AKELARRE
La mirada de la bruja
Desde el inicio de su carrera, el director argentino Pablo Agüero ha demostrado su interés por adentrarse en una realidad femenina encabezada por mujeres aisladas, rechazadas y/o cuestionadas por la sociedad. Desde su ópera prima Salamandra (2008), recorrido deambulante de una madre y un hijo por la Patagonia más inhóspita, pasando por su misteriosa y polémica Eva no duerme (2015), relato tenebroso acerca de la odisea del cadáver embalsamado de Eva Perón, hasta la más reciente Akelarre, su aproximación a una caza de brujas en Euskadi.
La historia de Agüero (basada en el libro Tratado de brujería vascas: Descripción de la inconstancia de los malos ángeles o demonios del inquisidor francés Pierre Lacre) toma las descripciones realizadas por el escritor para construir los discursos de Ana (Amaia Aberasturi) y sus amigas y trazar el relato. A pesar de seguir centrándose en la figura femenina, Agüero se aleja en esta obra, tanto narrativa como formalmente, de sus anteriores proyectos para construir una película de folk horror que transita entre las llamas del anterior Akelarre (1984) de Pedro Olea y aquellas de películas como The Witch (Robert Eggers, 2015) o incluso Midsommar (Ari Aster, 2019).
La época en la que se ambienta la película (el siglo 17), los parajes por los que transitan los personajes y los rituales y cánticos que aparecen, nos transportan a ese imaginario folclórico que esconde una amenaza inminente. La amenaza, no tanto de las jóvenes chicas acusadas de brujería e invocaciones diabólicas, sino más bien de las torturas de los inquisidores. Y es que, en este caso, y a diferencia de otras obras centradas en la caza de brujas, la mirada se encuentra en todo momento situada desde la perspectiva del grupo de adolescentes, más en particular desde la de Ana, la protagonista que lidera el aquelarre. Esta aproximación se traduce a partir de planos muy cortos centrados en las jóvenes, la cámara siempre escondida entre ellas e incluso planos subjetivos en ojo de pez con los que Agüero nos presenta la mirada de Ana y se incluye como un miembro más de ese grupo.
El tratamiento que desarrolla el director sobre la luz y el espacio revelan también la postura que toma éste dentro de la historia. Existe un gran contraste entre los ambientes que habitan el grupo de jóvenes, especialmente en los flashbacks (escenarios abiertos y saturados, con una luz diurna que pinta una atmósfera bucólica, más próxima al romanticismo) y aquellos que rodean a los inquisidores (estancias cerradas, en su mayoría retratadas de noche, donde predominan las tonalidades sombrías y tenebristas de la pintura más barroca). Pero es el fuego el elemento que juega un papel más relevante dentro la historia, convirtiéndose tanto en una amenaza, como en una revelación durante el careo constante entre el inquisidor (Àlex Brendemühl) y Ana, y alcanzando su clímax final en la secuencia del ritual de invocación. La reunión de las chicas alrededor de la gran hoguera adquiere un ritmo in crescendo, con un montaje mucho más rápido, donde la cámara se desplaza siguiendo los bailes y contorsiones de las jóvenes, distorsionando la imagen de ese ritual demencial que contemplan los hombres incrédulos. Las chicas aprovechan para confundir y burlar la mirada del enemigo de una manera casi cómica, al igual que realiza Agüero en múltiples secuencias anteriores, hasta llegar a burlar aquella del espectador cuando la película alcanza su repentino final.
Akelarre (España, 2020)
Dirección: Pablo Agüero / Guion: Pablo Agüero y Katell Guillou / Producción: Coproducción España-Argentina-Francia; Sorgin Films, Tita Productions, Kowalski Films, Lamia Producciones, La Fidèle Production / Fotografía: Javier Agirre / Música: Maite Arrotajauregi y Aránzazu Calleja / Montaje: Teresa Font / Reparto: Àlex Brendemühl, Daniel Fanego, Amaia Aberasturi