AN ELEPHANT SITTING STILL
La búsqueda de un elefante impasible
Pocos directores han tenido un impacto estratosférico en el colectivo cinéfilo y han conseguido convertirse en leyendas consagradas tras haber filmado –terminado- una sola película. Es el caso, por ejemplo, de Jean Vigo, quien murió de tuberculosis apenas un mes después de estrenar su único largometraje: L’Atalante (1934), con el que prácticamente reestructuró y direccionó el cine francés. Vigo mostró la decadencia de la sociedad gala a través de los ojos de una pareja de enamorados que cruzaban el Sena en bote. El director del también exitoso mediometraje Cero en conducta (Zéro de conduite, 1933) nos alertaba de la pérdida de la felicidad y la belleza, que no se encuentra sino en los pequeños y más míseros detalles de la vida. Por otro lado, la huella eterna del vasco Víctor Erice se limitó a tres largometrajes que han marcado toda la filmografía española gracias al poder que el director otorgó a las imágenes, al silencio y a la mirada. En El espíritu de la colmena (1972), película que encabeza muchas de las listas de las mejores obras españolas de la historia, la soledad y la incomunicación empujan a los individuos a refugiarse en la fantasía.
Entre ambos maestros cabe colocar al cineasta chino Hu Bo, que al igual que una estrella fugaz, ha emergido en el cielo a gran velocidad dejando tras sí un largo trazo luminoso que difícilmente desaparecerá en el imaginario cinéfilo mundial. Y es que el mismísimo Wang Bing -uno de los autores más importantes del cine documental del siglo XXI- se ha referido a él y a su única película como un «meteoro cargado de amor y de sufrimiento que ha atravesado la noche del cine». Nacido en 1988, Hu Bo se suicidó tras haber terminado la posproducción de An Elephant Sitting Still (2018), y su legado se está convirtiendo directamente en mito. El testamento cinematográfico del director recoge, en sus casi cuatro horas de película, tanto la decadencia social y el reclamo de la belleza que Jean Vigo plasmó en L’Atalante como la huida y la búsqueda de un refugio de los personajes de El espíritu de la colmena, de Víctor Erice.
La decadente nueva China
Para entender el alcance simbólico y la fuerza poética de An Elephant Sitting Still es necesario recordar que, antes que cineasta, Hu Bo fue escritor. De hecho, la película parte de un pequeño relato homónimo recogido en el libro Huge Crack que le sirvió para desarrollar su propia reflexión sobre la condición de los estudiantes y de la juventud china, vacía y sacrificada a la alineación social a la que está condenada. El director recupera al protagonista de su relato para integrarlo en una obra más amplia donde se conjugan, se entremezclan y se cruzan cuatro historias de personajes miserables victimas del egoísmo familiar y de la violencia social, pero que comparten la misma obsesión de huir hacia la ciudad de Manzhouli, donde según dicen, un elefante de circo permanece sentado durante horas, inmóvil, impasible, ajeno a los problemas del mundo.
De esta manera, Hu Bo invierte el ejercicio que Pier Paolo Pasolini llevó a cabo en su primera obra en prosa Chavales del arroyo (Ragazzi di vita, 1955) y en su profético film Accattone (1961), donde al igual que el chino el italiano reflejó su país y época –en este caso la Italia de la posguerra- cargando profundamente contra la situación de degradación nacional: primero en la novela, mostrando el día a día de varios chavales romanos se narra sin que ninguno de ellos sea el auténtico protagonista; y después en el cine, persiguiendo al joven Vittorio ‘Accattone’ Cataldi a través de los suburbios de la capital italiana. La película otorgó al director boloñés la posibilidad de respirar directamente el mundo en el que se sumergía, una experiencia que la literatura no fue capaz de saciarle. Así, los suburbios romanos tomaron no solo una entidad física, sino mítica, como también se refleja en los aledaños por donde deambulan los personajes de Hu Bo. La mirada de ambos directores se consagra al situar las historias en entornos periféricos, que cancelan la transformación social que la Italia de los 50 soñaba y que la China actual busca.
El retrato de la angustia de los habitantes del país asiático globalizado, centralista y despreocupado que An Elephant Sitting Still evidencia sigue la misma línea de denuncia social que el crítico Luis Suñer identifica en su retrospectiva a los últimos 25 años de la cinematografía china, y en el que define la ópera prima de Hu Bo como «un mastodóntico ejercicio donde radiografía la soledad y la falta de empatía en su país de forma apesadumbrada y demoledora». Y es que la China del siglo XXI, la gran incógnita de la comunidad internacional, sigue siendo aún la China de la sobrepoblación, de la insuficiencia económica y del dudoso desarrollo sostenible hacia la modernización.
Un poema visual simbólico
Un monstruo de las imágenes como es el cineasta húngaro Béla Tarr, supervisó al todavía principiante Hu Bo en el taller que en 2017 se organizó en el Festival Internacional de Cine FIRST en China. El director de la estratosférica Sátántangó (1994) pronto se percató de que «su mirada revelaba una fuerte personalidad poco común», y An Elephant Sitting Still lo ratifica. El director chino sitúa la historia en una ciudad posindustrial al norte del país en la que el ambiente frio y degradado sumerge a los personajes en un estado decadente y abatido. Vagabundeando por los escombros de un sistema que los abandona y los obliga a actuar para sobrevivir a la brutalidad social, los individuos son expuestos constantemente a la luz, a la búsqueda de una salida digna de su condición. No son pocas las ventanas y puertas que, en las cuatro horas de película, se abren, se tantean y se traspasan dejando las depresivas figuras y cuerpos de los sujetos a contraluz. El anhelo de huir de los roles que la sociedad les ha impuesto empuja a cada uno de los personajes a enfrentarse a la realidad en la que son víctimas de su entorno, donde incluso sus más cercanos aprovechan cualquier situación para sacar provecho de ellos, sin compasión.
Hu Bo resuelve la hipocresía y la incomunicación entre los individuos mediante gestos y detalles minuciosos que marcan una distancia entre el derroche sensacionalista y la vergüenza intimista. Las diversas desgracias que suceden en la película no se muestran directamente, sino que se mantienen fuera de foco e incluso de campo. La verdadera realidad social se esconde, Hu Bo no la muestra, puesto que a él le intimida. La muerte está presente, pero el director parece tener respeto a asumir su inevitable destino. El retrato de un mundo desenfocado está acompañado por largos travellings en los que la cámara pasa de desgraciado a desgraciado como si de la continuación de su sombra se tratase.
La película explota su tesis desde el mismo planteamiento, cuando el principal problema de la sociedad china se localiza en su estructura social y en la desatención civil, y en su evolución hacia una falsa modernización. De esta manera, Hu Bo parte de una pelea escolar para poco a poco ir desgranando las carencias de cada individuo envuelto en un ambiente intoxicado del que todos necesitan escapar. Y retomando a Víctor Erice, si en El espíritu de la colmena el poder alegórico del monstruo de Frankenstein representaba esa figura perseguida y rechazada por la sociedad que lo creó, en An Elephant Sitting Still Hu Bo invierte la metáfora para convertir al elefante en símbolo de la esperanza, ilusión y belleza de los gestos cotidianos hoy en día olvidados. En sus propias palabras: «En nuestra época, cada vez resulta más difícil tener fe, aunque sea en la cosa más ínfima, y la frustración que de ello resulta se ha convertido en la característica de nuestra sociedad».
An Elephant Sitting Still (Da xiang xi di er zuo, China, 2018)
Dirección: Hu Bo / Guion: Hu Bo / Producción: Fu Dongyan (Dongchun Films) / Fotografía: Fan Chao / Montaje: Hu Bo / Música: Hua Lun / Dirección de arte: Xie Lijia / Mezcla de sonido: Bai Ruizhou / Reparto: Peng Yuchang, Zhang Yu, Wang Yuwen, Liu Congxi
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