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EN LA VÍA LÁCTEA

La huida

Mientras los hombres se matan en el frente, en la retaguardia la vida sigue. Siguen el deseo y la supervivencia, la necesidad de amar, de comer, de trabajar, de ordeñar a las vacas y, en definitiva, de vivir aun cuando todo esté detenido por la guerra y marcado por la violencia. Era el tema de Cuando pasan las cigüeñas (Mikhail Kalatozov, 1957) y es normal que la protagonista de En la Vía Láctea llore cada vez con la película y con su final. Se trata de Nevesta, una refugiada italiana que llega a un pueblo de los Balcanes durante la guerra, huyendo de la venganza de un militar de la OTAN al que ha abandonado. Allí conoce a Kosta, un tipo también algo desnortado desde que vio cómo decapitaban a su padre con una sierra eléctrica. Ninguno de los dos es quien era, no tienen pasado ni esperanza para el futuro, tan sólo un presente en guerra. Como los personajes de Cuando vuelan las cigüeñas y otros del cine de Emir Kusturica, viven el día a día marcados por la violencia. Incluso deben seguir huyendo cuando la guerra acaba. Una huida a ninguna parte.

Durante la primera mitad, hasta que con la paz llega, o debería llegar, el momento de volver a construir y hacer planes de futuro, En la Vía Láctea es fiel -demasiado fiel, dicen- al cine de su autor. Un estilo recargado que mezcla la brutalidad con la belleza, la fiesta y la violencia y entre música, tiros, formas expresivas dignas de Kalatazov y enredos amorosos, sin pasado ni futuro, la vida sigue latiendo con fuerza. Y, de nuevo, los animales. Las ocas que se bañan en una bañera de sangre, la mula de Kosta, el halcón peregrino que le acompaña por todas partes y abre el relato, las vacas y la leche de las vacas y la serpiente que se alimenta de la leche de las vacas y protege a los protagonistas de En la Vía Láctea… Metáforas y símbolos, los animales no pertenecen sin más al plano de la alegoría sino que interaccionan en la trama en el mismo nivel de realidad que los protagonistas; y se hacen con algunas de las mejores escenas. La convivencia de lo mítico y lo profano en un mismo plano es desde hace tiempo la seña de identidad de Kusturica y le ha identificado para siempre con el realismo mágico. En este caso hay, desde el mismo título, un intento de llegar a lo cosmológico. Algo que no termina de funcionar y resulta artificial cuando, en la segunda mitad, las salidas “maravillosas” se desatan en el relato.

Cuando se firma la paz y Kosta y Nevesta son perseguidos por los soldados de la OTAN, comienza una huida a ninguna parte. Una huida imposible de la violencia, sabiendo que lo que se era antes de ella es irrecuperable aun tras firmarse la paz y, tal vez, una huida del estilo que hizo famoso al director. Entre tumbos, todo llega a un final marcado por explosiones de ingenio, ovejas y artificio. Como coda: un epílogo sobre cómo honrar la memoria y crear un espacio desde los escombros para proteger al futuro de nuevas desgracias. Un cierre en el que resuena una versión personal del final de Cuando vuelan las cigüeñas. En él, la protagonista acepta la pérdida del ser amado y de los mejores tiempos a su lado, se entrega a sus semejantes y suena aquello de “No hemos vencido ni conservamos la vida en nombre de la destrucción, sino de la creación de nueva vida”. Un final que, a su manera y diez años después de la última película de su autor, se abre a la esperanza de un nuevo futuro.

Alberto Hernando


En la Vía Láctea  (On the Milky Road, Serbia)

Dirección: Emir Kusturica / Guión: Dunja Kusturica, Emir Kusturica / Producción: Lucas Akoskin, Alex Garcia, Paula Vaccaro / Música: Stribor Kusturica / Fotografía: Martin Sec / Montaje: Svetolik Zajc / Diseño de producción: Goran Joksimovic / Reparto: Monica Bellucci, Emir Kusturica, Sergej Trifunovic, Miki Manojlovic, Bajram Severdzan, Maria Darkina

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