3 DEL INFIERNO
Free the One!
A pesar de que 3 del infierno (2019) comience justo donde terminaba Los renegados del diablo (2005), han pasado catorce años desde que el multifacético (pero mayoritariamente músico) Rob Zombie dirigiera y escribiera uno de los filmes más justamente célebres de toda su carrera como cineasta. Casi tres lustros en los que Zombie -que inició su andadura con la primera parte de la trilogía que (por) ahora se cierra con 3 del infierno y que llevó el tremebundo título de La casa de los 1.000 cadáveres (2003)- fue vertiginosamente aupado al olimpo del nuevo cine de horror (como miembro, por méritos propios, del fugaz splat pack) con su segundo filme, el mentado Los renegados del diablo, lidió más que dignamente con un encargo tan envenenado como era el remake de La noche de Halloween (John Carpenter, 1978) con Halloween (2007) y su sobresaliente secuela Halloween II (2009), hizo una curiosa incursión en el mundo de la animación con The Haunted World of el Superbeasto (2009), abandonó fugazmente el subgénero slasher con The Lords of Salem (2012), que quizás sea la mejor de sus películas, para regresar a él en la que tal vez sea la peor y más política de todas ellas: 31 (2016), cuya accidentadísima producción implicó que se completara parcialmente a través de crowdfunding. Una filmografía, en definitiva, encumbrada a los cielos del cine de culto en lo creativo sin por ello frenar su menguante peso dentro de la periferia industrial del cine estadounidense: dos factores que sirven para analizar su último trabajo. Y es que ¿por qué regresar ahora al ruedo con una nueva película sobre la psicótica e hiperviolenta familia Firefly que protagonizó sus dos primeros largometrajes y que fue barrida de la faz de la tierra en el segundo de ellos?
Los renegados del diablo terminaba, y cómo, con la muerte segura de los últimos miembros de la menguante familia Baby (Sheri Moon Zombie), Otis (Bill Moseley) y el icónico Capitan Spaulding (Sid Haig), acribillados por la policía, en un punto y final tan épico como incómodo en su incondicional apoyo al clan Firefly, entendido como el último bastión de una forma de vida basada en la libertad personal (y familiar) a costa de la destrucción, dolor y muerte de propios y extraños. Pero no; tal y como se ocupa de resumir en unos pocos minutos 3 del infierno, todos ellos sobreviven de puro e inverso milagro, a pesar de que sus posibilidades eran menores a una entre un millón, para ser juzgados por los tremebundos crímenes cometidos en las dos películas precedentes. Un primer y corto tramo, vehiculado por imágenes de telediarios y prensa sensacionalista (capaces de pasar de puntillas lo que bajo otra opción estética y/o narrativa más convencional habría resultado, en sentido estricto, totalmente increíble) que no solo introduce la estética, planteada desde una perspectiva desmañada y relativamente próxima al documental en su voluntarioso grado de suciedad, a la que parece aspirar la práctica totalidad de 3 del infierno. También plantea el que sobre el papel el que se diría uno de los aspectos más interesantes (y, por desgracia, fugaces) de la película: la reconversión de Baby, Otis y Spaulding en venenosos objetos de adoración por parte de algunos sectores de la sociedad estadounidense que los venera como ídolos libertarios o incluso sexuales. Iconos pop, en definitiva, afines a la mediatizada y/o mitificada figura de Charles Manson (no en vano, una de las obsesiones de Zombie, cuyo rastro puede seguirse a lo largo de casi toda su carrera tras las cámaras) y el documentado proceso judicial que prácticamente lo elevó a la categoría de símbolo sociocultural en los EE.UU., que se diría delata también un grado de autoconciencia del propio Zombie respecto al lugar que ocupan, a día de hoy, sus más célebres creaciones cinematográficas entre los aficionados al género.
Y es que, viendo 3 del infierno, resulta inevitable pensar que el culto a La casa de los 1.000 cadáveres y, sobre todo, a Los renegados del diablo ha hecho posible la existencia de este filme de Rob Zombie, sin poder evitar que su condición de secuela ha hecho de ella una película demasiado deudora de sus modelos con lo que las comparaciones, dados los buscados paralelismos planteados por su director y guionista, resultan tan inevitables como efectivamente odiosos. Con escasas sorpresas respecto a lo ya apuntado en el díptico que le precede, 3 del infierno comienza con el encierro y enjuiciamiento de Baby, Otis y Spaulding, para seguir con la temprana ejecución de este último (decisión que Zombie ocultó a los productores tras darse cuenta del deterioro de Haig, quien falleció poco después del rodaje, para no dar al traste con la realización del filme) y, ya en la década de los ochenta, la posterior huida primero de Otis y más tarde de Baby, con la ayuda de un nuevo y sanguinario miembro del revitalizado trío salvaje: Winslow Foxworth “Foxy” Coltrane (Richard Brake). Dejando tras de sí un reguero de muertos, violaciones y vejaciones a cuál más ensañada y retorcida, los tres criminales se refugian de la justicia estadounidense en Méjico, donde sin recibir tregua alguna son perseguidos por el cártel regentado por Aquarius (Emilio Rivera), quien busca vengar a su hermano Rondo (Danny Trejo) asesinado por Otis antes de escapar de su cautiverio junto a Foxy.
Y todo ello plasmado en imágenes y sonido desde la recurrente perspectiva (o autoría, en definitiva) demostrada por Zombie película tras película: no faltan en 3 del infierno el uso del found footage, el maridaje de diferentes formatos (cuanto más graníticos, mejor) en aras de generar una atmósfera enrarecida y palpablemente malvada, los feístas (y extrañamente armónicos) juegos de montaje e iluminación, o una banda sonora capaz de enaltecer y hasta de justificar las mayores atrocidades. Todo sigue ahí, generando esa perturbadora sensación, generosa marca de la casa, de que la proyección que todo espectador cinematográfico tiene sobre los personajes principales del filme que está viendo ha sido pervertida y retorcida hasta volverse en su contra, siendo abandonado al desnudo ante un grado de zozobra moral con escaso parangón cualitativo tanto dentro como también fuera del cine de género de horror en general y el slasher en particular. Pero pese a todo estos vínculos autorales, la película se ve aquejada de cierta tibieza, ya sea debido a su imprecisión formal, que aglutina numerosos formatos visuales pero que al contrario que sus precedentes no acaba de decidirse por ninguno, quedando en tierra de nadie, o sobre todo, por lo formulario y escasamente ambiguo de muchas de las situaciones que plantea.
La asalvajada organicidad de la que hacían gala tanto La casa de los 1.000 cadáveres como Los renegados del diablo ha dado paso a una cierta racionalización de su turbia filosofía, notable en diálogos que expresan categóricamente lo que en aquellas películas resultaba más aplastante e incómodo por fruto de la puesta en escena, y en situaciones resueltas formalmente de un modo muy similar en el pasado que aquí pecan de rutinarias. No faltan en 3 del infierno ni un buen casting y dirección de actores ni tampoco momentos de buen cine, capaces de salvar decisiones potencialmente tan ridículas como ataviar a Baby con un penacho indio en su desigual enfrentamiento con el cártel, o de imágenes tan pletóricas como la que muestra al orgulloso trío de asesinos paseándose luminosamente entre un grupo de lugareños mejicanos con los rostros pintados como calaveras, contemplándolos recelosamente desde un oscuro contraplano. Pero estos y otros hallazgos funcionan, al menos para los ya iniciados, como islotes en medio de corrientes excesivamente formularias, por un tanto ortopédicas para los neófitos y demasiado reconocibles hasta lo viciado para aquellos que ya conozcan y gusten de la obra anterior de Zombie.
Más allá de la violencia perpetrada por propios y extraños, y que vertebra casi toda su filmografía previa y de la presencia recurrente de gran parte de los intérpretes principales de sus películas, no cuesta encontrar en 3 del infierno escenas y motivos visuales concretos que retrotraigan a The Haunted World of el Superbeasto (el aspecto de cuyo protagonista encuentra eco en los miembros del cártel de Aquarius, ocultos tras máscaras del lucha libre mejicana), Lords of Salem (cuyo abrazo a la psicodelia reverbera en el inenarrable instante de 3 del infierno en el que Baby contempla a un trasunto de gato humanoide miniaturizado, danzando solo para sus ojos durante su estancia en prisión) o incluso Halloween II, cuyo arrebatador desgarro, común al de Los renegados del diablo con la que comparte parcialmente su posible adscripción al género western, era digno de Sam Peckinpah, aunque aquí parece solo presente en lo superficial… Elementos que en un contexto más halagüeño habrían generado una productiva complicidad o una virtuosa prolongación, pero que aquí se traducen en una autoconciencia paralizante, incapaz de liberarse de la sombra de los modelos con los que se relaciona desde la explotación de las más icónicas creaciones de su autor. Un Rob Zombie que catorce años después de uno de sus mayores éxitos crítico-comerciales, y vistos que los resultados económicos de 3 del infierno no han alcanzado todavía su coste presupuestario, probablemente tenga aún más difícil el reconducir su carrera hacia terrenos donde pueda seguir desarrollándose como un cineasta de demostrado (y alto) calibre.
3 del Infierno (3 from Hell, EE.UU., 2019)
Dirección y guion: Rob Zombie/ Producción: Mike Elliott, Greg Holstein y Rob Zombie/ Fotografía: Glenn Garland/ Montaje: David Daniels/ Música: Zeuss/ Reparto: Sheri Moon Zombie, Bill Moseley, Richard Brake, Jeff Daniel Phillips, Sid Haig, Emilio Rivera, Richard Edson/
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