David LynchDestacado

ANGELO BADALAMENTI Y DAVID LYNCH

Música en lo profundo

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En uno de los mejores vídeos que existen en internet, y en el mundo entero (y mi vídeo favorito), un enfrascado Angelo Badalamenti revela cómo fue la experiencia de crear el embriagador tema de Laura Palmer para Twin Peaks junto al cineasta David Lynch. Badalamenti, sentado ante su teclado Fender Rhodes, entrecierra los ojos y narra la conversación entera (a dos voces) mientras nos introduce en su proceso creativo de progresiva construcción sonora. El vídeo es un documento singular, prodigioso, y a parte de ofrecer una perspectiva única sobre la música del veterano compositor, nos ayuda a entender la insólita relación de este con Lynch, el director a quién ha sido más fiel durante toda su carrera.

Para el especial dedicado a David Cronenberg, destacamos la importancia que tiene la elección del compositor a la hora de crear un universo autoral particular. En ese caso, para hablar del cineasta canadiense, era inevitable tratar la figura de Howard Shore. También apuntamos, para evidenciar esa relevancia, a otros tándems igualmente icónicos como los de Spielberg y Williams, Burton y Elfman,… Pues bien, quizás uno de los casos más paradigmáticos sea el de David Lynch y Angelo Badalamenti. Con una visión tan reconocidamente única como es la del realizador, resulta evidente que puede ser uno cualquiera quien se atreva a formar parte de su mundo creativo, acompañándolo con fe ciega en sus proyectos maravillosamente delirantes. En el vídeo citado, siento que gran parte de esa colaboración queda plasmada perfectamente. Podríamos saltarnos este texto, poner simplemente a modo de vídeo ensayo el clip repitiéndose en bucle hasta entrar en el trance en el que parece estar inmerso el propio Badalamenti. O, también, nos podríamos centrar en analizar solamente esa maravilla de pieza audiovisual. La cámara sostenida en ese plano eterno, de zooms que vienen y van (del rostro de Angelo a sus manos, de sus manos a su rostro, al teclado, a la habitación más bien austera en la que se encuentra), el tono suave del compositor cuando narra las indicaciones que le daba David Lynch, cómo este le describió una escena onírica, claramente reconocible para todos aquellos de nosotros que hayamos visto la serie… Y ese climax (Oh, that’s it! Oh, that’s so beautiful! Angelo! Keep that going!) que lo corona todo y marca la insuperable sincronía entre esas dos mentes prodigiosas.

Pero por mucho que me pudiera apetecer hacer ese texto, se quedaría cortísimo para siquiera empezar a apuntar todo lo que constituye a Badalamenti como uno de los mayores referentes de la música en el audiovisual contemporáneo e, igual o más relevante, como pareja creativa perfecta para un creador tan apabullante como Lynch. Por eso es totalmente ineludible abordar los demás títulos con los que el director eligió dar continuidad a esta colaboración.

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Terciopelo azul (1986), con Angelo Badalamenti al piano.

La primera vez que sus caminos se encontraron fue cuando Lynch estaba preparando la película Terciopelo Azul, su cuarto largometraje, que se estrenó en 1986. Ya era conocido por el público por su debut Cabeza borradora (1977), el devastador drama El hombre elefante (1980) y la más fallida Dune (1984), con el recibimiento de la cual la figura de Lynch quedó algo deshinchada. Sin embargo, apenas dos años después de este último encontronazo con la gran pantalla, llegó Terciopelo Azul y el impacto fue tal que el director quedó totalmente consolidado como un verdadero visionario (si no lo estaba ya). Así, junto al revuelo por el film, apareció en la ecuación Angelo Badalamenti. Su música es, como la película, muy deudora de un cierto cine noir más clásico, pero tanto el compositor como el cineasta se acercan a dicho referente de género desde lo extraño, lo oscuro, lo obsceno. Todo ello, que irrumpe en las prístinas vidas de inocentes protagonistas de suburbio, impregna la partitura de Badalamenti, que mezcla así lo solemne y bello con una retorcida y constante tensión armónica de la que la sección de viento metal es clara protagonista. Resulta fascinante percibir los cambios de registro que van unidos a cada personaje. Así, Frank (aterrador Dennis Hopper) suena como debe sonar el peligro, amenazante y agresivo, mientras que a Sandy (Laura Dern) y Jeffrey (Kyle MacLachlan) se les otorga un sonido más suave y puro, al son de una fluida sección de cuerda. Fue justamente trabajando en este filme cuando Badalamente y Lynch coincidieron por vez primera con la cantante Julee Cruise, la mujer de la voz etérea que a partir de entonces sería musa de ambos. El producto de ese primer encuentro es la canción «Mysteries of Love», epítome del sensible sonido Jeffrey-Sandy.

No es nada extraño, pues, que para los próximos proyectos, David Lynch tuviera como primera y única opción para la música a su ya inseparable compañero, el compositor de Nueva York. En 1990 llegaría, con apenas tres meses de distancia, el estreno de una serie como Twin Peaks (que me reservo para el final) y la fabulosa Corazón salvaje. En Terciopelo… había querido citar un tipo de sonoridad muy reminiscente a la música de Shostakovich, bella pero retorcida. En este siguiente largometraje, protagonizado por una encantada repetidora Laura Dern y Nicolas Cage, Badalamenti incorporó una nueva faceta. Sólo hay que fijarse en el «Cool Cat Walk», que irrumpe con un punteo jazzístico de contrabajo que luego, justamente, podremos volver a oír en la icónica banda sonora de Twin Peaks, entre otros trabajos. Pero además, si seguimos fijándonos en Corazón salvaje veremos cómo estas piezas que el compositor enhebra para las obras del director funcionan perfectamente junto al meticuloso trabajo de compilación sonoro/musical que, también, es marca de la casa. En su primera colaboración, eso significaba que la música de Badalamenti compartía pista con canciones de Roy Orbison («In Dreams») y en el caso de Corazón salvaje son temas de Chris Isak (como «A Wicked Game») o las versiones diegéticas de canciones de Elvis Presley, interpretadas por el propio Nicolas Cage («Love Me», «Love Me Tender»).

En Carretera perdida (1997), la música del compositor convive con piezas de Trent Reznor, tanto en solista como con su conjunto Nine Inch Nails (con quienes Lynch volvería a colaborar en el retorno de Twin Peaks), como con canciones de Lou Reed o David Bowie. En esta película, el sonido más bien rotundo que aportan dichas colaboraciones nutren las partituras de Badalamenti, que a su vez las complementa con intensas piezas de jazz-fussion. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que el personaje interpretado por Bill Pullman es saxofonista y eso también queda integrado en el propio ADN del filme.

Como tándem improbable, me interesa enormemente la dupla que se genera entre este título y el siguiente largometraje de Lynch, Una historia verdadera. No sólo son la noche y el día (casi literalmente) a nivel cinematográfico y narrativo, sino que el contraste musicalmente es radical. Todo lo provocadora y cruda que resulta Carretera perdida queda reducido, minimizado, en Una historia verdadera. El campestre periplo de Alvin (enorme Richard Farnsworth) a lomos de un cortacésped pide guitarras punteadas y silbantes armónicas. Un toque country, si se quiere. Es fascinante la forma en que tanto Lynch como Badalamenti no pierden nunca sus respectivas esencias aun basculando entre tan distintas propuestas. Porque, claro está, dos años más tarde aparece un filme como  , que cambia drásticamente el paradigma y acaba de dejar a todo el mundo desorientado. Manteniendo algo de la sonoridad sinfónica de sus anteriores trabajos, que Angelo no llega a olvidar del todo nunca, en este proyecto se deja influir claramente por la visión más atmosférica que David Lynch tiene del diseño sonoro, quedando este fusionado con las composiciones de Badalamenti. Como sucede con la película, hay que experimentar esas armónicas disonancias, las opacas texturas de esos bajos casi imperceptibles, más efecto sonoro que música como tal. Hay que sentirlas en tu propia piel para acabar de comprender (si es que eso es posible) lo que significa, tanto para el filme como para la carrera del compositor.

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Twin Peaks: The Return (2017)

Sin más dilación, llegamos a la guinda del pastel. He querido guardar esta obra para el final, porque me parece el compendio perfecto de todo cuanto ha sido ya mencionado. Y es absolutamente imposible hablar de Twin Peaks y lo que supuso como producto serial, como acontecimiento audiovisual, como icono de culto (y lo que sigue suponiendo hoy en día) sin evocar la música que completa dicha experiencia. Desde los propios títulos de crédito, cuyas imágenes quedaron tan grabadas en el imaginario de aquellos a quienes llegó la serie como el tema principal que las acompaña… hasta los temas ligados a personajes concretos. Recogiendo el concepto de leitmotiv, notoriamente introducido por Wagner dentro una lógica musical-narrativa, Badalamenti construye las percepciones del espectador respecto a distintos personajes y escenas.

Volviendo al inicio del texto, queda más que recomendado recuperar el vídeo del compositor y pianista evocando un pequeño fragmento de dicha creación sonora. En ella, lo más importante es que queda clarísimo que su aportación no es la de un mero músico, si no que forma parte del núcleo narrativo de la serie. Tanto en los momentos más dramáticos, en los que recupera una sonoridad más abrumadora, como desde un cierto desapego cómico que recurre a los sonidos del jazz, como apuntábamos en el caso de Corazón salvaje. Para percibirlo en todo su esplendor, solamente hay que atender al contraste que se establece entre los temas de Laura Palmer y de Audrey, tan pesaroso y lóbrego el de una, tan descarado y sensual el de la otra. El universo sonoro Twin Peaks se iría expandiendo con la llegada de una segunda temporada en 1991, y la película Twin Peaks: Fuego camina conmigo en 1992. Y, evidentemente, con The Return, ese regreso al misterioso pueblo en forma de tercera temporada, que pudimos disfrutar y sufrir en 2017. En dicho retorno queda coronado el legado de la serie, así como el de su creador y, evidentemente, el de Angelo Badalamenti que, dentro de este cóctel de misterio y belleza, es tan inefable como eterno.

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