AMANDO DE OSSORIO
De templarios, zombies y censura
Aunque hoy algo olvidado por el imaginario colectivo, el “fantaterror” sustentó y salvó la decadente industria cinematográfica española en los años 70. Este género, propiamente español y que dio sentido a cientos de películas, se enmarcó dentro de la fiebre que desataron películas como La maldición de Frankensein (1957) o Drácula (1958), ambas de Terence Fisher y producidas por la Hammer Productions.
Si bien la estética del fantaterror pudiera parecerse a esta ya mítica empresa británica, no fue así su presupuesto. Se trataban de películas con una inyección de dinero ínfimo que debían batallar con la impuesta censura franquista y que, además, contaban con un tiempo determinado de rodaje –y en muchas ocasiones, postproducción– que no debía exceder de las cuatro semanas.
En este escenario es donde el coruñés Amando de Ossorio (1918-2001) realizó la serie de películas conocidas como “La tetralogía de los templarios”: La noche del terror ciego (1971), El ataque de los muertos sin ojos (1973), El buque maldito (1974) y La noche de las gaviotas (1975). En todas ellas aparece lo que será la gran aportación de Ossorio al fantaterror: unos templarios venidos de entre los muertos con la única misión de hacer cumplir con su sagrado deber. Lo que planteó Ossorio fue una revisión del imaginario español sirviéndose para ello de los personajes, la ambientación e incluso el estilo romántico de Gustavo Adolfo Bécquer dentro de una puesta en escena afín a la Hammer. No solo eso, sino que, al asimilar sus coordenadas genérica en lugar de un modelo cerrado, Ossorio pudo y supo mezclar los arquetipos tradicionalmente asociados a la figura del vampiro, de la momia y del zombie para reflejarlos en su nueva criatura que enraizaba, además, con las leyendas del folclore gallego. Todo ello da como resultado una mezcla absolutamente ecléctica y única dentro de la cinematografía española además de un soplo de aire fresco para los espectadores que veían una y otra vez los mismos clichés sin apenas modificaciones.
Amando de Ossorio y el fantaterror no se pueden entender sin el papel que tuvo en España la censura del gobierno franquista. El primer largometraje del director, Bandera negra (1956), un claro alegato contra la pena de muerte, fue automáticamente censurado por el régimen y nunca se pudo estrenar. Tuvieron que pasar ocho años antes de que Ossorio volviera al mundo de la cinematografía con proyectos mucho menos personales pero siempre ligados, de una manera u otra, al fantaterror, pues este género suponía una vía de escape encubierta a toda la rabia ideológica de sus cineastas.
Ossorio creó a los templarios sirviéndose de esta impotencia por no poder hablar abiertamente de los problemas de un régimen como el que azotó a España desde la década de los 40 hasta los 70, momento en el que se estrenó La noche del terror ciego. Fue un proyecto por el que luchó incansablemente. Llamó a multitud de puertas cargado con otros tantos bocetos de los templarios que él mismo había dibujado hasta que, por fin, el productor y amigo Alberto Platanard aceptó llevarlo a cabo.
La censura, más preocupada de lo que se veía en la pantalla que por lo que ella contenía, dio el visto bueno a los templarios de Ossorio. El director, por su parte, más involucrado en la parte de efectos especiales y de caracterización que en la de dirección de actores, pudo realizar una de las mayores críticas al gobierno dictatorial de Franco con casi total libertad. Los templarios fueron monjes a la vez que guerreros y servían a Ossorio para condensar en un solo personaje los dos pilares que sostenían la dictadura: el estamento religioso y el militar. Muertos vivientes que aterrorizaban a una sociedad que ya no era la suya obligándoles a acatar sus viejas, decadentes y putrefactas normas morales. Todo ello a través de una dirección artística, un tratamiento del vestuario, del maquillaje, un de uso de cámara lenta y, sobre todo, de la música –banda sonora totalmente acertada compuesta por Antón García Abril (El hombre y la tierra, 1974 o Los santos inocentes, 1984)–, entre otras muchas propuestas, que enfunda a los templarios en un ambiente de otro mundo que realmente da escalofríos.
¿Por qué entonces no es recordado un nombre como el de Ossorio? Probablemente la clave de todo ello esté en la propia idiosincrasia del fantaterror: poco presupuesto, poco tiempo de rodaje, poco interés por la calidad, mucho por los beneficios económicos. Ossorio nunca estuvo satisfecho con el resultado de sus películas. Pensaba que sus proyectos se veían sistemáticamente lastrados por las condiciones en las que se llevaban a cabo. En una entrevista la reportera le preguntó cuál de sus películas le recomendaría, a lo que el director le contestó: «Ninguna. Dejaría usted de hablarme después de eso». Sin embargo otras voces han reivindicado la destreza de este director ante la falta de presupuesto y su originalidad en la puesta en escena y el argumento, sobre todo a raíz del Festival de Cine de Terror y Ciencia Ficción de Edimburgo donde, en 1992, proyectaron la recién redescubierta película El buque maldito.
Llegado este punto, me pregunto si la crítica debería atender todos los elementos que rodean la producción de la película para poder valorar como se merece un trabajo como la tetralogía de los templarios o simplemente atender a lo que se ve en última instancia en la pantalla. Mientras tanto, dejo una frase que Ignacio Benedeti apunta en su libro Amando de Ossorio. Un galego fantástico: «Calquera inepto pode filmar una obra digna con fondos estatais á súa disposición, pero fai falta ser un verdadeiro mestre para lograr películas con repercusión internacional sen prácticamente medios económicos[1]».
[1] «Cualquier inepto puede filmar una obra digna con fondos estatales a su disposición, pero hace falta ser un verdadero maestro para lograr películas con repercusión internacional sin prácticamente medios económicos».
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