AQUELLOS QUE DESEAN MI MUERTE
Taylor Sheridan y las cenizas de su neo-western
Antes de convertirse en un aclamado guionista y, posteriormente, en el director que este año nos trae Aquellos que desean mi muerte (2021), Taylor Sheridan apenas era conocido por algunos papeles actorales anecdóticos, como su discreto paso por series como Hijos de la anarquía (Kurt Sutter, 2008-2014). El reconocimiento crítico vendría de la mano de sus guiones para Sicario (Denis Villeneuve, 2015) y la maravillosa Comanchería (David Mackenzie, 2016), trabajos que, siendo de distintos directores, compartían una interesante cosmovisión la cual pronto se asoció al guionista de Texas. Ambas cintas y, en consecuencia, el propio Sheridan, fueron vinculados a la sugerente ola neo-western de las últimas décadas, en la línea de otras películas tan dispares entre sí como No es país para viejos (Joel y Ethan Coen, 2005), Logan (James Mangold, 2017) o The Rider (2017), de la recientemente oscarizada Chloé Zhao. Lejos de evitar caer en este nuevo saco genérico, Sheridan confirmaría sus recurrentes preocupaciones con Wind River (2017), la cual él mismo dirigiría.
Así se conformó una especie de trilogía neo-western, que ponía el foco sobre la manera en la que encajan los viejos modos del oeste estadounidense en nuevos contextos socioeconómicos, donde la noción de frontera y la violencia que confluye entre varios mundos siguen manteniendo un peso capital. Del mismo modo, la importancia de amplios espacios naturales condicionantes para el individuo, la dicotomía entre ley y dignidad personal o la ambigüedad moral en relación con la (no) legitimidad del uso de la fuerza, son claves en estos largometrajes.
No obstante, es curioso ver cómo la reciente progresión del trabajo de Sheridan ha comenzado a acercarse hacia la exposición innecesaria que él mismo ha declarado aborrecer. Ya sea su guion para Sicario: el día del soldado (Stefano Sollima, 2018) o su serie de televisión Yellowstone (Taylor Sheridan y John Linson, 2018 –), se evidencia, por un lado, la búsqueda de un espectáculo violento más efectista y menos revelador y, por otro, la caída voluntaria en clichés y fantasmadas del western más clásico. Por desgracia para los fans de sus primeros trabajos, Aquellos que desean mi muerte sigue este mismo camino, en lo que ya parece una huida hacia adelante.
Su nueva cinta nos cuenta la historia de Connor, niño que se verá obligado a huir de unos asesinos a través de los extensos bosques de Montana, con la ayuda de Hannah, experta en supervivencia, y con el incesante peligro de un gigantesco incendio que supone una amenaza para todos. Primero, merece la pena preguntarse qué queda de ese anterior Sheridan en Aquellos que desean mi muerte, película que, más allá de su carcasa frenética, sí ofrece algunos aspectos interesantes que entroncan con el espíritu neo-western descrito antes.
En Sicario, la iconografía fronteriza entre México y Estados Unidos es el catalizador del flujo de la violencia, la corrupción y el oportunismo. En Comanchería, los desolados parajes de una Texas ahogada por la deuda bancaria son el escenario de sus desencantados personajes. En Wind River, el protagonismo ambiental de la reserva nativo-americana define a la perfección la penuria del lugar y el abandono al que se han visto sometido sus habitantes. Del mismo modo, en Aquellos que desean mi muerte, los impresionantes bosques de Montana enmarcan y condicionan a los protagonistas. La prevalencia de este ambiente se recalca con acierto mediante numerosos planos aéreos que empequeñecen al individuo de forma evidente, además de, por supuesto, el enorme incendio que vehiculará la trama en última instancia.
Al igual que en sus anteriores trabajos, algunas escenas de acción, de terribles explosiones violentas, funcionan y mantienen cierta sensación de peligrosidad durante todo el metraje. Sin embargo, tanto esa misma violencia como la predominancia de los ambientes de Montana, en este caso, engullen cualquier atisbo de profundidad para con sus personajes y sus historias individuales. La razón por la que Connor ha de huir, junto con el pasado de Hannah o la vida familiar del sheriff y su mujer, parecen simples excusas caprichosamente insertadas en el filme para justificar la existencia del incendio y las escenas de acción. Por ello, Aquellos que desean mi muerte acaba siendo un thriller puramente escapista, en el que lo frenético de su premisa destruye toda pretensión dramática. Hay, de hecho, varios momentos que incluso tratan de ser melodramáticos, inevitablemente forzados e ineficaces al haber tratado de introducir numerosos personajes en tiempo récord.
Definitivamente, ambos ritmos no pueden coexistir en paz, y ello queda demostrado por varias lagunas argumentales que evitan explicar cuál es la verdadera causa de lo que sucede en la cinta tramposamente, decantando la balanza hacia el espectáculo pirotécnico. Todo esto, unido a la falta de química entre Angelina Jolie, que interpreta el papel de Hannah, y Finn Little, quien interpreta a Connor, es un verdadero lastre para Aquellos que desean mi muerte. Aunque siga habiendo un contexto propenso y tipos duros que hacen cosas duras, Sheridan sacrifica una convincente construcción de personajes por la creación de un gran incendio que sirva como vehículo de la acción dramática, cuyas llamas acaban achicharrando sus propias virtudes.
Aquellos que desean mi muerte (Those who wish me dead, Estados Unidos, 2021)
Dirección: Taylor Sheridan / Guion: Taylor Sheridan, Michael Koryta, Charles Leavitt / Producción: Taylor Sheridan, Steven Zaillian, Daria Cercek, Jason Cloth, Kathryn Dean / Fotografía: Ben Richardson / Música: Brian Tyler / Montaje: Chad Galster / Diseño de producción: Neil Spisak / Reparto: Angelina Jolie, Finn Little, Jon Bernthal, Aidan Gillen, Nicholas Hoult, Medina Senghore, Tory Kittles.