100 DIAS DE SOLEDAD
Experimentar Walden en la era de Facebook
¿Se imagina el lector pasar 100 días en absoluta soledad, sin ningún tipo de contacto humano y lejos del mundanal ruido que traen consigo las nuevas tecnologías? En una época de hiperconectividad como la actual, donde la privacidad y el aislamiento han sido sustituidos por un epicureísmo narcisista publicitado a voz en cuello en las redes sociales, José Díaz se ha planteado el reto de pasar un período de tiempo en soledad en el Parque Natural de Redes (Asturias), movido por su amor a la Naturaleza y como imitatio de las experiencias descritas por Thoreau en su libro Walden.
El mismo Díaz enuncia en un pasaje de su documental la tesis de que, en un futuro, “el silencio y la soledad serán estados más valiosos que el oro”. Para llevar a cabo su experimento, únicamente contó con la ayuda de unas cuantas cámaras y de un dron desde el que pudo realizar tomas aéreas del Parque, muchas de ellas las de mayor belleza del film.
El periodo de tiempo elegido por Díaz le permitió filmar el cambio de estación en el Parque desde el otoño hasta el invierno. De este modo, en la primera mitad del film se recogen bellísimos planos de ciervos destacados sobre la frondosidad verde de una montaña, que recuerdan en su quietud a las imágenes de un tapiz laboriosamente bordado, o primeros planos de hojas secas y amarillentas que descansan sobre el agua al modo de un cuadro acuático de Monet.
Imágenes de brumas detenidas sobre elevados riscos o del propio Díaz sobre un pico observando el horizonte traen a la memoria del espectador la serena belleza de las escenas pintadas en el Romanticismo, donde se materializaba el estado anímico del personaje que permanecía de espaldas contemplando la Naturaleza. Los planos donde aparece Díaz en calidad de observador reflejan esa misma tensión entre el cuerpo y el alma, entre lo físico y lo espiritual.
Como si de los diversos capítulos del libro de Thoreau se tratasen, el realizador narra sus propias vivencias personales a través de sus excursiones, de su observación de la Naturaleza o del cultivo de sus propios alimentos. También como en el libro, presta especial atención a los sonidos del bosque, desde el bramido diurno de los ciervos hasta los aullidos nocturnos de los lobos, éstos últimos recogidos en un estremecedor plano fundido a negro donde el espectador solo escucha los ecos de aquellos sonidos.
Junto a esta inclinación por el realismo, el documental convive en algunos tramos con una banda sonora que ha sido compuesta por uno de los hijos del propio Díaz, cuya inclusión funciona como acompañamiento de determinadas imágenes, como la de las notas aisladas de un piano que suenan acompasando la eventual danza de las patas de un ciervo.
Planos detalle de minúsculos insectos, o de finas gotas de lluvia en primer plano sobre el fondo de una arboleda como una pintura impresionista, dan paso a un paisaje blanco puro con la llegada del invierno al Parque, la cual es recogida a través de luminosos planos aéreos de cumbres nevadas conquistadas por ciervos o del bello travelling final que enmarca la cabaña de Díaz cubierta por la nieve. Imágenes a la postre que vienen a dar cuenta del fin de la empresa del héroe, la culminación del tiempo que se propuso el autor del documental vivir en soledad. El objetivo está cumplido: “vivir deliberadamente, enfrentarme solo a los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, para no descubrir al morir que no había vivido”, nos recuerda citando el texto de Thoreau.
Como coda final tras los títulos de crédito, el emotivo reencuentro de Díaz con su familia, lo único que el realizador confiesa haber echado de menos.
100 días de soledad (España, 2017)
Dirección: José Díaz, Gerardo Olivares/ Guion: José Díaz, Gerardo Olivares/ Producción: José María Morales, José Díaz/ Reparto: José Díaz.