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KELLY REICHARDT. LA REELABORACIÓN DE LO MASCULINO

Certain men

Kelly Reichardt

Si una idea atraviesa la filmografía de la cineasta estadounidense Kelly Reichardt es la del desplazamiento. El nomadismo -aparentemente sedentario- recorre siete films donde el desarrollo de los relatos se produce en anchos caminos craquelados, áridos desiertos, carreteras solitarias y frondosos bosques. Espacios que acogen e, integrados con los personajes, se convierten en protagonistas dotados de memoria e Historia, como sucede con “Everglades” (Florida) en River of Grass (1994), su ópera prima. Pero, en el caso de Reichardt, la noción de viaje trasciende lo material para llegar a lo espiritual funcionando los personajes como vehículo de transmisión de la esencial mutabilidad de la vida. Para captar ese doble viaje, la cineasta reelabora el tiempo, lo manipula y evidencia su subjetividad. De igual forma que Wong Kar-wai hacía desaparecer el reloj de muñeca de Lai Yiu-Kai cuando se fundía en un abrazo con Chang en Happy Together (1997) -como metáfora del discurrir subjetivo de las agujas del reloj-, Reichardt despliega el tiempo filmando las ramas de los árboles, el piar de los pájaros y el transcurrir del agua con mucha atención y pausa. No hay prisa, ni aceleración -ni tan siquiera en el thriller Night Moves (2013)- porque observar la naturaleza no es un ejercicio de paso, ni una tarea pasiva. Contemplarla forma parte del relato, de la acción y desarrollo de los personajes. Incluso a veces parece ser la vegetación misma y la fauna quienes miran, como sucede en Old Joy (2006) donde la cámara podría adoptar en algunas ocasiones la visión de la perrita Lucy.

Entendidos los personajes como portadores de cierta travesía anímica, el análisis de estos resulta esencial. Aunque uno de los puntos clave del cine de Kelly Reichardt sea el protagonismo femenino -véase Wendy and Lucy (2008) o Certain Women: Vidas de mujer (2016)- la cineasta no abandona lo masculino. Si las mujeres de Reichardt son personajes que trascienden lo doliente, el segundo plano, toman la escopeta para apuntar cuando se les antoja necesario y no tienen miedo de enfundarse en un chaleco antibalas, los hombres van a abandonar -al menos cuando se trata de personajes centrales- la fuerza y lo puramente viril para abrazar aquello que siempre se quiso nombrar en femenino: los cuidados, lo doméstico. La cercanía, las dudas. Las caricias. Hombres en gerundio que diría Octavio Salazar. Pero la mirada sobre lo masculino de Kelly Reichardt no se limita a la construcción de personajes masculinos alternativos y más aun teniendo en cuenta que la mayoría de sus películas son adaptaciones de novelas, a pesar de que ella misma escriba el guion junto al autor. El acercamiento a lo masculino en términos cinematográficos se hace también desde la reelaboración de los géneros y, por tanto, de los personajes que los dirigen y conducen. Ejemplos esenciales son, sin duda, River of Grass y Old Joy, aunque es en Meek’s Cutoff (2010) y First Cow (2019) donde deconstruye géneros elaborados desde sus inicios con altas dosis de testosterona y liderados por una masculinidad hegemónica y patriarcal (R.W. Conell).

River of Grass (Kelly Reichardt, 1994)

En River of Grass, lo que pudo haber sido una road movie, donde la trama policial y la romántica se complementarían persiguiéndose entre sí, en manos de la cineasta adquiere otras tonalidades y velocidades. Aquí, el padre de la protagonista es policía (como el de la propia directora) pero uno que pierde su pistola y no es capaz de encontrar a los fugitivos. En lugar de la acción, la cámara permanece junto a los protagonistas, sustituyendo el frenesí de dos amantes escapando hacia la aventura romántica por escenas que inciden en el hastío, el cansancio y la pausa, sobre todo a través del tempo cinematográfico que favorece la cercanía de una cámara que acaricia el torso desnudo de Lee. Caricia que encuentra su mejor modo de expresión en Old Joy, una película donde se observa la grieta en la amistad de dos hombres que continúan buscando la manera de acercarse y entender la herida que ha provocado en su relación el tiempo. Para ello, emprenden el viaje -otra vez doble- hacia unas termas naturales donde, entre el canto de los pájaros, los silencios cálidos y el flujo del agua, se desnudan literal y metafóricamente. Aunque Mark y Kurt no han acabado de renunciar a la contención que les exige la masculinidad hegemónica y la distancia que sus cuerpos han de respetar, se produce el roce. La resistencia del género maldito se ve aplacada por el estremecimiento de una mano filmada en primer plano que se relaja y sucumbe. Y no al placer erótico, o al menos no solo, porque el acierto de la elipsis reside en dejar trazados distintos caminos transitables.

Pero son los dos westerns donde la cineasta brilla por su excelencia en la subversión del elemento masculino. El primero propiamente dicho, Meek’s Cutoff (2010), se presenta como una revisión del mito fundacional americano destruyéndolo desde dentro. Así, Reichardt renuncia a la épica y heroísmo de hombres rudos conquistando paisajes sublimados -filmados en formato panorámico desde la aparición del Cinemascope a principios de la década de los 50-. Lo que no quiere decir que, al renunciar a la aventura, deseche el movimiento. Un movimiento casi paulatino que sigue de cerca a unos personajes que caminan en busca de agua y también de respuestas. En este caso, las tierras áridas y engañosas se ven gracias al provecho de la profundidad de campo, porque el formato elegido es el 4:3, el más antropomórfico. Pero no sólo porque la cámara busque transformaciones internas a través de los rostros, sino porque adapta la visión de la película a la que en su día fue la de las mujeres enfundadas en sombreros blancos, siempre delimitadas. Delimitadas ayer por lo que no podían hacer y hoy por lo que no se ha encontrado interesante contar. En Meek’s Cutoff los duelos de pistolas y las largas esperas del tren portador del enemigo desaparecen para prestar atención a las mujeres cargando equipaje (como mulas) en el río, realizando labores domésticas, soportando el clima con trajes imposibles y aportando cordura a través de la comprensión del otro, como le sucede a Emily con el indígena que los ha guiado hasta el tronco bíblico.

Meek's Cutoff (Kelly Reichardt, 2010)

De forma parecida, en First Cow, el western vuelve a ser deliciosamente manipulado (casi hasta llegar a un anti-western) para adaptarse a relatar la historia de una bonita e inesperada amistad. De nuevo, la violencia propia del género se obvia -sólo hay dos momentos puntuales en los que se sabe que se ejerce, pero suceden fuera de campo- para centrarse en los diminutos gestos, las pequeñas acciones y la relación que establecen dos hombres que nada le deben a John Wayne o Henry Fonda. Por el contrario, estos dos hombres -reunidos por distintas razones, pero al fin y al cabo fugitivos- se dedicarán a hacer dulces para poder así establecer intercambios y no caer en las crueles garras del hambre. Y es ahí donde entra la vaca (la primera vaca americana) que les proporcionará a hurtadillas la leche, el ingrediente secreto de esos dulces que, a todos esos hombres rudos, entre tanta virilidad, reconcilian. Más allá del germen del capitalismo que nace en estos momentos y al que la cineasta se acerca, lo que tiene de revolucionario es, de nuevo, la sustitución de un género siempre sustentado por la violencia y el frenesí por la repostería, las tareas de limpieza de Cookie (en la pequeña casita de Tin Lu) y los cuidados. Rutinas asociadas a los femenino que provienen de unas manos rudas que se suponían siempre hechas para la fuerza. Para First Cow, además, Kelly Reichardt vuelve a decantarse por el formato académico consiguiendo que la inmersión del ser humano con la naturaleza sea total -atendiendo de nuevo a la exploración de la profundidad de campo- a la par que le permite acercarse todo lo posible, sin resultar intrusiva, a la relación que establecen los dos protagonistas. Sigue sin acudir a la épica, grandilocuencia o excesiva mística -la banda sonora aporta un carácter casi pintoresco-, porque entiende que pueden tratarse temas de enorme calado de manera sencilla y minimalista, filmando pequeños gestos, dilatando el tiempo o más bien respetando su discurrir, de ahí su gusto por el plano secuencia y los casi inexistentes movimientos de cámara.

Todos estos recursos acercan el cine de Kelly Reichardt a lo que Laura Mulvey conceptualizó como la female gaze. No sólo porque sea una mujer la que se encuentre detrás de la cámara sino porque, de forma similar a lo que logra Céline Sciamma en títulos como Retrato de una mujer en llamas (2019), es capaz de aportar una visión alternativa que pone en crisis la mirada androcéntrica y patriarcal que ha predominado a lo largo de la historia de todas las disciplinas artísticas. Reichardt deconstruye los géneros -en ambos sentidos- desplazando violencia y la verticalidad patriarcal para dejar paso a la delicadeza y horizontalidad feminista. Una horizontalidad que, como se ha intentado demostrar en el texto, pasa por la elección de temas y formas de narrar alternativas de una cineasta autora que filma, escribe y edita sus películas.

Y, así, se produce la travesía hacia la caricia, con la piel y las ramas de los árboles. Entre hombres, mujeres, vacas y paisaje. Un viaje hacia el contacto de las pieles, desde el masaje en las termas, hasta la alianza de dos manos que esperan juntas la eternidad. Un cine que encapsula las emociones, transformaciones internas de fugitivos que nunca quedan indemnes a los encuentros fortuitos que se producen con desconocidos.

First Cow Revista Mutaciones

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