesa. En cambio, filmar el proceso de construcción de un asesino es lo que pretende el neófito realizador suizo Hannes Baumgartner con Midnight Runner (2018). Lo realiza con un tono frío, áspero, calculado al extremo. En consonancia con la psique del protagonista: joven promesa del atletismo y cocinero en un buen restaurante pero que arrastra traumas pasados y lucha con dificultades por llevar una vida feliz junto a su novia. Una infancia complicada y el suicidio de su hermano son graves perturbaciones en la mente del corredor, quien a lo largo de un año irá degradándose al encontrar su entorno como un lugar hostil, poner en peligro su relación y robar bolsos a chicas por la noche. Desvelando escasa información sobre el pasado del atleta, Baumgartner se basa en la historia real de Misha Ebner, quien durante el verano de 2002 cometió tales ataques indiscriminados que tuvieron gran repercusión social en Suiza. Concluido el metraje puede que como espectadores no logremos comprender las motivaciones del homicida, pero sí seremos conscientes de lo enferma que se encuentra una parte de la juventud ansiosa por el éxito y la admiración. Y con esta obra completamos una muestra de la representación audiovisual que se realiza actualmente en Europa de sus jóvenes y sus pertinentes vicisitudes.
Espacios invisibles
Miguel Eek sorprendió en 2017 con Vida y muerte de un arquitecto, investigación en clave de thriller del cruel asesinato del mallorquín Josep Ferragut durante el régimen franquista. Ahora en Ciudad de los muertos (2019) nos introduce en el interior del cementerio municipal de Palma de Mallorca, captando el trabajo diario de sus operarios (tanatropactores, vigilantes, agentes comerciales, jardineros, personal del servicio de limpieza) y de los familiares que acceden al camposanto para visitar en los nichos a sus seres queridos o acordar el destino final de estos, ya sea el enterramiento o la incineración. A través de planos estáticos Eek invita a reflexionar acerca de nuestra relación con la muerte, pero no escarbando en la tragedia o el drama, sino con una mirada crítica y sarcástica del asunto. Y así, se muestra el tétrico negocio de la muerte, el peso de la tradición y sus rituales, la innegable necesidad de imaginar la idea de inmortalidad, o la superchería, fe religiosa y dogmas irracionales que el ser humano mantiene con aspectos elementales relacionados con su existencia. Otro lugar insólito es el que retrata el director brasileño Karim Aïnouz en la notable Aeropuerto Central Tempelholf (2018). Este aeródromo berlinés fue inaugurado en 1923 y con Adolf Hitler en el poder se convirtió en uno de los aeropuertos más grande del mundo. Clausurado en 2008, fue reconvertido en parque público y museo, además de ser punto importante de acogida a migrantes, principalmente refugiados procedentes de Oriente Medio. Uno de estos refugiados, un sirio de 18 años, es el motor de este optimista documental que posee delicadas y bellísimas imágenes.
Personas y espacios invisibles es lo que captura el conocido periodista y político francés François Ruffin a través de un viaje por la Francia periférica en Quiero el Sol (Gilles Perret, François Ruffin, 2019). Después de ganar el César al mejor documental y aunar a más de 500.000 espectadores en salas con ¡Gracias, jefe! (2015), Ruffin sale de nuevo a la calle para documentar la revolución de los “chalecos amarillos”. Con gran mordacidad no exenta de socarronería el documental ofrece testimonios desoladores de personas que han vivido en la calle o que no pueden alimentar a sus hijos. Más similar a un reportaje televisivo al estilo Salvados o El intermedio que a una obra cinematográfica, Quiero el Sol da visibilidad a héroes desconocidos que se organizan en rotondas clamando menos impuestos para la clase obrera, la reducción de privilegios de las clases pudientes, mayor oferta laboral de calidad y la dimisión de Macron. «Ahora es el momento de la confesión, en lugar de sentir vergüenza se trata de hacerles sentir vergüenza».
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